El crítico literario Camilo Marks ajusta cuentas con la novela negra. Biografía del crimen, su nuevo libro, es narrativa policial, pero también sobre escribir prosa, poesía y crítica.
Al pasar las primeras páginas de Biografía del crimen. De Agatha Christie a Stieg Larsson: los maestros del asesinato (2014, Ediciones UDP) aparecen tres fotografías en blanco y negro. En ellas: Camilo Marks Urzúa, Loreto Alonso, Camilo Marks Alonso y Rodrigo Marks Alonso. Se ven suspendidos en acción, congelados, como parientes lejanos que saludan desde otra época. Desde ahí, Camilo Marks va trazando un mapa autobiográfico sobre la novela policial desde su infancia, «la infancia del crimen».
El crítico literario de El Mercurio se hace cargo de obsesiones y misterios. También, ajusta algunas cuentas pendientes. Dice que desde niño disfrutaba del género a escondidas mientras sus padres lo leían con entusiasmo, que El sabueso de los Baskerville es una obra maestra, que Chandler elevó a la ficción criminal a una forma literaria artística, que James Ellroy tiene demasiadas obras mediocres y es saludado como genio, que se rinde ante Jo Nesbø, que el escocés Ian Rankin hizo con Edimburgo lo que Dickens hizo con Londres en el siglo XIX. Marks como un detective que sigue pistas y resuelve casos del relato negro desde los autores victorianos hasta los escandinavos.
«Creo que mi libro, aunque centrado en la narrativa policial, va mucho más allá y es una meditación literaria en torno a la novela en particular y al arte de escribir —prosa, poesía, crítica— en general. También es o trata de ser una reflexión perpleja sobre la tecnología actual, el tema de la lectura, el estatus de la cultura popular frente a la clásica y muchos otros asuntos, entremezclados con mi trayectoria de lector. O sea, el género negro es el hilo conductor, pero pienso que eso me permitió desarrollar algunos tópicos que nunca antes había tratado», reflexiona Marks.
—Suena a cliché pero Biografía del crimen es bastante personal, ¿qué te llevó a ligar tu vida a la novela policial de forma tan explícita?
—La palabra «personal» se puede entender en muchos sentidos: en el más amplio de todos, desde luego que es una obra personal, individual, introspectiva, pero si te fijas bien, digo poquísimo de mí mismo, por no decir que dejo todo afuera, quiero decir, literalmente todo lo que se refiere a lo esencial que es uno mismo, desde lo físico o la intimidad, hasta lo psíquico, ya que, fuera de poner generalidades, faltan incluso las descripciones mínimas de lo que fue o es mi entorno.
—De ti sabíamos bastante, Camilo. Pero nunca habíamos escuchado nada de tu familia y de tus lecturas de infancia, por ejemplo…
—Pienso que soy discreto hasta lo monacal. Por ejemplo, menciono a mucha gente, sin dar un solo nombre, salvo los de mis padres y mi hermano. De modo que, tal como lo dices, es cierto que ligué mi vida a la novela policial, pero eso obedece a propósitos literarios.
—¿Por qué te cuesta escribir en primera persona en tus críticas? ¿Hay algo de pudor?
—Simplemente se dio así desde el comienzo en Apsi, hace 26 años, hasta la última reseña de El Mercurio, la semana pasada. Me parece, y quizá todavía me sigue pareciendo, que la tercera persona funciona mejor en la crítica, el género literario que más he practicado. Quizá haya también una creencia —o un prejuicio— de que algo que a veces es tan subjetivo, puede aspirar a un nivel de «objetividad» —una hipótesis imposible— si uno deja de lado el yo. Pero contestando derechamente a tu pregunta, también hay en ello un acentuado pudor.
—En el ensayo dices que debes ser uno de los críticos literarios más entrevistados en los últimos 15 años. Hay algo de humildad en esa afirmación, porque obviamente has sido el más entrevistado, ¿a qué crees que responde eso?
—No hay algo de humildad, hay una modestia infinita, porque francamente debo ser, si no el crítico más entrevistado, uno de los más acosados en nuestra historia. Parte de ello se debe al programa Hora 25, de TVN, y la otra parte a que escribo en el diario más importante de Chile. Por supuesto, eso yo no lo he buscado, ni lo he querido, ni tampoco me gusta mucho, ya que, muy a mi pesar, he terminado transformándome en una especie de averiguador universal de la literatura: si dan el Nobel, me llaman, si se muere un escritor, me llaman, si fulano publicó un libro, me llaman. También hay que considerar que a veces padezco del Síndrome de Puta en Semana Santa, es decir, digo que sí a todos, desde los estudiantes que me consultan por una tesis, a los periodistas que me despiertan al alba para lo que sea.
—Dijiste que la dictadura de Augusto Pinochet es una «atroz novela negra sin salida», ¿existe algo de evasión en que el género no prenda tanto en Chile?
