«Soy fan de Lemebel pero no todos podemos serlo. Ni queremos», dispara el escritor en esta entrevista donde revisa su agitado año tras el estreno de Invierno y la publicación de No ficción, además de la crítica literaria hostil y los preparativos de Sudor, una nueva novela sobre el amor en tiempos de Grindr.
«Soy fan de Lemebel pero no todos podemos serlo. Ni queremos», dispara el escritor y cineasta en esta entrevista donde revisa su agitado año entre el estreno de Invierno y la publicación de No ficción, además de la crítica literaria hostil y los preparativos de Sudor, una nueva novela sobre el amor en tiempos de Grindr.
—Este año ha sido intenso y el resultado de unos cuatro años creativos. Hora de parar por un buen rato. Yo siento que ya estoy descansando.
Quien habla es Alberto Fuguet desde Canoa Quebrada, en Fortaleza, mientras suda por el calor de Brasil y cuenta que lo está pasando bien. Un día antes, entre aguas de coco y Gatorades, entregó Sudor, su próxima novela de más de quinientas páginas y el episodio final de una trilogía que se inició con la película Invierno y que tuvo su segunda parte con la novela No ficción.
Es el cierre de un año rápido y prolífico.
—Todo dura lo que dura y yo estoy cerrando un año, cerrando un libro y enviando Invierno a las noches de verano. Ya he leído en Twitter que muchos se quedarán en su casa viendo la cinta. Eso me encanta, lo reconozco.
Cinco horas y tres partes. Excesiva y agobiante, Invierno (2015) es un intento por romper la dictadura de las dos horas veinte minutos en el cine, de jugar con reglas propias. Es tan sobria como ambiciosa. Pero, ante todo, la cuarta película de Alberto Fuguet es la historia de una ausencia. De cómo la figura del escritor joven Alejo Cortés (Matías Oviedo) y su segunda novela Caída libre se vuelve abrumadora. De cómo sus amigos y enemigos literarios se ven consumidos, cercados por su memoria y por una sombra amenazante que no les da tregua.
Ahora, a ocho meses de su estreno y luego de un discreto paso por las salas de cine, Invierno estará online en paniko.cl desde las 00:16 del 1 de enero de 2016. El hito es importante: Fuguet siempre la pensó para ser vista en Internet.
—Esa fue la intención, sí. No seguir las «reglas de Hollywood» y tener una duración máxima de 140 minutos. Gracias a esa idea la cinta es como es y dura lo que dura y tiene tres partes. Eso me liberó y me hizo pensar que mis películas anteriores fueron más bien cuentos y no novelas. Ya que deseaba hacer una cinta de escritores, ¿por qué no usar el formato novela para ello? Novela pero en cine. Gracias a este poco interés de ir a la pantalla grande (prescindir de lo que llamo la seducción de la alfombra roja) es que llegamos a las pantallas locales de sorpresa. No fue pensado pero al final obviamente lo aceptamos.
»Ahora cada uno podrá decidir cómo vivir la experiencia: solos o con un grupo o una pareja y de una o en partes o de noche o el fin de semana. Mi deseo raro es que alguien la vea justo para el Año Nuevo y solo, pero ese es mi lado romántico-escindido hablando.»
—Me gustó que el personaje Alejo Cortés siempre transmitiera tranquilidad, paz. Es una taza de leche.
—Gracias. Esa fue la idea. Algo leí y me dije: «Alejo debe verse bien, debe transmitir paz, debe ser liviano, guapo, tranquilo». Cero ansiedad. Sabe que viene la paz y por eso está en paz. Toma pero más a solas. Era clave elegir el rostro clave. Lo encontré en Matías Oviedo. Como es músico sabe lo que es exponerse a solas frente a todos. No quise que tuviera un look de moda: hipster, digamos. Lo hablé con mi directora de arte Camila Manns: un look casi de niño de 15 virgen, bien afeitado, lindo. Pensé: «A Alejo se lo comen (en el mal sentido) en un taller literario». Matías usó muy bien su cuerpo delgado y le da fragilidad a Alejo. Matías está notable.
