Los viajes e investigaciones realizado en Aventuras en el Antropoceno (Ocho Libros, 2018) por Gaia Vince muestra un espejo de la época de la humanidad que revela todo lo que hemos destruido, pero también lo que aún podemos salvar.
Por: Tim Radford. Traducción: Patricio Tapia
Estudiosos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han calculado que, en los próximos años, la degradación de las tierras agrícolas y de pastoreo podría convertir a 50 millones de personas en migrantes: si se juntan, sumarían la vigésimo octava nación más grande del planeta. Casi simultáneamente, otra agencia de la ONU calculó que en los últimos 25 años se había quemado o talado otro 3% de los bosques del planeta: 129 millones de hectáreas de raíces, ramas y dosel. Si se reúnen todos esos troncos carbonizados en un solo lugar, se tendrá un área del tamaño de Sudáfrica.
Una vez que haya leído el libro de Gaia Vince, comenzará a registrar la escala del cambio en un mundo que cambia rápidamente. Aventuras en el Antropoceno es uno de los seis libros que compitieron por el premio de la Royal Society Winton Science Book. Los otros fueron: Smashing Physics, de Jon Butterworth; Alex Through the Looking-Glass, de Alex Bellos; Life on the Edge, de Jim Al-Khalili y Johnjoe McFadden; Life’s Greatest Secret, de Matthew Cobb; y The Man Who Couldn’t Stop, de David Adam.
Todos ellos exploran el universo científico en sus diferentes formas: la estructura última de la materia; el lenguaje matemático en el que está escrita la creación; el juego inesperado de extraños fenómenos físicos en el comportamiento biológico; el código químico en el que está escrita la biología; y la maquinaria neurológica y psicológica que podría conducir al trastorno obsesivo compulsivo. Cada libro hace lo que la ciencia hace mejor: comenzar con una pregunta cuidadosamente formulada y usarla como instrumento para exponer una comprensión más amplia.
Pero Aventuras en el Antropoceno es, a su manera, un libro mucho más ambicioso y, al mismo tiempo, mucho más fácil de entender que los otros. Sostiene un espejo frente a la humanidad y dice: mira lo que le has hecho al mundo, el único mundo que tendrás.
El Antropoceno, la Era del Hombre, es un nuevo nombre propuesto para la actual época del Holoceno de lo que los geólogos llaman el período cuaternario en el que vivimos ahora, y abarca lo que se ha dado en llamar la Gran Aceleración, en la que, durante los últimos 65 años, cualquier cosa que hicieran los humanos, la hicieron más rápido, con mayor eficacia y a mayor escala, mientras que al mismo tiempo ellos se reproducían más y morían mucho menos.
Se necesitaron 50.000 años para que una especie de megafauna, el Homo sapiens, alcanzara una población de mil millones. Sólo en los últimos 10 años, otros mil millones de personas aparecieron en el planeta, y para fines de este siglo, podría albergar 9, o 10, u 11 mil millones de almas, cada una de las cuales esperará tener lo mínimo para sostener su salud y su contentamiento. Muchas de esas personas exigirán mucho más —un automóvil, un pequeño lugar en Francia, un viaje a Disneylandia, un nuevo teléfono inteligente— que es donde comienzan los problemas. Para construir ciudades, pavimentar carreteras y establecer fábricas, los humanos se convirtieron hace décadas en la mayor fuerza de movimiento de tierras del planeta: cada año mueven más rocas, tierra y grava que el viento y la lluvia, los ríos y los glaciares juntos.
Las ciudades ahora cubren el 2% de la tierra del planeta: para 2030, esto será el 10%. Durante los próximos 80 años, la especie construirá una ciudad para un millón de personas cada 10 días. Para mantener estas ciudades en funcionamiento, los humanos consumirán en todo momento 18 teravatios de energía y aunque la mayoría de las personas en este mundo lleno de gente tiene que sobrevivir con menos de 2 dólares por día, alrededor de 2020, cerca de 5 mil millones de ellos tendrán teléfonos inteligentes y acceso a Internet, y ya las personas que son miserablemente pobres pueden ver, con el toque de un dedo, lo que se están perdiendo, y quererlo para sí mismos, y en el curso de tratar de obtenerlo, consumir más recursos y precipitar aún más rápido el cambio climático y la destrucción ecológica.
