La serie de Netflix Call the Midwife es un estupendo anticonceptivo o, tal vez, un acelerador para llevarnos a una nueva etapa en nuestras vidas.
Cuando una de las personas más brillantes que conoces —y por quien sientes un choque de nervios cada vez que le escribes—, te recomienda una serie de televisión, dejas de lado lo que estás haciendo (en mi caso, un paper para un congreso) y abres Netflix para ver de qué trata.
Cuando me sugirió ver Call the Midwife, por un momento quedé dudando. Si uno lee la sinopsis de la serie, la primera sensación que provoca es la de cerrar la pestaña y mirar cualquier otra cosa. ¿A quién le puede motivar ver una historia sobre comadronas en los años 50? Si bien estamos acostumbrados a ficciones de médicos en televisión (desde la telenovelesca ER hasta la perfección que fue House M.D.), combinar enfermeras, monjas y la Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial puede resultar una apuesta arriesgada.
Ahora bien, Call the Midwife es una de las series de televisión más curiosas e interesantes que he visto en el último tiempo (aunque, todo hay que decirlo, nos hacen falta Lost y Breaking Bad…). Producida por BBC One, la serie narra las peripecias de un grupo de comadronas que brindan su servicio a mujeres embarazadas en una de las zonas más pobres de East End en Londres, donde deben atender hasta cien partos al mes. Evidentemente, la crítica social no pasa por alto, y quizá uno de los aspectos fuertes de la serie está en no obviar la crudeza y poner en primer plano escenas que pueden hacer tambalear a personas muy sensibles. La belleza y delicadeza femeninas confluyen con escenas descarnadas en las que la muerte y el sufrimiento físico nos quitan el sueño. Sin embargo, también hay momentos alegres y tiernos, como cuando una de las enfermeras aprende a andar en bicicleta, y su torpeza al andar nos anestesian por un breve instante.
En la primera temporada, cada episodio se construye a partir de las memorias de la enfermera Jenny. Una voz en off, de una Jenny ya anciana, recuerda momentos de su pasado que son los que vemos reflejados en cada capítulo. Además, los guionistas han logrado hacer entrañables a los personajes, tanto que terminamos deseando solo ver las escenas donde Jenny, la protagonista, deja de aparecer. Asimismo, como en otras series médicas, en cada episodio conocemos distintos «pacientes», cuyas vidas nos terminan dando curiosidad. Por ejemplo, una mujer española que tuvo 24 hijos con su marido el cual habla solo inglés mientras que ella solo español. Lo absurdo de esa situación se repite en otras a lo largo de la serie, donde además la ironía, como elemento discursivo, se hace recurrente. Creo que el éxito de la serie radica justamente en los personajes secundarios y en las relaciones que se van estableciendo tanto entre las comadronas como entre ellas y sus pacientes.
Cada noche, antes de acostarme, veo a una comadrona traer al mundo a un niño. Call the Midwife es también un estupendo anticonceptivo o, tal vez, un acelerador para querer llevarnos a una nueva etapa en nuestras vidas.
A quienes les gustan las series de época, y no les importa ver en pantalla escenas crudas, van a disfrutar de Call the Midwife. Con cinco temporadas, la serie puede desesperarnos un poco al ver cómo los personajes fuman en el mismo lugar donde las mujeres están pariendo. ¿En qué momentos el humo de la nicotina dejó de ser elemento natural de la niñez y del espacio común?