—¿Por qué escapar del cliché del escritor angustiado, demacrado y afectado?
—Porque el cliché se arma a partir de la mayoría y Alejo no es parte de la mayoría. Alejo no se viste como el resto porque no es como el resto. No anda angustiado o ansioso o joteando porque no puede ser parte del grupo. Se parece en algo a mi otro escritor: Andoni Llovet de Por favor, rebobinar (1994) y, supongo, en algo a mí. Si vas a filmar escritores, no puedes irte con el cliché, a pesar de que hay muchos que sí son auténticos y son cliché. Era clave poder conectar con él y que la gente se viera a sí mismo o alguien cercano. Es complicado conectar con un ser en ruinas.
Otro asunto que llama la atención de Invierno es la música, las escenas donde suenan temas completos y en vivo de Marineros o Black Panorama. Canciones de Dënver, Shogún, Fakuta. Pero hay algo que lleva a detenerse en Él Mató a un Policía Motorizado. Tanto “Más o menos bien”, “El magnetismo” o “El fuego que hemos construido”, las canciones que aporta la banda argentina, son perfectas para seguir los temas de Fuguet: la camaradería que se da entre amigos, los personajes solitarios que se resisten a un cambio, la salvación.
La idea fue del escritor argentino Ezequiel Acuña, un «hermano fílmico» de Fuguet. Algo los unió en el momento preciso: el director de Velódromo (2010) le mostró algo de Invierno y Acuña su película La vida de alguien (2015). Terminaron siendo productores asociados de la película de cada uno. Si la cinta de Acuña sigue a un grupo de amigos que tienen una banda y pierden a uno, la de Fuguet sigue a un grupo de amigos que tienen un escritor entre ellos y lo pierden. Tiempo después, Fuguet vio un recital de Él Mató a un Policía Motorizado en Buenos Aires.
—La idea era conectar con una sensibilidad mayor pero no por eso predecible. Él Mató a un Policía Motorizado no es Manu Chao. Al escuchar a los Policía me dije: «Más música y que la música también narre, tiñe, informe». Luego le informé a Heyne y me dijo «perfecto, aprobado». Estoy muy contento con la decisión. Aún no converso con la banda pero habían leído algo mío y les envié Velódromo.
—El vocalista de Él Mató a un Policía Motorizado, Santiago Barrionuevo, es declarado cinéfilo y actuó en la adaptación al cine de Ocio (2011) de Fabián Casas, ¿sabes si vio Invierno?
—No sabía pero no me sorprende. Fue más un lazo por mail. Pero ahí entra el tema de lo que llamo «la hermandad cósmica». No sé si pudieron ver Invierno o no me acuerdo. Estaban de gira para el Bafici pero les mostré las escenas que iban con sus temas. Yo amo esa película (Ocio), logré que estuviera en Cinépata. Soy fan de Casas y ambos somos fans de La ley de la calle (1983) y de (el escritor Andrés) Caicedo, y Fabián es uno de mis entrevistados auditivos en Locaciones (2013). Lazos hay al final. Muchos.
El anagrama de cinco horas de Invierno se puede comenzar a descifrar con la lectura de No ficción (2015). Hay ideas que cierran. Ambas se nutren, se complementan. En los personajes de Alejo Cortés (Oviedo) y José Quijandría (Pablo Cerda) se filtran algunos ecos de Álex y Renzo —los protagonistas de la novela—, esas amistades herméticas e impenetrables. Al límite.
—No ficción se alimentó de Invierno. Ese es el camino. Me propuse, después de analizarlo y leer harto y ver cintas, qué y cómo podría aportar yo al bromance. Yo pienso que ese género es ultra gay y ultra romántico pero que no debe romperse con una escena de sexo. O si se hace, hay que tener claro que la cinta o la novela se irá por un camino nuevo. Invierno es acerca de cómo una novela remece un grupo, cómo una amistad que es amor entre hombres debe ser consumada a pesar de que uno de ellos no está. José es un hétero o un zorrón que capta que ama a Alejo cuando ya no está. Es una suerte de Vértigo (1958). Y por eso usa su ropa y se transforma en Alejo casi y al final no se puede acostar con él, pero hace algo semejante que es acostarse con la supuesta mina de Alejo y la que le provoca celos. Esa escena, a nivel morbo, me hubiera encantado. O filmarlos desnudos en la piscina. O Pablo Cerda y Matías Oviedo duchándose, pero no era ese el lazo.