Mientras tanto, los otros 10 millones de especies que comparten el mismo vivero evolutivo, el mismo espacio vital y el mismo recurso energético en último término —y que de formas que no apreciamos, hasta ahora han aprovechado, configurado, entregado y reciclado la riqueza que los humanos consideran como suyas— sobrevivirán o se extinguirán en gran medida porque los humanos pueden elegir si florecen o perecen. Los seres humanos están derritiendo el Ártico, convirtiendo los bosques en praderas y las sabanas en desiertos, y ahogando los mares con desechos plásticos, y haciendo todo esto a una escala pródiga, en su mayoría sin pensar acerca de ello.
Cualquiera que lea este libro no tendrá excusa para no pensar en esto. Vince no solo reúne las estadísticas de explotación y destrucción, sino que va a ver por sí misma lo que significan. Como buena reportera, trata de ver los dos lados; explora tanto la devastación humana como las soluciones benéficas y a veces deslumbrantes que el ingenio humano puede ofrecer. También hace el trabajo preliminar: trepa por las empinadas laderas de las montañas en Nepal y en Ladakh, mira los planes hidroeléctricos en la Patagonia, evade con éxito una emboscada en el desierto camino al lago Turkana, atraviesa por el bosque para acercarse a un tigre, camina en los barrios marginales cerca de Cartagena en Colombia, se arrastra por una mina de plata en Bolivia y se desliza por un afluente del Amazonas en una piragua.
Un tema del tamaño de un planeta exige su propia forma disciplinada de exploración, y Gaia Vince tiene una fórmula: ella selecciona un tema —atmósfera, rocas, tierras de cultivo, ciudades, etc.—, prologa el reportaje directo con un pequeño ensayo introductorio y luego termina cada aventura con una segunda mirada a los grandes desafíos. Sus encuentros en el intertanto con las personas que deben vivir con las consecuencias poco felices de la Gran Aceleración agregan potencia a las estadísticas adormecedoras de contaminación, destrucción y pérdida. Ella viaja para conocer al nepalí que regresó después de 20 años en Estados Unidos para transformar su hogar tribal, con invernaderos improvisados, retretes de compostaje y acceso a Internet a través de un kit de Wi-Fi doméstico que funciona con energía solar y computadoras donadas. En todas partes del mundo, el hielo está retrocediendo, pero en Ladakh, un ingeniero ha descubierto una manera de hacer glaciares artificiales para almacenar el agua para la vegetación del verano y, al hacerlo, ha dado a los aldeanos no solamente seguridad, sino también un nuevo tipo de esperanza.
En un capítulo que comienza con el aumento del nivel del mar que pronto inundará los atolones de las islas Maldivas, conoce a un isleño del Caribe que construyó una isla con basura y la plantó con papayas y cocos e incluso construyó casas en ella. En cada capítulo, hay historias fabulosas como estas, vislumbres del otro mundo que tal vez podríamos haber construido para nosotros mismos.
Necesariamente, para sortear un tema que abarca toda la historia humana y también toda la geografía, tiene que ser breve, por lo que en cada capítulo te deja con ganas de más. Esto generalmente se considera algo bueno. Bueno o no, es difícil ver, dadas las ambiciones de un libro así, qué más podría haber hecho. Y si ayuda a los lectores a comprender un poco mejor la pérdida y el sufrimiento que subyacen a la extracción de las tierras raras que se utilizan para fabricar un teléfono inteligente, o la locura económica y ecológica de talar un bosque tropical para criar más carne de vaca para hamburguesas baratas, entonces se convierte en todos los sentidos en un buen libro, así como en una lectura convincente.
Artículo aparecido en The Guardian 23-09-2015.