—Eso lo dije en el contexto de una pregunta múltiple, con varias secuencias. Las razones por las que creo que el género policial, especialmente en su variante detectivesca, no funciona en Chile, son múltiples. Y no tienen tanto que ver con el régimen de Pinochet, pues, con una que otra interrupción, fuimos una democracia hasta 1973 y hemos vuelto a serlo desde 1990, aunque sea en forma imperfecta. Entonces, creo que hay que sacar a Pinochet de este contexto y de varios otros, porque, al paso que vamos, terminaremos culpándolo de las sequías, de las inundaciones y de las eliminatorias en el Mundial.
—¿En Chile la novela policial aún es vista por los críticos como un género popular de baja calidad? Pareces ser el único que la reseña constantemente en El Mercurio…
—Sinceramente, yo creo que no es vista por los críticos de ninguna manera, ni mala ni buena, ya que en la práctica es inexistente. Si parezco ser el único que la reseña, debe ser porque soy el único que la lee y la conoce, lo que, a estas alturas, no es ningún motivo de orgullo, ya que aquí es una cosa tan rara como ser cinturón negro del Haidong Gumdo coreano. Y ojo: comencé escribiendo sobre novela policial desde el principio mismo, hace 26 años.
—En Biografía del crimen dices que podrías ser amigo del comisario Jules Maigret creado por Georges Simenon, que te parece convencional, humilde e íntegro en comparación a sus rutilantes colegas literarios. A mí me parece más cercano a Holmes: extravagante, ejemplo de intelectualidad, con un ego importante. No me queda claro, ¿por qué Maigret y no Holmes?
—No te queda claro porque tienes una idea errada acerca de mí: me encanta la gente sencilla, directa, franca, sin mayores aspiraciones intelectuales, sin perjuicio de que también me podrían atraer mujeres u hombres más sofisticados. Holmes, un personaje inmortal, es también el paradigma absoluto de la artificialidad, de lo estudiado en extremo, de una capacidad lógico-deductiva absurda. Fíjate que entre mis otros detectives literarios favoritos están John Rebus, Harry Hole y V. I. Warshawski, los dos primeros alcohólicos, fumadores compulsivos y nada de cultivados y la última, una dama explosiva y letal. Ahora bien, uno nunca posee un juicio acertado sobre sí mismo. Pero la fuerza de las circunstancias y la opinión de los demás han terminado por convencerme de que yo soy un tanto excéntrico, un tanto iconoclasta, un tanto chiflado. Y por eso mismo, prefiero a quienes no son como yo.
—«Nada que se haga en televisión permanece», adviertes en el libro, ¿qué te parece el nexo que se hace entre series dramáticas televisivas y literatura? Norman Mailer dijo que Los Sopranos son la nueva gran novela americana…
—¿Qué me va a parecer? Una tontería de punta a cabo, porque pueden ser muy bien realizadas, muy bien actuadas, con guiones excelentes, pero ¿alguien es capaz de leer, seguir o estudiar esas confecciones de lo más entretenidas, que descansan única y exclusivamente en la imagen? ¿O en la acción que solo pretende aturdir, asombrar, mostrar facetas irreverentes que a la larga son ciento por ciento convencionales?
—También dices que esta nueva televisión tiene un efecto «sedante» que influye en la lectura, ¿no te parece un juicio simplista y algo alarmista?
—No recuerdo haber dicho eso de la manera en que lo dices y obviamente una opinión mía no puede parecerme simplista ni alarmista. En todo caso, el problema de la lectura, y en concreto, de la lectura en Chile, no guarda ninguna relación con los efectos sedantes o anestésicos o, para el caso, subversivos o sediciosos de las nuevas series —y no tan nuevas, porque algunas llevan más de 20 años—. Además, estamos hablando de televisión por cable, que llega a una reducida proporción de los espectadores, de manera que sus efectos, si los hubiere, son mínimos, minúsculos.
—¿Cuánto le deben íconos televisivos como Tony Soprano, Walter White, Dale Cooper, Rust Cohle o Gregory House a la novela policial?
—Le deben todo, completamente todo, desde el nacimiento del género hasta su etapa del presente. Desde luego que los personajes, el medio, los conflictos son actuales y no se verían en una adaptación de Agatha Christie o Georges Simenon, pero si lees a Jo Nesbø, Sara Paretsky, Ruth Rendell, Karin Fossun, Arnaldur Indridason, te darás cuenta que esos y otros personajes televisivos son niños de pecho en comparación con los protagonistas creados por estos y otros autores.
—¿Algún detective televisivo del que te gustaría ser amigo como Maigret?
—No hay uno, sino varios: Kojak (1973), con Telly Savalas; el Mike Stone de Las calles de San Francisco (1972), interpretado por Karl Malden; Baretta (1975), con Robert Blake y Columbo (1968), a cargo de Peter Falk.
Biografía del crimen
Camilo Marks
Ediciones UDP, 2014
256 p. — Ref. $14.000