El Webster Hall, ubicado en el corazón de Greenwich Village, fue construido en 1886 por el arquitecto Charles Rentz y con el pasar del tiempo se ha convertido en uno de los teatros de mayor relevancia en la ciudad de Nueva York. En sus 128 años de existencia, ha albergado un notable número de presentaciones […]
El Webster Hall, ubicado en el corazón de Greenwich Village, fue construido en 1886 por el arquitecto Charles Rentz y con el pasar del tiempo se ha convertido en uno de los teatros de mayor relevancia en la ciudad de Nueva York.
En sus 128 años de existencia, ha albergado un notable número de presentaciones musicales que lo han hecho protagonista de la evolución musical de Norteamérica: Tito Puente, Ray Charles, Elvis Presley y Frank Sinatra abrieron paso a distinguidos músicos y bandas como Eric Clapton, Prince, The Pretenders, U2 y tantos otros: The Hives, Tiesto, The Killers, NIN, Green Day e incluso The Suicide Bitches, la banda chilena que se presentó durante el CBGB Festival de 2012. Año tras año, una enorme cantidad de artistas de diversas partes del globo han dejado su huella en la historia de este edificio.
Nada de esto se había cruzado por mi mente la noche que se presentó Black Lips. La verdad es que no estaba bien preparado para el garage punk de Atlanta. Estaba al tanto de su más reciente producción, Underneath The Rainbow, bajo el sello VICE Music, pero aparte de eso no sabía mucho más, excepto de su tendencia a entregarse sin pretensiones y con mucha energía al show.
Ni zapatos bonitos o ropa de marcas, el ambiente tenía más aspecto de reunión de amigos que cualquier otra cosa. Los encargados de la barra se veían concentrados en su tarea y fluía la cerveza por todas partes. Black Lips empezó a tocar puntualmente a las 21:00, y en ese momento toda la historia y arquitectura del edificio vino a mi mente por el fuerte temblor que se produjo cuando el público comenzó a saltar. Desde mi posición, parapetado en la trinchera de los fotógrafos frente al escenario, sentí como si el antiguo piso de madera se torciera y ondulara bajo mis pies. Masa, fuerza, expansión, torsión, libras por pie cuadrado, resistencia y punto de colapso. Todo eso vino a mi mente en cuestión de segundos. Pensé que tal vez sería mi final y recordé a mi familia asustado, pero seguí tomando fotos, ¿cómo tan mala suerte?
Black Lips es un desate de euforia y punk ochentero, con lluvia de cerveza y todo lo demás. Los vasos plásticos a medio tomar vuelan por el aire y varios de los presentes se dejan llevar en crowd surfing, mientras los guardias observan cautelosamente desde los costados. El ambiente se puso caótico, pero afortunadamente no pasó más allá. De ahí en adelante, los músicos —Jared Swilley, bajo; Ian Saint Pe, guitarra; Cole Alexander, guitarra; y Joe Bradley, batería— tocaron a todo ritmo y sin flaquear hasta el final del espectáculo.
Noté que a pesar de que Bradley es el vocalista principal del cuarteto, todos los otros integrantes de Black Lips se turnan para cantar la voz principal del repertorio, algo que no es común. La influencia melódica del Bluegrass es notable en su estilo, al igual que el rockabilly en el guitarreo y la percusión, sin embargo nunca pierden el sonido garage punk rebelde que los caracteriza.
La presentación siguió llena de energía y sin tregua hasta el final. Los proyectiles de cerveza no cesaron en ningún momento de ir y venir. Desde el escenario, los asistentes de la banda tiraron rollos de papel higiénico, como una especie de serpentina grotesca. Se veía muy cómico y llenaba el salón. Presencié el resto desde una esquina y cada cierto tiempo miraba al alrededor pensando en la larga historia del viejo edificio y en cuanto ha resistido a lo largo del tiempo.