—Me da la impresión de que cada una de tus tres últimas obras es la evolución natural de la anterior: Invierno insinúa mucho, No ficción profundiza en esas amistades raras e intensas pero agrega la tensión de no concretar y, por lo que he leído, en Sudor hay mucha carne, sin lazos, ¿podrían funcionar como una trilogía?
—Invierno da a No ficción y No ficción da a Sudor. Y todas hablan con Por favor, rebobinar que para mí es la matriz. Mala onda (1991) habla con Por favor, rebobinar y Aeropuertos (2010) es como la Por favor, rebobinar unos años después. Sí creo que estoy en una trilogía y sí, no siempre se arma de cine. Esta es la trilogía íntima de los amigos, con fricción o sin fricción. Igual creo que todas salen de Por favor, rebobinar. Ahí están los escritores con un lazo raro y el suicidio; está el mundo que se insinúa en Mala onda. En Por favor, rebobinar hay un capítulo llamado “El desorden de las familias” sobre dos hermanos y el cuasi incesto entre ellos. Cómo se desean. Yo no soy crítico pero creo que todo viene de Por favor, rebobinar, es como el centro del planeta.
—¿Cómo llamarías a esta trilogía de Invierno, No ficción y Sudor?
—Aún no tiene nombre pero Trilogía desnuda puede ser. O Frontal. Personal no tanto porque yo siento que, para bien o mal, toda mi obra lo es. Incluso Tinta roja (1996), que es la más lejana a mi mundo, es quizás el más cien por ciento autobiográfico de todos mis libros.
Desnudo frontal
—No ficción se originó como se han originado todos mis otros libros: con una frase inicial que me siguió dando vueltas. En este caso sentí que era una frase que evocaba muchas cosas («Voy a escribir de ti, hueón»), era algo peligrosa (a la gente le da miedo que escriban de ellas cuando el que verdaderamente corre peligro es aquel que escribe), tenía gancho y además ayudaba a instalar una suerte de sub-sub género que me encanta: las novelas del making of, que no son precuelas sino que son acerca de cómo se arma o recopila una novela. La investigación, digamos. En ese sentido, esta novela viene claramente, por lo menos estructuralmente, de Missing (2009), que tenía el subtítulo de una investigación y que, a pesar de que se leyó como pura verdad, como no ficción pura y dura, tenía no pocos elementos de ficción.
—En una escena de Invierno el personaje de Quijandria le dice a Alejo que hizo el camino al revés con sus libros. En tu caso, ¿sientes que es lo mismo? ¿No ficción es el libro más personal de tu carrera?
—¡Empezamos con la semejanzas! No para nada. De verdad. Mala onda y Por favor, rebobinar me parecen muy expuestos y quizás si no quedé desnudo sí quedé con boxers y capaz que en Por favor, rebobinar mostré hasta los pelitos. No ficción puede ser más frontal pero no más personal. Puede ser más gay pero lo gay no es lo único que me define. Yo creo que Por favor, rebobinar es ultra gay y raro y cercano y demente y triste. Espero no ser más triste o raro o demente o escindido. Mi cuerpo es una celda (2008) puede ser un libro cercano y lo es desde una vía tangencial. Missing lo es. Y nada. Más que cuál es el libro más personal de mi carrera, que no necesariamente puede o debe ser el mejor, me gustaría creer que todo es personal o pertenece a mi planeta y que mi carrera es la personal.
—Pero es una nueva etapa. Más frontal, tal vez.
