Crowdfunding como la gente

por · Julio de 2013

El último álbum de Camila Moreno y los futuros de Javiera Mena y Saiko demuestran que, al menos en Chile, pocos realmente hacen crowdfunding y muchos, en cambio, una venta en verde.

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Días atrás leí que Javiera Mena utilizaría el método de crowdfunding para financiar la grabación de su nuevo disco. Más tarde, un amigo me comentó que también varias bandas de renombre o con una base de fans importante estaban haciendo lo mismo (Saiko, o Camila Moreno anteriormente). A mi amigo le llamaba la atención que bandas famosas tuvieran que buscar mecenas digitales a pesar de tener el año copado con conciertos por los que cobran desde $1 millón en promedio. Si me preguntan a mí, es porque el crowdfunding es un buen negocio, y uno de los mandatos principales de los negocios es reducir costos y generar más ganancias. Sobre todo en este caso, en el que sabemos que el famoso lucro es justificado porque el producto es bueno: puedo confiar en que Javiera Mena va a hacer un disco que me va a gustar; lo dudo un poco más con Camila Moreno; y estoy seguro que no me va a gustar el de Saiko.

Lo único que hace cada uno de ellos es hacer una oferta que espera una respuesta traducida en demanda. Por otro lado, es común que los discos de bandas más conocidas necesiten más recursos puesto que cada vez quieren y necesitan ampliar la capacidad técnica con tal de alcanzar nuevos mercados, más estrictos quizás, sobre todo si hablamos de música pop y no de punk o lo-fi. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, lo que realmente me llama la atención de todas las ofertas de proyectos a financiar, es que pocos realmente estaban haciendo crowdfunding y muchos, en cambio, una venta en verde. A saber: venta en verde es vender un producto antes de que exista, más cercano a lo que sería una suscripción y más lejos de lo que realmente se trata el crowdfunding.

Lo que promueve el crowdfunding es la participación de una experiencia o la consecución de un bien social. O lo que es lo mismo, dos personas de problemáticas distintas se encuentran compartiendo una misma preocupación. Llevado al plano social, serían como las personas que se organizan para recaudar fondos, como una completada en donde todos entienden por qué estamos en ese momento y en ese lugar, compartiendo nuestros intereses y experiencias.

El crowdfunding, para quien haya estado incomunicado en los últimos 5 años, es un método de financiamiento colectivo, como bien dice su nombre en inglés, en donde personas comunes y corrientes ayudan a emprendedores de diversa índole a financiar un proyecto específico en un tiempo determinado. A partir de esto surgieron varias plataformas digitales, como Kickstarter, IndieGoGo o Idea.me, las que ponen como pie forzado entregar recompensas a los micro mecenas dependiendo de la cantidad de dinero invertido en el proyecto.

Un rápido paseo por Wikipedia cuenta que una de las primeras experiencias de crowdfunding sucedió cuando el Comité Americano por la Estatua de la Libertad, en 1884, se quedó sin fondos para fabricar la base que la sostendría. Ante esto, Joseph Pulitzer (el del premio), a través del periódico New York World, invitó a los americanos a donar dinero para terminar la base. Seis meses más tarde había recaudado cerca de US$100.000, financiados por 125 mil personas que pusieron US$1 ó menos cada una. Todos ellos se llevaron como recompensa una réplica en miniatura de la estatua. Otro ejemplo: en 1997, en la prehistoria de Internet, los fans de la banda británica Marillion financiaron una gira por Norteamérica sin siquiera contar con la intervención del grupo en toda la producción.

En ambos casos vemos un interés que relega al segundo plano a la recompensa. Mientras en el primero es poder terminar, con el apoyo de todos los estadounidenses, una obra monumental para la época, en el segundo es la experiencia de vivir un show en vivo de una banda que probablemente no los habría visitado si no fuera por la iniciativa de los fans. En resumen, las personas hicieron que pasara, por lo tanto hicieron historia.

Dicho esto y dada la corriente de emprendimientos locales relacionados la música, que actualmente están optando por llevar sus trabajos a estas plataformas, surge la pregunta: ¿Por qué alguien querría poner plata para un disco que no existe? Creo que esto es lo primero que un productor de financiamiento colectivo debería resolver. Lamentablemente la mayoría de las veces esta pregunta tiene una respuesta apresurada: porque el/la músico es conocido, porque hay muchos fans, porque no se venden discos, etc. También se dan excusas para el otro lado: A la gente le gusta tener el disco antes que todos, aparecer en los créditos, tener chapitas, llaveros y poleras. En resumen, están hablando de cosas, no de experiencias.

Lo que parecen perder de vista en este punto es que el crowdfunding, o micromecenazgo, posee un carácter mucho más profundo cuando está ligado al interés por trascender y formar parte de la historia de un artista, incluyendo a los seguidores en un proceso que comúnmente está limitado a un número reducido de personas. Debemos mirar el crowdfunding desde un punto de vista no-utilitario, en donde lo que se ofrezca no sea un producto (el disco en distintos formatos) sino una experiencia. Es entonces cuando la pregunta deja de ser «¿por qué alguien querría poner plata en un disco que no existe?», y se convierte en «¿cómo puedo comprometer a mi audiencia? ¿Cómo podemos compartir un norte?».

El crowdfunding es un ejemplo de cómo la tecnología hoy en día nos ha permitido pasar de un modelo DIY (Do it Yourself) a uno que personalmente he llamado DIO: Do it ourselves. En el DIO se reconoce que la relación músico-fan ha evolucionado a una más cercana y colaborativa, que necesita de un flujo constante de información (a través de redes sociales, primordialmente) y nuevos espacios de participación que inviten a otros a ser parte de la historia. Los músicos y sus representantes deben prestar especial atención a esto, puesto que la respuesta a cómo comprometer a sus fans con el artista radica en qué tan llamados se sienten a formar parte de esa historia.

El primer paso de la filantropía es reconocer el peso histórico de nuestras acciones. Una pequeña anécdota ilustra de mejor manera este punto: Tres picapedreros en la Edad Media trabajan en la construcción de una catedral. Un viajero se detiene a preguntarles qué hacen. El primero responde: «¡Pico piedras, nada más! Es un trabajo pésimo y pagan mal». El segundo contesta la misma pregunta: «Hago lo que me dicen que haga, pico piedras que encajen en su sitio». Finalmente le pregunta al último y éste responde: «Estoy construyendo una catedral antes de la llegada de los moros».

Lo relevante de esta anécdota son la distintas miradas sobre una misma acción, y cómo nuestro discurso puede abrir nuevos mundos y con ello nuevas oportunidades de negocios. Para que métodos como el crowdfunding promuevan un carácter colaborativo debemos poner la mirada en un horizonte más lejano al que actualmente estamos mirando. Hay que verlo como una oportunidad de participar de la historia, una que ciertamente no ocurre en los créditos de un disco o en la venta en verde de un CD, vinilo o mp3.

Crowdfunding como la gente

Sobre el autor:

Diego Sepúlveda es creador del Sello Cazador, que funcionó entre 2008 y 2012, publicando trabajos de bandas chilenas como Fother Muckers, Protistas, Dënver, Adrianigual y Los Mil Jinetes.

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