El escritor colombiano William Ospina estuvo en Santiago para presentar su última novela El año del verano que nunca llegó y sobre todo para blandir la escritura en nuestro idioma. ¿La lengua que hablamos se parece al mundo en que vivimos?
El autor colombiano William Ospina estuvo en Santiago en una serie de actividades relacionadas con la aparición de su última novela, El año del verano que nunca llegó (Literatura Random House), y la trilogía de relatos históricos donde talla y detalla el dramático curso de la colonización española en el continente: Ursúa (2005), El país de la canela (2008, Premio Rómulo Gallegos 2009) y La serpiente sin ojos (2012). «Algo que me ha interesado siempre es el proceso que ha vivido América Latina de construcción de un lenguaje que le permita hablar de sí misma, porque yo creo que todos los escritores latinoamericanos nos encontramos en algún momento con la pregunta de si la lengua que hablamos se parece al mundo en que vivimos», dijo en la cátedra en homenaje a Roberto Bolaño celebrada en la UDP. «No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más», escribió el filósofo rumano Cioran y Ospina, que se ha especializado en fundir el ensayo literario con la novela histórica, cree que los autores latinoamericanos tomaron su tiempo para apropiarse de la lengua española, lo que permitió alcanzar la independencia cultural de España: «Cuando conocí la obra de Juan de Castellanos (militar y sacerdote español), comprendí que él se había encontrado con una gran dificultad porque la lengua que había llegado a América estaba enmudecida porque no tenía palabras para nombrar nada de lo que era específicamente americano (…) Destaco el esfuerzo de nuestros escritores por convertir esa lengua, tan solemne y autoritaria, en una lengua propia y hábil que no solamente nombraba a la naturaleza americana, sino que también se encargó de nombrar estas fusiones culturales que actualmente somos nosotros.»
El año del verano que nunca llegó, la última novela de Ospina, presentada hace solo unos días en la FILSA, se sitúa en 1816 cuando Lord Byron, Mary Shelley y el doctor Polidori coincidieron junto a un lago suizo: los jóvenes románticos habían creado a Frankenstein y al vampiro que inspiró el Drácula de Bram Stroker. Desde esos arriesgados materiales —tan tocados, tan versionados—, Ospina aparece como un supersticioso que rinde homenaje a la fabulación y persevera con la ficción. Solo así se explica el sentido que le atribuye a su escritura: «El bálsamo del relato fue una de las primeras invenciones de la humanidad: necesitamos consuelos para la vida, pero sobre todo necesitamos consuelos para la imaginación (…) Para mí la literatura pertenece al linaje de la plegaria y al linaje del canto y tiene un efecto sanador sobre la imaginación de los individuos. Desde el origen de las sociedades, creo que individual y colectivamente hacemos literatura para no enloquecer.»
El año del verano que nunca llegó
William Ospina
Literatura Random House, 2015
304 p. — Ref. $14.000