«La gran suerte que uno puede tener es hacer lo que le gusta. Dar con eso es la esencia de todo” —Pep Guardiola Ronaldo de Assis Moreira, más conocido como Ronaldinho Gaúcho, ganó la Copa Libertadores de América 2013 con Atlético Mineiro. El campeón del mundo con Brasil en 2002 nos recuerda que lo importante […]
«La gran suerte que uno puede tener es hacer lo que le gusta. Dar con eso es la esencia de todo”
—Pep Guardiola
Ronaldo de Assis Moreira, más conocido como Ronaldinho Gaúcho, ganó la Copa Libertadores de América 2013 con Atlético Mineiro. El campeón del mundo con Brasil en 2002 nos recuerda que lo importante es divertirse. Y después ganarles a todos.
Ronaldinho recibe la pelota por el sector derecho de la defensa de Arsenal tras un mal despeje del volante argentino Iván Marcone. Es la quinta fecha de la Copa Libertadores 2013 y el Atlético Mineiro brasileño empieza a mostrar sus pergaminos que, tres meses después, lo transformarían en campeón de América. Minuto 58 y en tres segundos, Dinho —como siempre— hace magia: apunta al arco, encara y pincela con la diestra, picándola, como en cámara lenta. Nervo no llega al cruce y el arquero Campestrini ve como la pelota se le cuela en el ángulo superior derecho. Una maravilla.
Infernal, impresionante, dice el Bambino Pons.
Una obra de arte que, junto al pintor, quedará en la historia del fútbol en Belo Horizonte. Por el título contra Olimpia de Paraguay obtenido en penales, por el juego y por la alegría de tener entre sus filas al último gran jugador brazuca antes de Neymar.
De Ronnie tengo muchos recuerdos: las del Mundial sub-17 de Egipto en 1997; el gol contra Internacional de Porto Alegre, jugando por Gremio, que lo coronó como Campeón Gaucho en 1999; sus trucos con el brazalete de capitán del PSG francés; esa bicicleta que desparramó a Ashley Cole y el tiro libre que sobrepasó a David Seaman en los cuartos de final de Corea-Japón 2002; cada sombrero, cada tiro libre, y cada gol jugando por el Barcelona de Frank Rijkaard; la publicidad, el jogo bonito, el látigo, el boomerang y esos pases mirando en sentido contrario como hacía Michael Laudrup. También las filtraciones de sus carretes épicos estando en Milán y en Río, jugando por Flamengo. Y algunos chispazos, como se ha caracterizado su etapa posterior a la del equipo Culé.
Pero por sobre todo, me acuerdo de su sonrisa eterna e incombustible.
Esa sonrisa que solo se ve en las canchas de tierra o asfalto, con los arcos sin mallas o con piedras como arcos, jugando con amigos de toda la vida, divirtiéndose solo por el hecho de tener una pelota en los pies. Aunque a veces se nos olvide como usarla.
Porque Ronaldinho es todo lo que quisimos ser dentro de una cancha de fútbol.
Porque esa risa de Dinho es la del crack, la del queso y la del más o menos. La del crack cuando crea una jugada maradoniana en la que solo le faltó burlar al árbitro, la del queso cuando pifia frente al arco sin arquero, y la del maoma cuando convierte un gol que nunca en su vida logrará otra vez.
Es verdad que en las finales contra Olimpia no apareció, ni siquiera en la definición por penales donde no tuvo la satisfacción de patear y definir el título. Niembro fue capaz de decir que ya no tenía chispa mientras toda América se rinde a sus pies. Aunque solo por el hecho de esa jugada contra Arsenal de Sarandí vale la pena su regreso a lo más alto del fútbol mundial.
«Me pasan muchas cosas por la cabeza, muchas. Volví a Brasil para esto, era lo que me faltaba. Todo el mundo decía que yo estaba acabado… ¡Hablen ahora!» comentó, para la transmisión internacional, el “10” de Mineiro.
Y la última etapa deportiva del campeón de América, de la Copa Confederaciones y campeón del Mundo con Brasil; campeón de Europa con los catalanes; Balón de Oro al mejor del fútbol europeo en 2005 y dos veces mejor Jugador Mundial de la FIFA, entre muchos otros galardones, ahora se me asemeja a esa línea de la canción de Fito Páez: Y dale alegría a tu corazón, Ronaldinho. Es lo único que te pide el fútbol. Es lo único que te pedimos nosotros.