¿El Estado debe intervenir en todo o abstenerse de todo? Entre esas dos propuestas extremas, el principio de subsidiariedad intenta mostrar un camino intermedio que es expuesto en detalle por Chantal Delsol y que reseña el profesor emérito de filosofía política en la Universidad de París 1, Panthéon-Sorbonne, Jean-Fabien Spitz.
Por Jean-Fabien Spitz. Traducción: Patricio Tapia
La cuestión de la legitimidad de la intervención estatal en la actividad social está en el centro de la reflexión política contemporánea; el propósito de Chantal Delsol en El Estado subsidiario (IES, 2021, 315 pp.) es mostrar que es apropiado rechazar cualquier intento de responder a esta pregunta que estuviera inspirado en el espíritu del sistema: la vida social no se presta a la gestión de todas las actividades humanas por una organización centralizada, como parece propugnar el socialismo, ni tampoco a una abstención completa que reduzca al Estado al único papel de guardián de la seguridad interior y exterior. Entre estos dos extremos, el principio de subsidiariedad traza un camino intermedio: el Estado debe dejar a los individuos y organismos intermedios todas las tareas que sean capaces de realizar de una manera más satisfactoria de lo que sería el caso sin que se hiciera cargo directamente de ellas él mismo.
En este sentido, su misión es promover la autonomía de los individuos y los grupos siempre que sea posible, incluso creando los medios objetivos para ejercer dicha autonomía. Por otro lado, el Estado está obligado a intervenir para organizar todas las actividades que, a pesar de su necesidad social, se verían perjudicadas por su abstención: por tanto, suple lo que los individuos y los grupos no están en condiciones de hacer por sus propios medios. La autoridad estatal es, a este respecto, únicamente un medio al servicio de una colectividad social: ella nunca la reemplaza, sino que viene a compensar sus deficiencias cuando estas existen.
Identificando la presencia de este principio de subsidiariedad a lo largo de la historia de la filosofía política europea, la autora muestra que él prosperó en la doctrina social desarrollada por la Iglesia a fines del siglo XIX. La obra nos permite así sacar de las sombras una corriente de pensamiento que insiste en el respeto a la autonomía social sin pretender nunca que ésta deba ser confiscada por el Estado, pero que igualmente rechaza un liberalismo sin principios que afirma que las sociedades humanas no tienen otra necesidad de interferencia centralizada que aquellas que son indispensables para su propia seguridad.
Artículo aparecido en Les Études philosophiques 3 (1994). Se traduce con autorización de su autor.