Las reacciones al Premio Nacional de Literatura 2014 de Skármeta

por · Agosto de 2014

El pasado viernes, el favorito del oficialismo, Antonio Skármeta, se convirtió en el nuevo Premio Nacional de Literatura 2014, por encima de nombres como Pedro Lemebel y Germán Marín. El autor de El ciclista del San Cristóbal fue escogido por un jurado compuesto por el actual ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, el rector de la […]

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El pasado viernes, el favorito del oficialismo, Antonio Skármeta, se convirtió en el nuevo Premio Nacional de Literatura 2014, por encima de nombres como Pedro Lemebel y Germán Marín.

El autor de El ciclista del San Cristóbal fue escogido por un jurado compuesto por el actual ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, el último premiado Óscar Hahn, el representante del Consejo de Rectores —que este año corresponde a la UMCE— Jaime Espinosa, y el representante de la Academia Peruana de la Lengua, Pedro Lastra.

Así reaccionaron distintos críticos literarios, editores y escritores en la prensa.

La risa saturada

Por Matías Rivas
Publicado en La Tercera el 23 de agosto de 2014

Antonio Skármeta no merece el Premio Nacional de Literatura, pese a que se lo acaban de otorgar. Su escaso aporte a la historia literaria chilena se remonta a un par de libros de cuentos que publicó en los años 60 y 70, entre de los cuales destaca el relato El ciclista del San Cristóbal. El resto de su obra sólo es conocida por su simplonería y su prosa floja. La crítica ha sido lapidaria con él, no sólo en nuestro país.

No obstante, ha logrado hacerse famoso por redactar novelas cursis que venden bien, por su capacidad para promoverse explotando la figura de Neruda, al que transformó en un tontón patético en su obra Ardiente paciencia. Skármeta, sin embargo, tenía los méritos suficientes para ganar otro tipo de premios que no son de índole literaria. Se le podría galardonar por su trabajo como rostro televisivo de El show de los libros, en el que aparecía siempre sonriente; o por su rol como embajador en Alemania del gobierno de Ricardo Lagos.

Además, hizo un arduo trabajo de campaña con la Presidenta Bachelet, lo que tiñe a este galardón de un sabor a pituto, a devuelta de mano. En cualquier caso, no debería extrañarnos que hayan primado factores políticos por sobre el valor literario a la hora de entregar este anhelado premio. No es la primera vez ni será la última en que el poder le da la espalda al mundo cultural con tal de entregar una prebenda a uno de los suyos, de los simpáticos que animan las fiestas con anécdotas. La administración de Sebastián Piñera hizo un similar uso de este reconocimiento al dárselo a Isabel Allende, otra autora cuya virtud era exclusivamente su popularidad. Skármeta dejó a Germán Marín y a Pedro Lemebel, sus mayores competidores, en el camino.

Se trata de una situación absurda, ridícula, que raya en la vergüenza.

Los vencidos, los que fueron objetados y excluidos por un jurado dudoso, son escritores de envergadura, capaces de inventar mundos y de ampliar los márgenes de nuestra memoria. Pero Skármeta, con su sonrisa satisfecha, venció a los trabajadores del lenguaje. El Estado chileno lo prefiere a él, pues es cómodo como sujeto intelectual, ya que jamás ejerce la crítica hacia el poder y sus libros son inofensivos.

Un joven perpetuo

Por Camilo Marks
Publicado en El Mercurio el sábado 23 de agosto de 2014

Este año, la decisión del jurado debió ser más difícil que lo habitual, ya que todos los candidatos poseían indudables méritos (a ellos debe agregarse el nombre de Diamela Eltit, quien no postuló, pero fue patrocinada por Óscar Hahn, el eminente poeta laureado en 2012). Más allá de los comentarios que surgirán, algunos ácidos, otros halagüeños, es incuestionable que Antonio Skármeta posee una larga y distinguida carrera y que se ha destacado prácticamente en todos los géneros literarios: el cuento, la novela, el ensayo y hasta la adaptación teatral o cinematográfica. Ya en 1967, la colección de relatos breves El entusiasmo, fue recibida sin reparos por Alone, quien resaltó la frescura, la originalidad y la celebración irrestricta de la juventud presente en su prosa. Esa vena continuará con su siguiente título, Desnudo en el tejado y resulta evidente en el resto de la copiosísima producción del autor oriundo de Antofagasta. Skármeta no parece haber envejecido en lo más mínimo, y cada ficción suya vuelve a tratar, de una u otra forma, los temas vitalistas que hizo suyos desde el principio y que de algún modo culminan en Ardiente paciencia (1985), exitosamente llevada al celuloide. Es prematuro aún juzgar el conjunto de la obra de este escritor que exhibe altibajos, pero también muestra rasgos que lo singularizan entre sus contemporáneos. Tampoco debe ignorarse la ingente labor de divulgación de la cultura chilena que Skármeta ha desarrollado en sus múltiples ocupaciones. Sin embargo, por sobre el veredicto que acaba de otorgar la condecoración más importante de nuestras letras, persistirán las dudas, los legítimos cuestionamientos, las fallas radicales que existen en torno al Premio Nacional.

Trombón tipo tuba

Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias el sábado 23 de agosto de 2014

Es muy probable que Antonio Skármeta piense que es un justo ganador del Premio Nacional de Literatura. Eso me lleva a imaginar los méritos que, en su fuero interno, lo hacen estar por sobre la valentía literaria de Pedro Lemebel o la ferocidad memoriosa de Germán Marín. Todo se resume en la idea que él tiene de trayectoria: circulación de libros, animación cultural, internacionalización, peso editorial, etcétera. En resumen, bochinche y hojarasca. Hace mucho tiempo que la palabra literatura —y la trayectoria como efecto de esa preocupación vital— está fuera de su campo de acción.

