En Vida de Gérard Fulmard (Anagrama, 2021), Jean Echenoz se ocupa de uno de sus acostumbrados personajes que parecen no interesarle a nadie, uno de sus héroes o antihéroes excéntricos e inútiles. El novelista sabe, como siempre, alimentar su historia con detalles precisos, juega con los códigos de la literatura de espías, en un relato cargado de ironía, aunque según la reseñista, con cierta amargura más descarnada de lo usual.
Por Gabrielle Napoli. Traducción: Patricio Tapia
Nacido en Gisors el 13 de mayo de 1974, con un metro sesenta y ocho de estatura y ochenta y nueve kilos de peso, Gérard Fulmard era auxiliar de vuelo. Por motivos que el narrador de la nueva novela de Jean Echenoz (el propio Gérard Fulmard) se niega a precisar, ahora tiene prohibido volar y debe acudir, dos martes al mes, a una institución médica concertada, para “monologar bajo el ojo entrecerrado de un psiquiatra llamado Jean-François Bardot”, este último vestido con trajes hechos a medida y conduciendo un Audi Q2. Tales sesiones llevaron a nuestro amigo Gérard Fulmard, siempre en busca de marcas de clase e incluso de injusticia social, a sospechar que el doctor Bardot “ejerce tales actividades subvencionadas con la única finalidad de redondear sus finales de mañana, añadiendo un poco de dinero al que debe de ganar a porrillo en la privada”.
Gérard Fulmard, y este es un detalle muy importante, vive en la rue Erlanger, en el distrito XVI de París. Ocupa el departamento donde vivía su difunta madre (Gérard Fulmard es un auténtico sedentario), un departamento cuyo dueño, un hombre llamado Robert d’Ortho, ha sido asesinado por un perno gigante, “propulsado a una velocidad de treinta metros por segundo”. Lo que al principio parece una ganancia caída del cielo —Gérard Fulmard espera ahorrarse su alquiler mensual, al menos temporalmente— esta muerte súbita por la destrucción de la zona esternal de un personaje secundario resulta ser el comienzo de una sucesión inevitable de hechos, que dudamos en llamar eventos. Estamos lejos del fatum y sus trágicas resonancias. En una novela de Echenoz, incluso si los efectos pueden ser desastrosos, el destino suele ser cómico, incluso grotesco, a la imagen del mismo Gérard Fulmard.
El efecto colateral de un evento sobre el que el narrador se niega a volver como ya se ha dicho, esto es, la destrucción del centro comercial de Auteuil por un “grueso fragmento de satélite soviético obsoleto”, abre la novela. Porque todo funciona por “proximidad” en la existencia de Gérard Fulmard así como en el relato de Echenoz: “No es óbice porque, mira tú qué pena, el segundo segmento de un viejo lanzador soviético Cosmos 3M acaba de destruir mi hipermercado. Llevaba deambulando en su órbita medio siglo, acompañado de cientos de sus congéneres enviados en plena Guerra Fría desde las bases de Plessetsk, Kapustin Yar o Baikonur para instalar en el cielo furtivos satélites militares”. El supermercado, por tanto, estaba a solamente unas pocas calles de la rue Erlanger. ¿Podría Fulmard haber vivido en otra parte que no fuera en una calle que fue el escenario del suicidio de Mike Brant en abril de 1975 o incluso el escenario del crimen caníbal que llegó a los titulares en junio de 1981, sin mencionar el incendio que causó una docena de muertes en febrero de 2019? Probablemente no.
Necesitaba eso al menos Gérard Fulmard, quien se verá envuelto en un asunto político de segundo orden, sin mucho interés, una historia de sucesión para dirigir un partido que oscila entre el 2 y el 2,2%, la Federación Popular Independiente, conocido (¿mejor?) por la sigla FPI. Jean Echenoz juega con los códigos de la novela de espías, se divierte mezclando referencias que el lector captará sobre la marcha, alinea lugares comunes para descolocarlos mejor y hacer reír, gracias a un narrador cómplice que, tal como el lector exigente, está por encima de todo eso, ¿no es así? Y quién, por tanto, podría pensar como él: “Es una convención fastidiosa, obligada, pero, en fin, supongo que es una figura que viene impuesta”.
Vida de Gérard Fulmard es una galería de retratos, los personajes se multiplican, a veces haciendo muchas o muy breves apariciones en la historia, y el novelista consigue siempre, con algunos detalles bien escogidos, sacar a la luz lo que sería más ridículo en cada uno de ellos, sin mucha ternura. Si se sigue siendo aficionado a esta ironía incomparable, que él no escatima respecto de los lugares descritos más que respecto de los personajes, la Porte de Bercy comparada con una “red intestinal, una imagen de viejo flipper Gottlieb o un nudo borromeo mal hecho”, por ejemplo, se lamenta, sin embargo, cierta amargura en esta novela, algo más descarnada de lo que el autor nos tenía acostumbrados.
Jean Echenoz es punzante, y eso no es nuevo ni está hecho para nuestro disgusto. El espíritu de curiosidad puede no sofocar al personaje epónimo, según él mismo admite, pero la crítica social le es familiar, y además se confunde con la de un narrador nunca falto de comentarios, ya sea sobre la pobreza (también encontramos imágenes ya presentes en Enviada especial) o sobre los medios de comunicación, o incluso sobre la ausencia de toda reflexión política en una sociedad que se está quedando sin nada. Y nos reímos, por supuesto, de sus descripciones de la agitación mediática, por ejemplo, caracterizada por una ausencia total de pensamiento: “Balance sobre la situación en Auteuil efectuado cada cuarto de hora por un ayudante sobre fondo de ruinas humeantes mientras otro zapateaba helado ante el umbral de la embajada rusa. Luego se renovó el plató: hicieron venir, ya puestos, a filósofos, eclesiásticos y milenaristas, incluso un druida evemerista de uniforme vociferante que siempre pasa lo mismo, que él se había matado prediciendo un desastre y nadie le había hecho caso”.
Sin embargo, algo se nos escapa un poco en esta Vida de Gérard Fulmard y sospechamos que el novelista tiene algo que ver. A fuerza de jugar con su lector, de mantener esa lectura engañosa que también le da sal al relato y que le da su talento, Jean Echenoz mantiene una distancia que termina por hacer que la lectura también sea a veces distante. La escritura es precisa y visual, quizá más en esta novela que también juega con los códigos cinematográficos, pero el “corte en la acción” repetido a veces pierde su elemento de sorpresa.
Artículo aparecido en la revista En Attendant Nadeau 94 (enero, 2020).