«Estar en la Friend Zone es mejor que no tener amigos» explica nuestro columnista conmovido y enfurecido por la Guía ilustrada que publicamos el fin de semana. Acá una visión del tema guiada por el psicoanálisis.
Escribo estas palabras movido por la indignación que me produjo la lectura de la columna de Ricardo Martínez sobre el tema de la Friend Zone y la forma en que lo aborda. ¿Qué me autoriza a responderle? Además de psicólogo, lamentablemente soy un experto en el tema: en 25 años que llevo de vida nunca he pololeado, viviendo condenado a ser el inofensivo “mejor amigo”.
Aunque no puedo hablar desde la distancia y objetividad del observador que describe un fenómeno que le es ajeno, puedo dar testimonio de lo que es estar metido hasta el fondo en un abismo del que a veces parece no haber salida posible.
Mi problema con la columna de Martínez es que termina reduciendo el problema de la Friend Zone a uno cognitivo (era que no): el tema sería que quienes caemos en tan nefasta zona no sabemos las técnicas para evitarlo y bastaría con aprenderlas (en su ejemplo, aclarar los sentimientos desde un principio, consejo que por lo demás me ha traído solo malas experiencias).
El problema con ese enfoque es que muchos frienzoneados en realidad somos bastante inteligentes, y luego de sucesivas experiencias nos podemos dar cuenta de las cosas que hacemos para caer ahí, pero por más que intentemos evitarlo seguimos repitiendo los mismo patrones: sabemos lo que hacemos, y aun así lo hacemos.
El problema de la Friend Zone es, por lo general, más profundo, y aunque en ocasiones puede tener que ver con desconocer técnicas particulares para relacionarnos con el otro sexo, esto no sucede por tontera, sino porque hay algo más impidiéndonos ese conocimiento. El ser frienzoneado no responde a una falta de conocimiento particular, sino más que por lo general se deriva de una experiencia vital total, más allá de los amoroso, en la que uno está inmerso y de la que cuesta bastante salir. Quizás quien ha relatado esto de la manera más vívida y cruda ha sido Gumucio en sus memorias prematuras. En un artículo llamado La adolescencia como campo de concentración, Gumucio cuenta:
«Algunos amigos tenía, algunos amores platónicos intentaba, pero nadie en lo profundo desafiaba la torre de mi castillo, con nadie compartía yo algo parecido a la intimidad. Vivía a mi pesar como los otros jóvenes y milité y viajé en carpa, pero no besé a nadie ni nadie me besó. Uno de mis amores platónicos de entonces me confesó hace poco que me encontraba en ese entonces buen mozo, mucho más buen mozo que ahora. Yo me sabía absolutamente horrible. O más bien, convertido en alguien que yo no era, no me sentía capaz de juzgarme objetivamente. No era yo, y me parecía justo librar a las mujeres que me gustaban de ese no Yo. Me parecía justo que ese extranjero que me habitaba no las penetrara, que ese alien que me habitaba no me quitara mis recuerdos, mis pasiones, mis mujeres, mi vida».
Como podemos ver, su drama no responde a un «no saber» respecto a cómo proceder para encontrar una mina, sino que tiene que ver con una identidad afirmada en una sensación quizás irracional, pero enquistada en lo más profundo de su ser, frente a la cual probablemente la experiencia difícilmente podría hacer mella alguna. En lo personal, sufro de una inseguridad casi ontológica, y pese a que me vaya bien y me ocurran cosas buenas, sigo sintiendo que no valgo la pena, a pesar de estar cognitivamente convencido de lo contrario. Incluso he tenido algunas incursiones sexuales con mis amigas, pero por algún motivo le doy a esos sucesos el estatuto de lo extraordinario o incluso de lo no acontecido, y ahí estoy la semana siguiente, como si nada hubiera pasado, sin hablar del tema, escuchando nuevamente sus problemas amorosos con el chico que les gusta (que, digámoslo, suele ser un grandísimo sacoweas).
¿Cómo entender entonces esta conducta tan nefasta y a todas luces tan estúpida, pero de la que parece imposible escapar? El psicoanálisis puede venir a nuestra ayuda al respecto.
