Congreso: cuando se parta la tierra

por · Marzo de 2015

Los hombres pasan, las instituciones quedan, y el de Quilpué es el único congreso chileno que nunca paró de sesionar desde 1969.

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Pancho Sazo cantaba canciones de Los Yarbirds y ahí lo tienen, soplando una trutruca. Uno, dos, los seis Congreso toman posiciones con una entrada explosiva y emocionante, llena de vientos y percusiones, cuando el sol clava sus dientes en la explanada pasado el mediodía. Abajo, nadie llama a nadie para encontrarse en algún símbolo del paisaje. Aplauden. Gritan. Se entregan a los tambores de “Hijo del diluvio”. Se amontonan frente a estos músicos que fácil los triplican en edad. Decía que el vocalista de boina azulmarino y barba ceniza empezó cantando en inglés, cuando estaba al frente de Los Sicodélicos, en ese espejo en el que nadie quiere mirarse por demasiado tiempo: el ensayo y error de la juventud. Qué detalle. Es que así desembarcó en los muelles chilenos el rock: en inglés. Aunque después del disparo de Violeta Parra, ya hacia fines de los 60, Congreso apareció como el primer síntoma de la emergente nacionalización del rock chileno, junto a Los Jaivas y Los Blops, en un pueblo perdido entre los cerros y cortado por la línea del tren.

Congreso, una banda imaginada desde el calor seco de Quilpué, puede que cante ahora temas de su primer disco, El Congreso (1971), pero hacen un funk grabado originalmente con el brasileño Ed Motta. Se llama “Mundo al revés” y es una conversación entre los teclados de Sebastián Almarza y el bajo eléctrico de Federico Faure, los dos integrantes más jóvenes que visten camisas. En seguida, “Mapocho”, del mismo disco Con los ojos en la calle (2010), y varias complicaciones para las baterías imaginarias que hace a un costado el traductor de señas.

Una de las razones en la demora de Terra Incógnita (1975), el segundo disco en la historia de Congreso, fue que la banda enfrentó la dictadura volviendo crípticas sus letras y también su música. Para evitar la censura, el exilio o incluso el asesinato que vivieron varios de sus contemporáneos a manos de militares, las canciones escritas en su mayoría por el baterista y compositor Sergio “Tilo” González, y los textos del profesor de filosofía Francisco Sazo, alcanzaron varias capas de lecturas y una complejidad característica de la fusión latinoamericana y el rock progresivo. Antes del cierre con un «Vamos, Valparaíso, mierda» al final de “¿Dónde estarás?” —una buena prueba de lo anterior—, antes del bis con el inédito “Fin del show”, y el tema más distintivo de su discografía, “En todas las esquinas”, hicieron el instrumental “El festejo de Tatana”, una canción que sirve para resaltar los colores de este Congreso por el que han pasado más de veinte músicos, siempre en constante búsqueda y evolución, su naftalina.

Sobre la izquierda del escenario, y a falta de guitarra en la formación, Hugo Pirovich sopla las tarkas y una flauta, que recuerdan las épocas duras, cuando el sonido de estos instrumentos suponía resistencia. Al otro extremo, Jaime Atenas abraza el saxo y un poco más atrás Raúl Aliaga resuelve el tema con un solo de cajón peruano, acompañando el repertorio desde la marimba y las congas. Los hombres pasan, las instituciones quedan, y el de Quilpué es el único congreso chileno que nunca paró de sesionar desde 1969.

No lo dicen pero Víctor Jara está ahí, cuando hacen “En horario estelar”, y recuerdan la letra de “El derecho de vivir en paz”. O pegados, dos temas salidos de ese experimento llamado Pichanga (1992) —“Ya no sueño” y “Tuve un sueño mamá”—, escritos junto a Nicanor Parra. El grueso de su producción es una mezcla de reconocimiento y virtuosismo encauzado por las horas al frente de orquestas universitarias, ensayos, proyectos paralelos y una vida de músicos indiferentes a las tendencias, con los ojos puestos en la calle y una envidiable trayectoria con la libertad como brújula, siempre azarosa, peligrosa, inestable y vulnerable. Así han solucionado la muerte, y las idas y venidas de integrantes. Airosos. Asertivos. Sobre todo honestos. Demostrando por qué son la banda en actividad más importante del rock chileno, con el permiso de lo que el tiempo ha dejado de Los Jaivas y su catálogo fundacional.

-¿Qué tocan ellos? -le dice un hijo al padre, que se saca la pregunta respondiendo jazz. «La universidad de la música en Chile», presentó hace varios festivales de Viña el venezolano Ricardo Montaner. Todo lo anterior es inexacto. La verdad es que estos muchachos son la banda sonora de los sueños. Ese aturdimiento que dejan las buenas películas cuando aparecen los créditos en el cine. Oníricos, abstractos, siempre introspectivos y de una belleza que también llamó la atención del músico y empresario detrás de este festival. «Tienen un sonido hermoso y yo mismo me he encontrado a veces en mi antejardín, durante una tarde soleada, fumando un puro y escuchando un disco de Congreso», dijo hace unos días Perry Farrell. Cuando se parta la tierra seguramente habrá un elemento del material de Congreso.

Fotos: Felipe Avendaño © paniko.cl

Congreso: cuando se parta la tierra

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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