Hace un par de meses, en un almuerzo familiar, tuve una discusión tan breve como intensa con mi viejo.
Hace un par de meses, en un almuerzo familiar, tuve una discusión tan breve como intensa con mi viejo. Hablando de fútbol, me recordó la vez que fuimos al estadio con O. -gran amigo del colegio- y Chamaco Valdés, uno de los máximos ídolos en la historia de Colo-Colo, hoy ya muerto.
La historia era más o menos así: Chamaco era su amigo de barrio de la infancia, había quedado de ir al estadio con nosotros y, como debe ser, lo pasamos a buscar y fuimos los 4 al Monumental. Colo-Colo había ganado y la tarde había sido perfecta.
-Papá, nunca fuimos. Si hubiese sido así, obviamente me acordaría. Es Chamaco Valdés. No podría olvidarlo.
Así le respondí a mi viejo, cuando todavía sonreía.
No hubo más sonrisa.
La rabia inundó su cara.
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A mi abuela le acaban de pedir matrimonio. Tiene cerca de 90 años. Ella no está segura de qué responder.
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Por un lado, todo hace sentido. Mi viejo efectivamente era amigo de Chamaco -como también lo fue del Loco Araya-, se acuerda muy bien de cada vez que ha ido al Monumental -no le gusta como estadio-, su memoria está impecable y, sobre todas las cosas, es de esos caballeros antiguos que como no hablan, tampoco tienen la habilidad de mentir con palabras.
Por el otro, nada hace sentido: debí tener aproximadamente 17 ó 18 años -no es que hubiese olvidado algo de cuando aprendía a caminar- y, además, a esa edad era un colocolino de rito dominical, de esos que aportaron para la Colotón y que lloraron en la despedida de Marcelo Pablo Barticciotto.
Chamaco era demasiado importante para mí; demasiado para haberlo olvidado absolutamente.
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Mis abuelos llevan casados muchos años. En realidad, no sé cuántos. Ya no los celebran.
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El impasse fue solucionado sin dejar espacio para errores: mi amigo O. tendría la última palabra. Tenía que escribirle y preguntarle por la vez que fuimos al estadio con Chamaco.
Mandé un Whatsapp y, a los segundos, apareció el mensaje: “O. está escribiendo…”
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Mi abuelo es el que pide matrimonio a mi abuela. Lo hace cada cierto tiempo. En broma, tal vez; en serio, también.
Ella pregunta quién es el hombre que vive con ella.
Ella lo quiere.
Ella lo olvida.
Ella lo odia.
Ella lo olvida.
Ella recuerda.
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Sí hubo una vez en que fui al estadio con Chamaco.
O. lo confirmó.
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Mi abuela tiene una memoria impresionante: recuerda con detalle muchos hechos de su infancia y juventud.
La mayor parte de las personas de quienes habla están muertas.
No importa: para ella nunca se han ido.
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Quizás algún día recuerde.