Lo primero es entender que cada caso es particular, y aunque hayan algunas similaridades, cada uno está determinado por circunstancias distintas, por lo que mal se podrían dar soluciones generales (olvídense de los libros o cursos sobre seducción).
Segundo, nuestra identidad y nuestros patrones relacionales están marcados por las experiencias que hemos vivido, las relaciones significativas que hemos tenido a lo largo de nuestra vida y el contexto en el que nos ha tocado desenvolvernos, por lo que para cambiarlos no basta con meras recetas o consejos, ni siquiera con nuestra voluntad consciente (aunque no está de más).
Tercero, como explica claramente Lacan en su seminario 11: «Es evidente que la gente con la que tratamos, los pacientes, no están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y no obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aun así, en ese estado de tan poco contento, se contentan. El asunto está justamente en saber qué es ese que se queda allí contentado».
O sea, hay que entender que aunque no los sepamos, existen motivos que nos llevan a actuar como actuamos, aunque en primera instancia nos parezca un actuar irracional. El tema está en desentrañar qué es lo que cada uno está satisfaciendo al actuar de esta manera, respuesta que puede buscarse y encontrarse de muchas formas, pero que necesariamente debe ser personal y particular.
A quienes se encuentran friendzoneados como yo, puedo comentarles las cosas que al menos a mí me han ayudado un poco a lidiar con esta situación, instándolos a que de todas maneras cada uno pueda encontrar una vía personal para tramitar este problema.
Primero, no perder las esperanzas. Estadísticamente, existe la posibilidad de que pasemos en resto de nuestros días en la más absoluta soledad, sí, pero también existe la posibilidad contraria, por lo que llamaría a creer en ella a pesar de lo irrealizable que pueda parecernos a veces. Sigamos insistiendo en la conquista de nuestras amigas, por más que nos sigamos topando con el rechazo, mi experiencia me dice que aquello no ha sido del todo en vano. Personalmente, además, trato de salir lo más posible, voy a cada carrete que me invitan, con y sin mi amiga, a veces voy a bailar solo cuando nadie apaña, o a carretes de gente que no conozco, para tratar de conocer nuevas personas. No digamos que me ha resultado espectacularmente, y por lo general estas actividades van acompañadas de mucha ansiedad, pero al final siempre tengo el consuelo de haberlo pasado mejor que encerrado en mi pieza. De todas maneras estar en la Friend Zone es mejor que no tener amigos.
Segundo, una recomendación que viene de cerca, el psicoanálisis. No es una cura milagrosa, pero debo decir que en casi tres años de terapia algo he avanzado. Es interesante tener una instancia semanal que te obliga a ponerte en cuestión, es como una marca personal para tu neurosis, aunque a veces no resulta nada fácil y no faltan las ganas de mandar todo a la cresta. Es útil también mantener una relación con un terapeuta que entiende la complejidad de tu problema, que intenta no juzgarte y frente a quien uno tiene la seguridad para revelar sus creencias más íntimas, por más ridículas que puedan ser. Es un proceso largo, y no puede ser de otra manera si tomamos en cuenta que se trata de intentar cambiar algo del orden de lo que uno es, una identidad que se ha conformado a lo largo de nuestra vida, atada a nuestra historia y a los que nos rodean, por lo que modificarla no es una empresa menor, siendo algo que el psicoanálisis se toma bastante en serio.
Para finalizar, debo decir que todas maneras no es todo tan malo dentro de la Friend Zone. Frente a la alternativa de la soledad radical, no es malo tener a alguien que se preocupe por ti, con quien carretear, con quien hablar, con quien ver y comentar una película acostados comiendo chatarra. El sexo, de todas formas, siempre es problemático (aunque hay que asumir que es un problema bienvenido). Como todo asunto humano, la Friend Zone es un problema complejo y a fin de cuentas un misterio. Uno no sabe bien cómo se metió ahí ni cómo o cuándo va a poder salir. Podría terminar como alguien que conozco, envejeciendo en soledad a punta de recuerdos de amistades y relaciones que fueron y por fuerza no se repetirán jamás, muerto en vida, o en un final feliz como el de Gumucio al contemplar su figura adulta frente al espejo. Frente a estas posibilidades inciertas, lo mínimo que se puede hacer es intentar dar la pelea.