—¿Desnudo frontal, dices? Puede ser. Jajajaja. Yo diría que más frontal, eso puede ser. Llevar la memoria y lo personal y lo que se llama autoficción más allá. Al desnudo frontal. Me gusta esta idea. Además, uno ve tan pocos desnudos masculinos frontales, quizás por eso sorprenden tanto. Lo que no me compro del todo en esta narrativa que se va armando con No ficción, es que hay un vuelco hacia mí. Puede ser. Uno no es experto en uno mismo, para nada. Yo siento la trilogía (Invierno, No ficción, Sudor) como obras ligadas, que indagan en mi biografía pero más que nada en ser escritor. Yo me negaba y reclamaba del género de «escritor que escribe de escritores» y traté de nunca escribir una.
—¿Qué cambió con Invierno?
—Capté que si iba a dedicarme a escritores, debía hacer algo cercano. Íntimo. No iba a resultar de otro modo. Y lo que no pude hacer en Invierno (la pulsación homoerótica está, pero la cinta no daba para algo más intenso o gráfico) ingresó a No ficción y claramente a Sudor, donde Alejo Cortés tiene un rol importante, tal como Augusto Puga (Iñigo Urrutia) que ya había aparecido nombrado y citado en Velódromo.
»No ficción es más frontal, más explícito, porque solo podía contar la historia de ese modo. Esta novela no puede ser discreta o de buen gusto. Invierno es más insinuante y romántica, aunque No ficción me parece ultra romántica y los dos lo son. Quiero que la gente sienta cosas. Igual me asusta quedar rotulado, para qué negarlo, pero ya llevo varios meses con Invierno y No ficción y no ha pasado nada.»
—Se le ha dado mucha vuelta al tema homoerótico en los comentarios sobre No ficción, pero siento que va más allá: es sobre literatura, una exploración sobre los límites de la amistad y esta idea universal de que siempre hay alguien que quiere más.
—Es universal y también fuguetiana. Y aún así un público gay la siente cercana. En todo caso, un poco de misterio es bueno y además es parte de mi personalidad. Nunca me ha complicado ser distinto, me complica ser conocido o famoso o leído o pelado. Que hablen de mí, que me lean, que opinen. Ese es mi rollo. Que ahora hable del tema gay —¿es tema?— es porque el tema lo amerita y por el título, sino jamás. A pesar de que mi obra es personal y usa mi material, yo no deseo ser el centro de la discusión. Si acá he hablado más no es por un supuesto tema gay, sino porque Álex se parece sospechosamente a mí, pero más que nada porque es escritor.
—¿Con No ficción se rompe algo en tu narrativa o solo haces más explícitos temas que ya exploraste?
—Hace más de un año, de hecho, Edmundo Paz Soldán escribió un estupendo prólogo sobre las tensiones gay y las obsesiones homosexuales en mis libros y películas. Salió en Juntos y solos (2014) y nadie lo comentó. Lo que pasa que es que nadie pregunta tampoco. El mundillo literario puede ser alocado en las fiestas post Ferias del Libro pero a la hora de preguntar son pudorosos y le dejan el terreno a los más exhibicionistas. Yo soy antes que nada tímido y fóbico, pero no hétero. Fui solo, pero solo como lo puede ser alguien que no puede conectar con mujeres y que claramente le gustan los hombres en todos los aspectos: como personajes, como amantes, como amigos, como inspiración, en la cama, para filmarlos. Varios académicos sagaces han visto pulsaciones en mis textos, algunos que ni yo había captado.
—¿Cuáles son? Profundiza.
—Tengo clarísimo el grado de elementos y componentes gay desde el día uno. Y es lógico. Yo escribí Sobredosis (1990) en medio de mi primera relación con un tipo. El cuento de “No hay nadie allá afuera” es acerca de la obsesión y la amistad cercana entre dos hombres y es como una suerte de precuela de No ficción. Hay tensiones en Mala onda o, al menos, un bromance intenso. En Por favor, rebobinar hay mucho, desde el triángulo literario Andoni-Ignacia-Baltasar hasta un incesto gay entre dos hermanos. Y está Missing y el episodio con el marinero. Música campesina (2011) tiene esta cosa del paraíso de una casa con porche de puros hombres. Mejor dicho: ¿cuántos lazos hombre-mujer hay en mis libros? O dicho de otro modo: ¿hay realmente conexión erótica de mis hombres con mis mujeres? Por qué será. ¿Para qué hablar de Invierno? Me gusta lo masculino en todo los sentidos. Y, por lo tanto, los hombres.
