Una inquietante ambivalencia caracteriza a los personajes de la última novela de Mario Bellatin, donde el narrador da la impresión de sumergirse constantemente en una corriente irrefrenable de tiempo y palabras, mutando ostensiblemente cada vez que logra salir a flote. La sensación de naufragio inminente se une a la presencia fantasmal del Autor, de cuya supervivencia el escritor se empeña en hacer cómplice al lector, recordándole que no es primera vez que visita esos lugares que la historia recorre.
Esconder significa dejar huellas,
pero unas que sean invisibles.
Walter Benjamin
Una inquietante ambivalencia caracteriza a los personajes de la última novela de Mario Bellatin, donde el narrador da la impresión de sumergirse constantemente en una corriente irrefrenable de tiempo y palabras, mutando ostensiblemente cada vez que logra salir a flote. La sensación de naufragio inminente se une a la presencia fantasmal del Autor, de cuya supervivencia el escritor se empeña en hacer cómplice al lector, recordándole que no es primera vez que visita esos lugares que la historia recorre.
La Colonia de Alienados Etchepare parece un lugar arrebatado al oscuro pasado de la medicina moderna: uno puede ver en Youtube registros muy actuales, donde enfermos mentales privados de toda dignidad se encuentran postrados, atados a una cama o deambulando con la mirada perdida por pabellones tan a mal traer como sus improbables habitantes. De acuerdo con un informe redactado en el año 2012 -a cien años de su creación- por dos de los médicos a cargo, ¨no todas las personas derivadas a la Colonia padecían trastornos psiquiátricos. Los ingresos por falta de recursos económicos y sociales, las personas conducidas por la Policía con rótulo de “vagabundo” y los adolescentes y jóvenes traídos por sus familias que declaraban no poder “hacerse cargo de sus cuidados” constituían un alto porcentaje.¨ En el año 2015, la Colonia, ubicada a 70 kilómetros de Montevideo, se convirtió en objeto de atención de los medios a consecuencia de la muerte de uno de los internos que había sido atacado recientemente por una jauría de perros salvajes que merodeaban en su interior.
Este es el escenario que el escritor peruano-mexicano Mario Bellatin escogió para ambientar su novela más reciente: Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver (Alfaguara, 2017) en la que un ¨escritor fracasado¨, un ¨sujeto carente de talento¨ -como lo califica la voz que narra la historia, en un torrente de palabras ininterrumpido e inquietante- imparte un taller de escritura a un grupo de ciegos, del cual no llegamos a saber a ciencia cierta si forma parte de los alienados o del particular grupo de internos abandonados por sus familias, de que hablaba el informe anteriormente citado. El escritor -especie de referencia constante a la figura del Autor que recorre la obra- es también físicamente deforme, según relata una narradora -en apariencia, femenina- a su hermano, tan ciego como ella y además, sordo. La propuesta consiste en la elaboración de un libro colectivo al que cada interno asistente al taller debía contribuir mediante la redacción de una página que, unida a lo escrito por el resto, daría forma a una historia cuyo autor final sería, no el conjunto de los concurrentes sino ¨la luz sobre la luz¨, expresión de la que nos enteramos hacia el final de la novela y que coincide con el nombre que Bellatin dio a un taller de similares características que alguna vez impartió y al cual hace mención en Conversaciones con la Cultura (Guadalajara, 2014):
No conozco a nadie que sea capaz de escribir un libro bien estructurado y auténtico en 20 horas. En estos talleres siempre surgen los textos, a pesar de las circunstancias, que en este caso además incluyen un aparente defecto. Pero en realidad es un virtud. De esa falta de visión nacen posibilidades narrativas que yo, como autor, me encuentro envidiando, como su capacidad de abstracción o su memoria, que son impresionantes.
