El sol pega fuerte en la ventana de la pieza. El calor es insoportable. Despierto. Siento el sabor de la sangre en mis encías. Enciendo el televisor. Está sintonizado en un canal que no tiene señal. El color de la pantalla: azul. Se escucha un leve pitido. Paso mi lengua por mis encías. Salgo de […]
El sol pega fuerte en la ventana de la pieza. El calor es insoportable. Despierto. Siento el sabor de la sangre en mis encías. Enciendo el televisor. Está sintonizado en un canal que no tiene señal. El color de la pantalla: azul. Se escucha un leve pitido. Paso mi lengua por mis encías. Salgo de la pieza, necesito ir al baño. Camino lentamente, pero seguro. Ya me estoy acostumbrando a esta cojera. Recuerdo que me duelen las costillas. En el baño, me lavo los dientes y me miro al espejo. Siempre lo hago así, desde chico. Escupo sangre y pasta de dientes. Miro la cicatriz de mi cara, sigue roja. A veces siento que palpita. Y entonces recuerdo. O invento.
Algo así: ella había manejado durante dos horas. Quedaba el último trecho. Íbamos rápido. Tal vez, mucho más de lo que debíamos. Ella se jactaba de lo bien que manejaba. Pasamos un casino. Pasamos Rancagua. Pasamos Rosario. Ya no teníamos de qué hablar. Esto va a ser lo último que vamos a hacer, me dijo. Te voy a dar en el gusto, hueón. En la radio sonaba Bob Dylan. Recuerdas que esa canción salía el capítulo final de esa serie que me hiciste ver, preguntó. No sé por qué te gusta tanto. Un auto rojo estaba detrás de nosotros. Nos intentaba adelantar pero íbamos muy rápido. Dejó de intentarlo. Seguía detrás de nosotros, como esperando el momento adecuado. De pronto, junto con su pelo rubio veo una silueta roja. Aferrada a nosotros. La imagen se vuelve más lenta, hasta congelarse. La Ruta 5. El fuego. La sangre. El metal como una celda. Su cuerpo inmóvil en el asfalto. Y el sonido de las sirenas.
Vuelvo a la pieza. El color de la pantalla sigue siendo azul. Ya no hay pitido. Sigo sangrando de las encías. Esta vez no pruebo el sabor de mi propia sangre. Ella duerme, dándome la espalda, roja, marcada por las sábanas.