—¿Leíste algún libro o viste alguna cinta gay que te inspiró para escribir No ficción?
—Sí, Weekend (2011) de Andrew Haigh me impactó: ultra gay, ultra caliente, ultra explícita pero romántica, fina, masculina. Es el mismo de Looking (2014). La estética gay imperante me parece divertida y hasta intensa pero no la siento del todo mía. Lo importante es escribir de una estética y una onda propia. Lo que deseaba antes era ser más insinuante y no quedar catalogado como un autor que solo escribe de ciertos temas. Quería ser algo más que gay. Y siento que lo soy. Ya lo hablamos, con Alejo: a la larga es un tipo calmado, no intenso o ansioso, pero guapo, romántico, misterioso y es capaz de «strike a pose» a la hora de posar, ¡puta que es fotogénico!
—En No ficción Renzo se siente traicionado y finalmente Álex asume que todo lo usa, que todo es material. ¿Estás de acuerdo en que no se puede confiar en un escritor?
—Algo. Quizás confiar es algo intenso, pero sí, un escritor no traiciona pero usa. No le queda otra. O al menos los escritores que me interesan y entre ellos espero estar yo. No me leo mucho pero me intereso o quiero emular a los que admiro. Más que hijo de puta, debe ser libre. Debe entender que al final todo lo que escribe puede quedar y puede emocionar a otros y su pega es esa: emocionar con su material y su vida. Escribir no es destruir, pero sí es a veces destruirse. Acá Renzo es el que lo trata así, pero si Álex soy más o menos yo, acaso el que se desnuda y expone soy yo. Para llegar a cierto nivel debes sacrificarte.
—¿A veces fantaseas con qué tipo de novela terminó escribiendo Álex? ¿Tienes alguna idea?
—Buena pregunta. No sé. No lo había pensado. Creo que no fantaseo con eso. Sí sé que las novelas anteriores de Álex se parecen a las mías. Eso lo tengo claro. Capaz que no escribió nada. Eso creo. Eso me ha pasado. Uno tiene una cierta obsesión y luego se vive algo intenso y no se escribe nada pero necesitabas un cierto permiso para poder vivir eso que te parece literario. Yo quería conocer Iquitos y pasar un tiempo ahí y la excusa fue una cinta que nunca filmé. Quizás eso le sucedió a Álex. O capaz que en efecto escribió una novela, pero algo me dice que es mejor el making of del libro, el encuentro y la negociación con Renzo, que el libro en sí. Lo ideal-ideal sería que la novela al final terminara llamándose No ficción (y no Paquete o Perineo) y se pareciera sospechosamente a No ficción. No me la puedo imaginar distinta.
La crítica
Ahora es marzo de 1992 y en la Revista de Libros de El Mercurio aparece la crítica “Novelas de verano” con los cuatro libros más leídos en Chile durante febrero. Uno de ellos es Mala onda, la primera novela de Fuguet. Quien escribe, o más bien critica y de paso destruye, es José Miguel Ibáñez Langlois, más conocido como el cura Ignacio Valente:
Se me hizo insoportable. Grandes serán las tragaderas que necesita un crítico literario, y creo que las mías lo son, pero no llegan a tanto para terminar esta bazofia (…) El autor se especializa en lo más tonto que el alma adolescente puede albergar, rindiendo un culto desproporcionado a lo más efímero de la moda juvenil del día.
