Borges, Tommy Johnson y Chusto Ulloa: tres relatos sobre el diablo, los sueños y la música.
Hay ciertas anécdotas que parecen nadar contra el olvido animadas por alguna fuerza extraña o bien por lo sobrenatural de su urdimbre. Las historias referidas al diablo, por ejemplo, me acompañan desde mi más remota infancia. Gallos de ojos rojos, sombras que merodean los pedregosos senderos de la noche campesina o perros negros, no son pocas las que puedo recordar de relatos familiares. Sin ir más lejos, hace unos meses mi abuela me refirió algo sobre su padre que me pareció de lo más interesante. «Mi papi contaba que, cuando salía a robar por las noches, se encontraba con el Diablo. Era un tipo a caballo, sombrío, siempre fumando. ‘No se preocupe’, le decía, ‘yo los voy a cuidar’.» Ignoro la veracidad de la historia y la fuente, lamentablemente, murió hace tiempo. Mi bisabuelo era, según he escuchado, un fervoroso creyente.
Fuerza extraña o sobrenatural urdimbre. Escribe Borges: «En el estudio psicológico The world of dreams, Havelock Ellis lo ha equiparado [el caso del poema revelado en sueños a Colerdige] con el del violinista y compositor Giuseppe Tartini, que soñó que el Diablo (su esclavo) ejecutaba en el violín una prodigiosa sonata; el soñador, al despertar, dedujo de su imperfecto recuerdo el Trillo del Diavolo». Como dos apéndices o notas al pie de la historia anterior son las de Tommy Johnson, guitarrista de Blues de Terry, Missisipi, y Chusto Ulloa, poeta popular de la localidad de Pirque. Del primero, se dice que pactó con el diablo para ser el mejor bluesman de su época. La suerte, sin embargo, le fue esquiva de forma tan irrisoria que dicho mito es atribuido en el imaginario popular a Robert Johnson —inmortalizado por los hermanos Coen como el bluesero de los Crossroads en O Brother, We Art Thou?—.
«Esa entonación la hice por una revelación de un sueño», dice Chusto Ulloa en un documental que encontré en la web hace un tiempo. «Yo hice varias entonaciones. Me acuerdo que la última que aprendí fue también de un personaje que… porque con esta persona que te digo que estaba aprendiendo, yo la veía tocando guitarra en el sueño y le aprendí la afinación. Era una persona que llegaba y tocaba y tenía una guitarra dorada muy bonita. Veía cómo colocaba los dedos, las afinaciones, todo. Al otro día pescaba la guitarra y hacía lo mismo. Eso se lo conversé al cura y el cura me dijo que era el diablo que me estaba turbando. Y ahí tuve miedo». Ulloa, hay que recordar, y como la mayoría de los poetas populares, fue un cantor a lo humano y lo divino. El canto a lo divino se caracteriza por tomar como fundamentos los versículos de la Biblia, y es entonado exclusivamente en ceremonias religiosas. Que haya sido, según la memoria del poeta, la figura del Diablo quien enseñó los rudimentos necesarios para aprender a tocar la guitarra me parece, por contradictorio, singular e interesante. Tiene, digámoslo así, la belleza de lo contradictorio.
No conozco otras historias sobre el diablo, los sueños y la música. Por ahora, sosteniéndome apenas sobre tres endebles relatos, creo que al diablo le gustan las cuerdas. Quizá, en un futuro poblado de máquinas y sintetizadores, sostenidas estas creencias por alguna fuerza sobrenatural o alguna extraña urdimbre, alguien aprenda a programar secuencias o loops. Mientras, tenemos las cuerdas.