El Rock and pop Stage completo de Ases Falsos, donde la banda adelanta canciones de su nuevo disco programado para marzo del próximo año.
Fotos: Gregorio Valle
Hay algo de provocación en el seseo y la expresión de mimo callejero de Cristóbal Briceño, de ceño serio, aunque preocupado en partes iguales de la risotada general y la melodía de su voz, en sus gestos graciosos y sobreactuados, que parecen proyectarlo cómodo quebrando moldes y normas atávicas de la música: hace un par de años se colgó de la Semana Santa para lanzar el último Ep de Fother Muckers, su ex-banda, que mató el Viernes Santo para volver a la vida como Ases Falsos el Domingo de Resurrección. «Hay que tenerse fe», dijo en ese momento, «uno se va cargando de hueás en la vida que parecen indispensables. Es rica la sensación de ir abandonando y olvidando y entendiendo que nada es tan importante como parece».
Mientras más ligero, más ágil el viaje.
Ahora estamos en algún rincón de Providencia en el teatro tan limpio de una universidad privada y los Ases Falsos parten puntuales con “Nada” (es un programa de radio en vivo), el primero de los cuatro temas que adelantan de su inminente segundo disco que —ahora sabemos— tendrá 13 canciones y será lanzado en marzo de 2014: “La gran curva”, “Simetría”, “Búscate un lugar para ensayar”.
Nadie lo dice pero estamos a un año exacto de la fecha de salida de Juventud americana, un año desde las dos mil descargas en menos de seis horas, desde que sus conciertos suenan cada vez más parecidos al disco, y Ases Falsos son los mismos tres sujetos de las fotos promocionales —Briceño, Simón Sánchez y Martín del Real— junto a los cada vez más estables Juan Pablo Garín y Francisco Rojas, en batería y teclados, respectivamente.
En vivo, el quinteto va de menos a más con un sonido muy radial, un pop de varias fórmulas: a veces las guitarras copian la melodía de la voz, a veces se impone lo rítmico, avanzando entre pequeñas grandes historias como ningún otro proyecto del medio local.
Pasan “La sinceridad del cosmos”, “Séptimo cielo” y “La flor del jazmín” —entre acoples y bromas a la conductora del espacio Rock and pop Stage— y uno agradece cuando Briceño deja de lado la Squier Telecaster y se dedica solo a cantar con los ojos cerrados y a tirarse al suelo, cuando se enreda el cable del micrófono en los brazos y se pone a improvisar y a saltar entre sus compañeros hasta rozar el imaginario de una estrella de la música popular, el Jorge González del Festival de Viña en 2003:
Lamento estar perdiendo el tiempo / igual como lo pierdes tú / mientras los que arman la pelea / ocupan todo sus esfuerzos en repartirse mejor / lo que es de nadie [y no están entre Plaza Italia y Los Héroes] / déjame [¿por qué no hacemos algo entre Tobalaba] / sentir la fuerza [y Escuela Militar? ¡Donde les duele!] / especial.
Ases Falsos no son una banda de rock, o tal vez sí, del mismo modo que son y no son una del paraíso pop: no se disfrazan de nada sobre o bajo el escenario —al menos en público—, levantan un discurso («Si acaso importa mi opinión / quisiera verlos escupiendo al directorio de HydroAysén [¡y a Bachelet!] / y a sus familias [¡hazte la loca con Monsanto no más!]») y no necesitan mencionar drogas extrañas en sus entrevistas, ni juegan con la indefinición de su orientación sexual. Lo interesante son sus canciones observadoras y narradas casi siempre en primera persona singular, por así decirlo, para conectar con cualquiera, sin forzar nada para ser diferente pero tampoco igual, demostrando que se puede ser agudo y coreable sin pretensiones pasadas a mierda.