Para devolver el golpe, Fuguet usó una frase de Valente en la franja promocional de Mala onda aunque, por cierto, el artículo lo alteró y lo hirió. Se sintió abusado. Y sobreexpuesto. Veintitrés años después, la crítica volvió a darle con todo. Esta vez, Patricia Espinosa escribió duramente sobre No ficción en Las últimas noticias:
Una característica central del volumen es la construcción de una realidad protegida e higienizada. Hasta el habla seudojuvenil de los personajes, cargada de neologismos actuales y ochenteros (como el «me captas», que se repite mil veces) y de groserías apitucadas, resultan forzadas, ajenas a cualquier suciedad.
No ficción, lejos la peor obra de Fuguet, solo consigue validar a un tipo de gay neoliberalizado, alienado en el exitismo y las crisis sentimentaloides.
La crítica titulada “El zorrón y el confundido” levantó una polvareda, Espinosa fue bautizada como «la crítica literaria más temida de Chile» por un diario, mientras varios escritores acusaban «bullying ideológico» o profundizaban en el estado de la crítica literaria en el país.
Fuguet, por esta vez, tomó palco.
—Espinosa, tal como en su momento el cura Valente, con la que tiene muchos puntos en común, terminó ayudando a un libro mío en vez de sepultarlo como era quizás su plan. Es raro que sigo generando críticas ideológicas. Mala onda fue destrozada por degenerada y decadente; No ficción a esta señora le pareció que era poco gay, poco marginal, que no tenía nada que ver con el mundo marginado de los homosexuales, pero nunca fue esa mi intención. No ficción no es acerca de estar al margen, sino sobre dos que se marginaron. Creer que todo lo gay es travesti, es carencia, es violencia, no es querer entender tanto los logros y las luchas de los gays. El tema ahora quizás es otro: si lo gay no es marginal, ¿qué es? Y cómo se representa. ¿Puede existir, digamos, un cine o un novela gay que sea gay? Alegre. Burguesa. Urbana. Soy fan de Lemebel pero no todos podemos serlo. Ni queremos.
»Patricia Espinosa no me atacó por ser gay, sino por no ser gay a la manera que ella cree que se debe ser gay. Yo digo: somos iguales y también somos diversos. Las etiquetas son el nuevo estigma pero también entiendo que ahí delato mi edad: ya no importa porque los Milenos etiquetan todo. Es la manera en que Google googlea. Ya lo he sido: etiquetado, ninguneado, destrozado y renacido. Yo mismo me equivoqué con McOndo (1996), ahí pisé el palito. Hoy pasaría piola. Creo que este libro sale cuando ya me siento más cómodo con el adjetivo fuguetiano. Y me parece que las novelas y la película son muy mías en cuanto a lengua. Son súper Fuguet. O Fuguet reloaded. Potenciado.»
—¿Qué te pareció todo lo que generó después esa crítica? Las columnas de Claudia Apablaza y Gonzalo León; las de Diego Zúñiga y Camilo Marks en este medio. ¿Estuviste al tanto?
—Estuve al tanto, sí. Y es un honor que te defiendan y divertido ver que todos, no importa su supuesta fama, son supuestas víctimas del bullying ideológico. Lo miré con algo de asombro. Más allá de si No ficción lo provocó (quizás) al final fue acerca de otra cosa: el estado de la crítica, los que tienen derecho (Marks, al que le gustó No ficción defendió a Patricia Espinosa, lo que me pareció genial y leal), el rol del creador ante sus supuestos críticos. Si algo tuve que ver, genial. Un libro debe provocar y generar conversación. Y eso no se puede si todo es unánime.
—El otro día hablaba con un conocido sobre la polémica por la crítica de Patricia Espinosa y me decía que más que reproches contra Espinosa las reacciones eran una demostración de tu peso como escritor. Que, finalmente, ya no es tan fácil criticarte. ¿Estás de acuerdo?
—¿Si tengo peso como escritor? No me corresponde decirlo. Creo que ya tengo mis libros en la mochila. Creo que, bueno o malo, soy coherente. Tengo masa crítica. Más allá de que sea o no fácil criticarme, lo importante no es eso, sino si es posible leerme y hablar de los temas del libro o incluso de otros temas a partir de esa novela. Lo malo de esta pregunta es que ahora tengo cero chances de que Espinosa hable bien de mis futuros libros. Pero también es cierto que ella puede renunciar. Y yo he seguido. Más que un cierto peso (que puede ser) tengo resiliencia. Sigo. Llevo su tiempo. Y no me han noqueado.