En la imagen de la portada de su novela La chica del trombón aparece una niña con una tuba. Esa anécdota dice mucho sobre ese desdén literario: tuba, trombón, qué más da. Importa más consentir al lector con imágenes de esquelita romántica, de una belleza insulsa pero tan obvia que la entiendan hasta las piedras, que hacer lo que hacía el joven Skármeta: buscar algo, arriesgarse a perder, tratar siempre de alcanzar cierta perfección, cierto brillo.

Aquí volvemos a lo mismo de siempre: el diseño del premio, específicamente su periodicidad y la composición del jurado. Tal como está formulado, será muy difícil que alguna vez dejen de producirse estas situaciones penosas, a veces patéticas, en las que todo resulta muy gris y deslavado, mientras que escritores realmente valiosos son postergados hasta su más extrema vejez y aun hasta su existencia póstuma. Para qué existe el Premio Nacional y qué clase de honor representa son preguntas que nadie en el aparato estatal parece dispuesto a realizar. Por el contrario, todo parece sumido en la más triste e irrevocable inercia.

Un escritor que emociona

Por Carla Guelfenbein
Publicado en La Tercera el sábado 23 de agosto de 2014

Que Antonio Skármeta haya recibido ayer el Premio Nacional de Literatura, es un motivo de celebración.

No tan solo porque hacía tiempo que se lo debíamos, sino también porque este es un reconocimiento a todo aquello que debiera constituir la literatura.

Skármeta nos cuenta historias en las cuales los personajes respiran, comen, discuten, escupen en sus platos, se obsesionan por lo que no conocen, y estan dispuestos a dar la vida por ello.

Mujeres que saben que lavarse el semen de un hombre en la Fuente Alemana, o simplemente llorar, es humano, y por eso lo hacen. Porque son reales. Skármeta entiende, como lo dijo James Wood en su ensayo sobre el sentido de realidad, que «hay probablemente más coincidencias en la vida real que en la ficción», y que un «Te quiero» a pesar de haber sido enunciado un millón de veces, no es por eso mentira o un cliché. Skármeta no le tiene miedo a contar historias emocionantes, en una era donde este acto milenario se ha vuelto un pecado. Skármeta vuela a su aire, con una prosa expresiva y vertiginosa que posee esa levedad a la cual se refería Calvino, ese sustraer el peso, sin sacrificar un gramo de profundidad. Hace tiempo que Skármeta dejó atrás la opacidad, la pesadez, la inercia, características que, muchas veces, son exaltadas como si fueran algo a lo cual un escritor debiera aspirar. Expone un mundo que le pertenece por nacimiento, el de este Chile y sus vaivenes, que él ha reflejado desde sus primeros cuentos, en sus novelas, y en toda su obra, y que hoy es aclamada en el mundo.

Por último, y aunque no es una razón por la cual alguien debiera recibir el Premio Nacional de Literatura, no puedo dejar de decir, que además de ser un gran escritor, Skármeta es una muy buena persona. Un valor en absoluto menor. ¡Felicitaciones Antonio!

Una obra extensa y valiosa

Por Grínor Rojo
Publicado en El Mercurio el sábado 23 de agosto de 2014

¿Por qué ha ganado Antonio Skármeta el Premio Nacional de Literatura? Porque es autor de una obra extensa y valiosa, compuesta de una docena de novelas y varios libros de cuentos, desarrollada a lo largo de casi cincuenta años de producción ininterrumpida, con momentos de mucha altura y con un prestigio nacional e internacional que tienen pocos escritores chilenos. El primero de los momentos de altura fue el de su irrupción, en 1967, con la publicación del El entusiasmo. En la literatura chilena de la segunda mitad del siglo XX, ese libro introdujo una preferencia por el juego de la imaginación junto con la espontaneidad de la calle, del giro poético detrás del habla común, de la libertad fecunda y no pocas veces inmersa en los gozos sabrosamente plebeyos del desacato y la indecencia sesenteros. Una auténtica ruptura. El entusiasmo y otros libros de esos años, Desnudo en el tejado (1969), El ciclista del San Cristóbal (1973), Tiro libre (1973) y Novios y solitarios (1975), contienen algunos de los mejores cuentos del relato latinoamericano post boom. Después vino el exilio, en Argentina primero y en Alemania después. En No pasó nada, la novela corta de 1980, se encuentran las huellas de ese exilio. Seguido este de un reencuentro de Skármeta con la voz de Chile, en esta ocasión a través de la figura y poesía de Pablo Neruda, en Ardiente paciencia (1985, conocida también como El cartero de Neruda). Reeditada, una y otra vez y en varios idiomas, convertida en película de éxito y últimamente en una ópera, podría ser la más conocida de sus obras. El tercer momento de altura es el de Los días del arcoíris (2012), la novela del plebiscito y el fin del régimen militar. No conozco otra novela comparable acerca de los febriles acontecimientos de aquellos días y completa el contrapunto que la literatura de Skármeta ha venido sosteniendo con la historia contemporánea de Chile. Para decirlo de una vez, este nieto de inmigrantes croatas, que llegaron a nuestro país en las postrimerías del siglo XIX y que se ganaron la vida detrás de mostrador de un almacén en la mitad de la pampa salitrera, no puede ser más chileno. El Premio le cae ahora por eso, y por su incuestionable calidad.

Skármeta
Las reacciones al Premio Nacional de Literatura 2014 de Skármeta

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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