Adelmo Yori, académico de Valparaíso, presentó al autor de Desastres naturales, Pablo Simonetti, en Viña del Mar.
Adelmo Yori, académico de Valparaíso, presentó al autor de Desastres naturales en Viña del Mar.
Desastres naturales es la sexta novela de Pablo Simonetti y su argumento se construye a partir de la reflexión profunda que Marco Orezzoli, el personaje principal, establece con una mirada retrospectiva hacia la precaria relación que sostuvo con su padre a lo largo de su infancia, adolescencia y madurez. Esta introspección surge a partir de un hecho puntual, de un desastre personal que aqueja al protagonista: el infarto cerebral que lo hará recordar el momento de la enfermedad de su padre y el paulatino deterioro que lo conducirá calamitosamente hacia su muerte.
Las referencias críticas sobre Desastres naturales, hasta ahora conocidas, coinciden en destacar un par de motivos: la búsqueda de las manifestaciones de diversos paradigmas de masculinidad y el rescate de la identidad a través de la memoria.
No obstante, la novela aborda mucho más que ello y supera el Bildungsroman. Entre los motivos presentes en estas páginas se pueden mencionar: la memoria, el viaje, el cariño filial, la distancia y el antagonismo, la enfermedad, el descalabro político institucional chileno de 1973, el orden religioso y familiar, el deseo sexual, la búsqueda y la exploración física, la iniciación homosexual, la culpa, el rechazo; negación, farsa, rebelión y rabia, el sentimiento de venganza, la liberación sexual y existencial y, finalmente, la decisión, la mesura y el sentido de la identidad.
Desastres naturales se articula en un diálogo permanente con las novelas anteriores del autor, especialmente con Jardín (2014). La intertextualidad interna es constante, particularmente en las secuencias que refieren a las precarias y tensas relaciones entre hermanos. También se pueden apreciar líneas isotópicas en el tratamiento del despertar (homo)sexual y el erotismo.
La historia se remonta al pasado más temprano referido, 1971, con un viaje familiar al sur de Chile, coincidente con la entrada en erupción del volcán Villarrica. La metáfora de la actividad volcánica conduce a la idea de una fuerza furtiva y latente, una tensa calma y el estallido vital que Marco Orezzoli experimentará y que dará origen y curso a esa suerte de lava que irá cubriendo algunos aspectos de su vida.
A nivel estructural, esta novela sobresale por su entramado complejo y finamente articulado. Es relevante el tratamiento de la anacronía, esto es, un ordenamiento temporal es delicadamente organizado como un tiempo interior organizado en capítulos intitulados por años. El resultado, una secuencia de fechas que comienza y finaliza en el año 2015 (estructura capicúa), momento que señala uno de los desastres naturales que aquejan al sujeto de la enunciación: un infarto cerebral. Así, el ordenamiento se entrega del siguiente modo: 2015-93-71-72-96-73-74-75-76-77-98-94-96-78-80-81-82-86-87-89-98-2015. Se destacan en negrita los años que se repiten y que, a nivel argumental, son significativos para el protagonista: muerte del padre (96), quiebre familiar (98) e infarto cerebral (2015), momentos del tiempo que encajan las piezas claves de un engranaje para lograr una iluminadora avenencia de este “orden del desorden” temporal.
La construcción del relato y la reconstrucción de la memoria a través del tiempo se entregan con una delicadeza artística y técnica narrada en una prosa simple, ligera, clara, casi traslúcida. La riqueza descriptiva es uno de los puntos más sobresalientes en la obra de Simonetti. Se trata de un narrador híper lúcido y sensible, dotado de una energía intelectual desbordada que –permanentemente- reflexiona en torno a momentos específicos y significativos, descritos minuciosamente con especial acento en detalles aparentemente insignificantes, pero que, en su contexto, se colman de sentido y se constituyen en indicios que conectarán ciertos elementos que parecían dispersos a primera vista. Algunos ejemplos de lo anterior se manifiestan en las secuencias en la que se revela una tensión latente entre personajes, o en los pasajes que refieren al despertar sexual y el erotismo, así como en aquellas precarias muestras de cariño entre sus seres queridos.
¿Triunfa o fracasa Marco Orezolli luego de este largo periplo? El dilema no es nuevo en el universo de los personajes protagónicos. La relación con su padre fue precaria, apenas mediada por exiguos y frágiles atisbos de afecto y complicidad fuera de casa. “Me acerqué a despedirme. Casi nunca me tocaba. El único contacto diario era la obligación de darle un beso en la mejilla al momento de irnos a dormir. Una vez a su lado, me abrazó y me besó con fuerza, dejando escapar un crujido de ternura.” (Simonetti 59).
El sujeto de la enunciación en Desastres naturales, finalmente, se halla enfrentado a sí mismo; despojado de sus seres queridos más próximos, desarticulado de la estabilidad que puede otorgar un núcleo familiar contenedor, sin la presencia física de la madre y del padre, pero esta vez refundado y vuelto a erigir desde su propia autodeterminación, validación y confianza, ahora junto al hombre que ama. Es entonces el momento de enfrentar su vida – y todos los infortunios que a ella le embargan- con aplomo, con la seguridad y la disposición de reestablecer el orden desde el desorden que le han provocado estos desastres naturales, para así volver al quicio, al equilibrio, a un punto de ponderación y madurez, a un justo espacio de sosiego que le permite afianzar y aquilatar su identidad.