»Si puedo ayudar a que en efecto la señora Espinosa deje de ser marginal y sea pop —ella ganó más que yo, se hizo, digamos, famosilla, estuvo en la discusión pop y no relegada en el extraño ghetto cultural de un diario como LUN, que apela a un público que no está interesado en la prosa de esta intelectual—; entonces excelente. Patricia Espinosa sigue siendo predecible —creo que yo no a pesar de no cambiar tanto de lo que yo denomino «mi mundo»— pero al noquear de esa manera a No ficción hizo que el libro le devolviera un combo y se armó una legítima pelea literaria. Lo que me llamó la atención es que ni siquiera participé. Miré. Quizás eso es peso literario. No participar y estar presente igual. Así que gracias, señora Patricia.»
Bienvenido a mi mundo (no es grande, pero al menos gira)
—Alguna vez leí que no tenías Instagram o Twitter por pudor, para escapar de ser «marketeable», ¿por qué apareciste en esas redes sociales antes del lanzamiento de No ficción? ¿Qué cambió?
—Para quizás serlo. Para ahorrarme tiempo, crear un vínculo, intrusear, mirar. En rigor fue para investigar Sudor, pero también porque me lo recomendaron en la editorial y vi los beneficios. Se arma un vínculo o, mejor, se refuerza un vínculo.
—¿Antes te complicaba ese vínculo? ¿Lo negabas?
—Tengo un lazo con mis lectores y con los que ven mi cine. Lo admito. No escribo para ellos, pero siento que muchos se parecen a mí o tenemos afinidades y por eso me leen y formamos algo que es una suerte de relación. Es raro, pero me ha dado más tiempo y soledad y calma.
»Tampoco estoy confesándoles lo que hice anoche o si tengo diarrea o ando tenso o enojado. A veces comparto un viaje, sobre todo si es literario, una gira, un festival. No ficción se ha beneficiado mucho de las redes y ahora espero que Invierno. Tampoco creo que durará para siempre. El pudor sigue. No hago selfies en pelotas. Para eso están los libros. Las tres redes no son mi diario de vida. Es para jugar. Yo antes más sapeaba, ahora participo en forma leve y fome. No soy un Milenio, ojo. Igual esto me parece extraño: mostrar tanto, exponer tanto. Ando jugando, explorando. ¿Mal?.»
—Has dicho que no te gusta estar expuesto, que te aterran los súper éxitos, que te agrada no ser un best seller. Con No ficción ha sido lo contrario: exposición frontal, firmas de libros de muchas horas, estar en la lista de los más vendidos por más de un mes e, incluso, algunas escaramuzas literarias. ¿Cómo lo llevaste?
—Exposición frontal, sí, pero me puse bloqueador. No creo que sea tan súper-éxito, pero va bien. Agotan más algunos viajes ¿Estar expuesto? Sí. Entrevistas como esta. Pero lo he llevado bien. No me gusta tanto pero no me aterra. No estoy adicto. He podido terminar de editar una novela nueva mientras se lanzó No ficción o se terminó de promocionar. Las escaramuzas no me han afectado. Mi vida personal está bien. Y si bien la idea de la fama la he vivido antes, con Mala onda, esta me ha pillado más tranquilo, más viejo, sin dudas. Sin drogas. Afectivamente calmado, en una relación, pasándolo bien. Armado.
»Quizás fue llegar a los 50. Quizás filmar Invierno como si fuera la última. Y creo que es la última en cuanto a ficción. Estos dos libros nuevos («los gays», como algunos ya le dicen) yo los veo más que como, por un lado, el fin de la trilogía y, por otro, los libros que nacieron del cine. De mi cine. Que se aprovecharon de lo que aprendí filmando. Ahí también está Missing (que es autoficción más que no ficción) y Aeropuertos, que lo motivó un corto.»
