La editorial Cástor y Pólux abrió hace apenas unos meses con la publicación del poemario Bonzo, de Maximiliano Andrade.
Cuando nace un niño, uno puede celebrar o lamentarse por los bisoños padres. En cambio, cuando surge una nueva editorial, el mundo entero debería brincar en un pie, lanzar cientos de fuegos artificiales, o, en el caso chileno, ir corriendo a festejar a Plaza Italia. Esa es la sensación que da la editorial Cástor y Pólux, que abrió hace apenas unos meses con la publicación del poemario Bonzo, de Maximiliano Andrade.
Bonzo tiene una estructura bastante clara, pero no por ello clarificadora. La primera parte presenta una serie de poemas, cada uno dividido, o contraponiéndose, en dos segmentos de texto: uno escrito en letra cursiva y otro en letra molde. La sola visualidad —y este es un libro, cabe decirlo, que apela a la vista— genera la pregunta de cómo debemos leer cada poema. ¿Son dos voces, es una sola, se interpela el segmento en cursivas con el segmento en molde? Esta visualidad no es gratuita: el solo título del libro nos da una pista: Bonzo, que nos alude a esa forma de autoinmolación en la que una persona quema su propio cuerpo. La distinción tipográfica entre letras cursivas y letras moldes puede leerse como una deformación, como un cuerpo que cambia su materialidad al incendiarse. Y es el lenguaje el líquido que lo inflama.
«Cada voz es un incendio
una contradicción
una bocanada de sal que cicatriza y diluye
Cada palabra es una tormenta que seca
los trópicos
los quema
los mata
El lenguaje es un desierto de fuego»
Asimismo, el libro va acompañado de dos apartados de imágenes que, a partir de los poemas, podemos leer como figuras quemándose, incendiándose, derritiéndose, desintegrándose. El primer conjunto son imágenes deconstruidas de personas que se quemaron a lo bonzo (según refiere el autor en una entrevista). Hay una suerte de erotismo en ese conjunto fotográfico puesto que el ojo busca esos pequeños pixeles donde intenta leer o descubrir partes de un cuerpo. Por otro lado, el segundo conjunto podríamos denominarlo como un ejercicio visual tipográfico, ya que apreciamos distintas imágenes de palabras estiradas, desintegrándose, en movimiento, como tratando de escapar de su propia limitación plástica.
Si bien es evidente que la imagen del fuego es clave en los poemas del libro, hay otros dos elementos que tienen una constante aparición. Me refiero, como ya he señalado, al «cuerpo» y al «lenguaje». No solo los poemas, sino las imágenes del libro dan cuenta de cómo uno y otro se encuentran presionados, empujados hacia el límite, a través del fuego. «Intentar controlar la luz / y quemarse los dedos / Romper una ampolleta con los dientes / Suturar los labios». O en otro poema, «las palabras no sufren ni sangran ni palpan / están ahí como un objeto / como el fuego».
Incluso el cierre del libro pareciera poner al lector, y a la propia voz poética, en el enfrentamiento entre cuerpo y lenguaje. «¿Por qué escribir fuego y no quemarse a lo bonzo?». Un cierre que es simultáneamente tanto una posición estética, como ética.
Bonzo es un libro curioso, raro, como deberían de ser las obras literarias. Sin duda, solo una editorial alternativa como la recién inaugurada Castor y Pólux se atreve a publicar un libro así, un libro de pocos, pero verdaderos lectores.
Bonzo
Maximiliano Andrade
Cástor y Pólux, 2016
112 p. — Ref. $6.000