Descansa en paz, querido cassette walkman

por · Noviembre de 2010

Tras 30 años, Sony deja de fabricar reproductores de casete portátiles

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Ya deben saberlo: la prestigiosa empresa Sony comunicó hace dos semanas que dejaría de producir los clásicos Walkman para casete, situación que hace necesario expresar mi profundo pésame.

walkman

Ya han pasado más de 30 años desde que nuestro querido “Cassette Walkman” fue inventado, en medio de la efervescencia de la onda disco y el surgimiento del punk a finales de la década de los setenta, exactamente el año 1979, pero a más de alguno, el casete, le traerá grandes recuerdos, porque marcó una etapa de nuestras vidas, antes de que llegara la avasalladora tecnología del CD, el mp3, el mp4 y el famoso iPod.

El primero siempre será el del lápiz Bic dando vueltas al casete, de la forma más rápida posible, para rebobinar hasta que ya no quedaba cinta y así ahorrarnos las pilas del Walkman, pero también recordaremos otra imagen. Aquella de cuando escuchábamos una canción que nos mataba en la radio y corríamos a buscar el casete más torrante que encontráramos, apretábamos REC y grabamos esos temas que tanto nos gustaban. Eran las típicas canciones “juveniles” y que hoy me avergüenza pensar que las pude cantar a todo pulmón. Claro ejemplo son las de Shakira, Ricky Martin, Chayanne, Los Prisioneros, Aleste. Podíamos escucharlas apasionadamente, una y otra vez, gracias a nuestro querido casete.

Hoy, esa magia se ha perdido, la descarga de música –gratis–, ha simplificado nuestra vida melómana. Es por eso que hemos olvidado a nuestro amigo Walkman y a su aliado el casete. Está bien, la tecnología nos ha aliviado la existencia y escuchar nuestra preciada música es mucho menos complejo que antes, pero jamás podremos olvidar la existencia del “personal stereo”.

Todos tenemos anécdotas de casete. Recuerdo que cuando chica a mi papá le encantaba que cantara, para eso colocaba cualquier cinta en su radio a pilas y me hacia interpretarla. Lo ridículo es que hace unas semanas nos juntamos con un grupo de amigos, y encontraron en mi pieza un casete de Los Jaivas y nos decidimos a ponerlo en la radio. Mientras escuchábamos la canción “Todos juntos” apareció la voz chillona de esa pequeña de 4 años cantando canciones de la Nueva Ola, haciendo feliz a su papá. Ni se imaginan la plancha que pasé. No fue de lo más grato que mis amigos escucharan la voz que tenía hace más de 15 años, creyéndome Cecilia en sus años mozos, porque justo en esa época en que mi papá me hizo cantar en ese casete, estaba de moda la teleserie Estúpido Cupido.

O aquella vez que mi primer pololo, en un afán por creernos retro, me regaló en una cita el casete de Wilfrido Vargas en donde venía el emblemático “El Baile del perrito”. Para que vean que los casetes todavía conquistan.

Sin duda le tengo cariño a muchos casetes: no sólo al de Wilfrido Vargas, y al de Los Jaivas que le terminé borrando entero a mi papá. Hay otro que me hacía bailar frenéticamente: el de Banda Blanca y su “Sopa de caracol”. Así es: mi mamá me colocaba algo parecido a esas polleras de colores tan caribeñas y me meneaba desatando la risa de la familia entera.

Tampoco puedo dejar de nombrar uno que todos tuvimos cuando chicos y que incluso aún conservo con todo mi amor. El casete de Cachureos, específicamente el de 1998. Era un ritual. En cada cumpleaños de algún compañerito de curso o amiguito del barrio se escuchaba. Es chistoso recordar cómo disfrutábamos la simpleza de las canciones de Cachureos y la manera en que bailábamos felices y desenfrenados con el Gato Juanito o el “Muevame el pollo, por favor”. Eran tiempos en que los niños disfrutaban una tarde entera con sólo un casete, papas fritas, una piñata y de esas deliciosas bolitas de colores llamadas Chispop que te dejaban la boca llena de colores.

Más grandecita aprendí a valorar y a comprar otro tipo de casetes. Uno de esos fue el de The Beatles que compré en el persa de la Villa México. Gocé tanto con él que el pobre terminó colapsando. Como era obligación colocarlo en el Walkman y salir a pasear, sus cintas se terminaron enredando y las voces de Paul y John desaparecieron por completo. Sin embargo, aún hecho pebre, lo conservo como la joya más preciada de mi cementerio de casetes.

La última historia que tuve, hace un año aproximadamente, fue acampando en el Cajón del Maipo con un grupo de amigas. Para hacer más ameno el paseo le pedí a mi abuela que me prestara su radio a pilas. No me percaté que dentro de ella venía uno de sus casetes favoritos, el Grandes Éxitos de Ana Gabriel. En la noche del segundo día de camping, mientras mis amigas se emborrachaban, yo me fui a dormir. Pero cuando ya eran altas horas de la madrugada escuché a Javiera, mi mejor amiga, cantando con pasión, frenesí y entusiasmo “Luna, tú que lo ves, dile cuánto lo extraño”. Ese casete fue la gran anécdota de nuestro paseo, desató grandes risas, e hizo que esa salida tuviera un toque diferente. Todo gracias a un simple casete, y a mi abuela, obviamente.

En estos días, creo que deberíamos colocar las banderas a media asta y hacer un minuto de silencio en honor a nuestro querido amigo Walkman reproductor de casetes, porque obviamente al desaparecer uno, desaparece el otro. Y Ellos merecen cada una de las lágrimas que derramemos por su pérdida. Todos en nuestras casas tenemos uno de estos aparatos abandonados en algún cajón.

¿Qué tal si desempolvamos ese casete y ese Walkman y salimos a caminar, escuchándolo y recordando cómo fuimos alguna vez?

Detrás de un casete siempre hubo mil historias.

Descansa en paz, querido cassette walkman

Sobre el autor:

María Francisca Burgos

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