—¿Qué quieres hacer después de este año tan expuesto?
—¿Planes? Vacaciones, vacaciones. Y no crear por un buen tiempo. Seguro que haré más libros pero por ahora solo híbridos. Deseo descansar de la novela y sin duda del cine. Me veo haciendo un libro de memorias de cine o algo así, una suerte de Cinépata 2. Deseo colaborar con guiones. Ojalá adaptando. De pronto hacer un documental a lo Locaciones pero más found footage. Me atrae demasiado indagar en porno. Y leer, ver, escribir crónicas. No sé, algo de periodismo. Haré un curso en la UDP que me tiene inquieto y contento. Eso. Sí, cambiar de folio. No jubilar pero parar un poco y buscar proyectos creativos raros y, por ahora, no tan intensos. «No le pido mucho a la vida, ¿acaso es mucho pedir?». Eso de Velódromo. A ver si puedo lograrlo. Veamos.
Sudor, Carlos Fuentes, Grindr
La próxima novela de Alberto Fuguet llevará por título Sudor y será lanzada en toda América Latina en abril de 2016. Por eso, de momento, se sabe poco o nada. A Fuguet no le gusta hablar de libros que aún no salen, pero ha dejado algunas pistas en entrevistas: que será acerca de las noches de verano en el Santiago gay de hoy, que tendrá más de quinientas páginas, que será algo así como «el amor en tiempos de Grindr (el Tinder gay)». También que, a diferencia de No ficción, tratará sobre qué pasa cuando sí hay carne pero no hay intimidad; que podría leerse como un spin-off de Invierno porque aparecen Alejo Cortés y su rival literario Augusto Puga. Y que habrá un nombre —y una referencia y una deuda— que se repetirá: el del escritor mexicano Carlos Fuentes.
—Es más la idea de un escritor ultra importante del boom. Eso me fascinó. Soy hijo o nieto del boom. Odié supuestamente a García Márquez e hice McOndo; soy fan y he imitado y robado a Vargas Llosa y tuve la suerte de conocerlo y ser algo así como un amigo chico y presentarle un libro y de leernos; fui alumno de Donoso y hasta aparezco en Correr el tupido velo (2009); y siento que mi propuesta no existiría sin Puig. Me faltaba Carlos Fuentes, con el que no conecto pero me fascinó un libro suyo, que hizo con su hijo, llamado Retratos en el tiempo (1998). Pensé: cómo se es hijo de un famoso así. Leí y conocí y quedé impactado con el suicido de Pilar Donoso. Y nada: me fascinó la idea del entourage (séquito) tanto personal como editorial de un escritor famoso famoso. Extra grande. Sudor es una fantasía a partir de imaginarse lo que implica ser hijo de alguien inmenso o que se cree inmenso y que triunfó en muchos aspectos. Es mi saldo con el boom.
—Para cerrar, tus libros muestran siempre elementos que, siento, te obsesionan: intimidad, cercanía, una camaradería que lleva a tus personajes a hablar de una amistad como sociedad. Ahí conectan. Sobre eso, has adelantado que en Sudor hay mucha carne pero no hay intimidad. ¿Te costó introducir esos elementos que te interesan en la novela?
—Supongo que esos son mis ingredientes, sí. Sudor es una novela grande y no puede ser todo carne o pelos o axilas. Hay mucha intimidad y lazos pero, sin adelantar, es acerca de una forma de relacionarse que los gays han perfeccionado: los amigos como familia, los amigos como red. Alf, el protagonista, tiene lazos profundos con amigos —algunos con los cuales tuvo hasta sexo al comienzo—, pero tiene sexo con desconocidos. Lo que me preocupa es cuando alguien no tiene intimidad en ninguna parte. Sin sexo me parece que uno se las puede arreglar; además están las manos, el porno, los libros, las series, el cine, la música. Eso es No ficción. Y quizás Invierno. Pero nada de intimidad, es complicado. Sudor quiere entrar en ese mundo: sexo express pero amigos a los que uno les cuenta todo.