Aunque a primera vista pueda parecer banal o sin interés relevar los distintos materiales provenientes de la realidad circundante que Bellatin utiliza en la construcción de la novela, son materiales, sin embargo, que va diseminando como pistas de un discurso personal, temporal y recurrente, que no solo lo incluyen sino que, al parecer, lo presuponen. En efecto, el escritor, en la novela, ¨mueve el único brazo del que dispone¨ (al igual que el autor) y da la impresión de que ¨en realidad habla consigo mismo¨, en palabras que la narradora escribe a su hermano, gracias a un dispositivo que lleva colgado al cuello mediante ¨una gruesa cuerda¨, haciéndonos pensar en esa especie de lastre que constituyen los aparatos electrónicos modernos, por medio de los cuales nos comunicamos diariamente con los demás y que muchas veces reemplazan una posible y deseable comunicación directa. La presencia del Autor -declarado muerto hace años y que en la novela tiende a enmascararse por la vía de una permanente alusión, al modo de la famosa carta robada de Poe- se manifiesta como uno de varios temas relevantes en la obra de Mario Bellatin, quien de este modo se asemeja a un artista como Gustav Mahler, de quien Theodor Adorno dijo que ¨cada nueva obra suya critica a la anterior¨ -para lo cual necesariamente debe citarla y traer a colación el material anteriormente utilizado.
Esta Carta sobre los ciegos, por otra parte, toma su nombre de una obra homónima del enciclopedista francés Denis Diderot. Citada en parte como epígrafe (con un error de traducción aparentemente irrelevante pero en realidad bastante significativo) y unida a una cita de los Evangelios (¨Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el pozo¨, Mateo 15:14) permite construir una metáfora de nuestra incapacidad para ver lo obvio, a pesar de contar supuestamente con las facultades necesarias para hacerlo. Dice Bellatin en Conversaciones con la Cultura:
Aquí el alumno he sido yo…Me han dado la lección de que los ciegos son otros: los brutos , los imbéciles, los que no entienden razones. Yo sé que esto parece cosa hecha. Me escucho a mí mismo diciendo un cliché. Pero es cierto.
Hay otras formas de ver, sin embargo, y nos encontramos con una de ellas también en esta novela: el don de profecía. El supuesto destinatario de las palabras de la voz que narra es un personaje de nombre Isaías, como el profeta bíblico. Este personaje -ciego de nacimiento y poseedor de una enorme capacidad de sacrificio altruista, de acuerdo a lo que oímos relatar a su pretendida hermana- puede percibir gracias a un infalible olfato las características anímicas de quien se encuentra frente a él. Pero la profecía -que Bellatin declara haber experimentado en diversas ocasiones como escritor, anticipando en su obra hechos futuros- aparece también encarnada en su última novela en la figura del Profeta Mohammed, de quien se aclara que es este su verdadero nombre y no el de Mahoma, como se acostumbra llamarlo. El Profeta habría ordenado quemar todos los perros en Meca, declarándolos, además, impuros por la eternidad. Contrariamente a esta actitud que el Profeta adopta, en la Colonia de Alienados Etchepare asistimos a las manifestaciones de grupos animalistas que defienden el derecho de los canes a vivir, a pesar de constituir un peligro letal inminente para los habitantes de la Colonia. Recuerda de algún modo la incómoda pregunta de Matsuo Bashô al hallar a un pequeño abandonado:
Los que se compadecen de los monos
¿cómo se portarán con este niño
en el viento de otoño?
¨Jamás nadie ha reclamado por la muerte de un loco¨ -dice la voz que escribe a ciegas la carta- y, aludiendo al dictamen del Profeta, se cuestiona en relación a los perros si prefiere ¨sufrir con la muerte esporádica de uno que otro compañero de reclusión o soportar el horror que desataría una matanza despiadada con el fin de erradicarlos.¨ Uno se pregunta, ante la recurrencia incansable del tema, si no habrá un subtexto asociado a esta matanza, así como al relato de la navegación de ambos hermanos en un barco de nombre Lailajilalá -también recurrente-, una Stultifera Navis que habría sido asaltada a la manera de los despiadados piratas somalíes, de cuyos crímenes se tuvo noticia en tiempos cercanos a los sucesos de la Colonia Etchepare que aborda la novela. Por lo pronto, puede aventurarse una posible interpretación: se nos dice que el Profeta no ordenó inmolar los perros por razones de salud pública, sino porque solían escarbar con sus patas las tumbas y desenterrar los cuerpos enterrados. ¿No será que esos cuerpos exhumados representan al gran ausente que da vueltas por la obra: el Autor, de cuya declarada muerte Bellatin parece recelar? Sobre todo teniendo en cuenta que el majadero Lailajilalá que oímos durante gran parte del relato no es sino una forma sonora de la profesión de fe islámica ¨La ilaha illa-Allah¨: Nadie tiene derecho a ser adorado, salvo Allah.
Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, Mario Bellatin, Alfaguara, 2017, 90 páginas, $9.000.