Tenía los ojos abiertos, estoy segura de que los tenía, y aún así no podía ver. Un par de veces le pasé la mano por la cara y le miré las rodillas, siempre las tenía peladas de tanto arrastrarlas. No podía ver nada, ni siquiera un destello de luz que se le cruzara directo a […]
Tenía los ojos abiertos, estoy segura de que los tenía, y aún así no podía ver. Un par de veces le pasé la mano por la cara y le miré las rodillas, siempre las tenía peladas de tanto arrastrarlas. No podía ver nada, ni siquiera un destello de luz que se le cruzara directo a la pupila, ni siquiera mis sonrisas. Por eso se fue. Yo le seguí caminando cerquita detrás. Un par de veces se dio vuelta a mirarme y aún así no me veía. Pronto me di por vencida y le dejé caminar sin rumbo, mirándose lo negro de los párpados o del interior del cerebro. Fue cuando le grité que le extrañaba que descubrí que tampoco oía. Todos los días le extrañé. Me gustaba sentarme en la ventana mientras comía a ver si, por alguna extraña casualidad, lo veía pasar caminando lento. Para ese entonces el vidrio de la ventana que nos separaba ya no me importaba, de todas maneras no me veía ni mi oía, supongo que para esas alturas si le hubiese tocado habría descubierto que tampoco sentía. A veces me gustaba ponerme a soñar despierta pensando que quizás las veces que pasó por mi ventana no fueron pura casualidad, quizás era que me escuchaba y me oía de alguna manera. No con los ojos, no con los oídos, quizás de alguna otra manera. Por esos años me gustaba soñar despierta, era bastante más ingenua. A veces soñaba con los labios, eran solo los labios. A veces incluso eran solamente sonrisas. Ahora ya no sueño despierta, y muy pocas veces me siento en la ventana. No es que no le extrañe, es que cuando llega la hora de admitir que no aparece es como si se me fuera a salir un pedazo de piel o se me fuera a caer la cabeza. Prefiero quedarme adentro, o mirar por la ventana que da a la pared del apartamento del frente, así, si no aparece, parece de lo más normal y no se me sale el aire despacio como moribunda. Ya sé lo que están pensando, yo tampoco sé por qué les cuento esto. Hace un par de días supe por una amiga que dejó de caminar y se quedó sentado en una silla en el pórtico de su casa. Tiene una mujer que le lleva la comida y lo acuesta por las noches. Me dijo que él se queda sentado mirando el vacío, mirando todo lo que no puede ver desde sí mismo, soñando despierto quizás con las cosas que realmente hubiesen sucedido de no haber cerrado los ojos.