Él es mi ídolo

por · Octubre de 2014

Portavoces indiscutibles de la canción de protesta, Violeta Parra, Víctor Jara y Jorge González forman la trilogía clave de la música popular chilena.

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Suena pasado a caca, pero en realidad vale la pena comenzar este artículo con la conclusión: Violeta Parra, Víctor Jara y Jorge González forman la trilogía clave de la música popular chilena. Tres artistas paridos por el Chile real, portavoces del malestar social de sus respectivos contextos e influencias indiscutibles de la canción de protesta.

Los factores en común entre Violeta, Víctor y Jorge son evidentes: todos comparten en sus respectivas historias una infancia pobre, marginalidad, una visión crítica del poder y una obra musical que cantó sobre aquello. Pero ante todo, coinciden en unos de los rasgos nacionales más usuales y menos disimulados por los chilenos: resentimiento social. Ese que la historia oficial se encargó de satanizar hasta volver un defecto colectivo.

Porque es imposible defender la obra de Jorge González sin reivindicar el resentimiento social. Sin él, Los Prisioneros no hubieran existido. La resignación del Liceo 6 y la frustración de las familias sanmiguelinas que vieron transcurrir la dictadura son ingredientes fundamentales del inventario político de la banda.

Los himnos más viscerales de Los Prisioneros fueron el vómito de la resaca represiva que González y sus amigos sortearon a mediados de los 80’, cuando la banda comenzó a forjar su categoría de mito. A estas alturas, pocos desconocen las anécdotas sobre el casete pirata y la forma en que el trío de liceanos esquivó, desde la clandestinidad y gracias al mano a mano, la censurada industria musical.

Durante años, sin embargo, los medios de comunicación elaboraron una postura común frente al líder de la agrupación. Sus polémicas declaraciones públicas, las boletas respectivas al duopolio político, sus problemas con las drogas y el perfil contestatario, fueron variables suficientes para que el servil periodismo nacional lograra construir un consenso implícito sobre González. Así, desde fines de los 90, el rockero fue retratado como un símbolo del odio de postdictadura que obstaculizaba el ya instaurado discurso de reconciliación nacional.

Hoy, prácticamente no hay facho que no lo odie. Aunque han pasado más de tres décadas, los viejos himnos adolescentes craneados por González siguen picando fuerte en el trasero del cuico y de la cuica chilena. También en el poto del posero, del machista, del patriota, del abajista y todos esos y esas sujetas a las que se paseó. Según sus declaraciones públicas, por ejemplo, a Jorge alguna vez lo odiaron Kike Morandé, Patricia Maldonado, Don Francisco y Sebastián Piñera. Y Claudio Narea.

Referentes del resentimiento

Una cosa es tener odio en el corazón y otra cosa es con guitarra. Si bien, ser chileno es razón suficiente para vivir enrabiado con el mundo, la escritura certera y punzante de Jorge ha causado impacto en la oreja de diversas generaciones. El sanmiguelino fue, como Víctor y Violeta, un cantautor valiente. Un cantautor chorizo, para ser exactos.

Mientras Violeta describía la hipocresía y falsa moral de las clases dominantes y los políticos en los versos de “Miren cómo sonríen los presidentes”, Víctor le cantaba años después a los indefinidos: «Usted no es ná, no es chicha ni limoná, se lo pasa manoseando, caramba zamba su dignidad». Antes de cumplir 20 años, Jorge escribiría una de sus estrofas más coreadas, dedicadas con amor a la vanguardia artística picada a revolución: «Pretendes pelear y solo eres una mierda buena onda».

Es la resentida genialidad de esas letras las que nos convoca. Violeta, Víctor y Jorge traspasaron el objetivo de hacer buenas canciones —técnicamente perfectas—, convertirlas en himnos populares y proyectarlas hasta conseguir que, a décadas de su creación, sigan vigentes. Los tres musicalizaron las disputas, fracasos, rabias y decepciones de sus tiempos, dando cara en un país donde el arte ha preferido largamente ser apolítico y compuesto.

Después de su ruptura con Los Prisioneros, una cantidad considerable de fanáticos no pudo con la transición de González. Rechazaron cada uno de sus proyectos solistas durante los 90’ y aún miran con recelo las canciones de Libro (2013). Aunque no lo admitan, siguen esperando que Jorge González escriba algo parecido a “El baile de los que sobran”. Todavía le cobran sentimientos por no sacar una canción que cuente lo que está pasando y echar unas puteadas, como en los viejos tiempos, aunque algunos no hayan vivido esos tiempos. «Me pagan por rebelde», ironizó él mismo una vez.

Hay algo morboso en la admiración que genera Jorge González. Cuando tocaba en Viña, la prensa y el público estaban expectantes y atentos a sus posibles salidas de libreto. Cuando el evento era dirigido por Canal 13 —y aún mantenía una línea editorial cargada a lo pechoño— el sanmiguelino funaba a los curas y a los xenófobos causando ovación popular en la Quinta Vergara. Lo mismo ocurrió con sus discursos en El Abrazo y presentaciones posteriores.

La actitud contestataria a la que se asocia su figura, sin embargo, le ha pasado la cuenta: no solo le piden buenas canciones, el “padre del rock” también tiene que ser consecuente. Hoy el escenario se divide entre quienes lo juzgan por interpretaciones erróneas de canciones escritas hace décadas, el grupo de nostálgicos de su paso por Los Prisioneros, quienes lo detestan y critican (fachos) por vivir en Alemania y los fanáticos que lo bancan a muerte. Públicos, en general, radicales en su opinión frente al cantante.

La genialidad de Jorge reside en sus canciones, pero es ciego desconocer el atractivo que su pesadez ha sumado a su fama. Su pesadez, dicho muy en chileno, porque a Chile los de su talla incomodan. Por estos días, no obstante, los públicos han madurado: Jorge González dejó de ser el hueón pesado que la tele promocionó hasta el cansancio para convertirse en el líder indiscutido del rock nacional, el padre del rock chileno. La música hizo justicia, aunque les pique.

Lo están dejando como rey

Jorge vuelve a ser comentado en los programas de farándula. La exhibición semanal de la serie Sudamerican Rockers ha despertado nuevamente esa curiosidad transversal a las generaciones que provoca la historia de Los Prisioneros. Los televidentes siguen de cerca al compositor durante sus primeros años y disfrutan de la ficción que fantasea sobre los orígenes de sus creaciones.

La apuesta de CHV —exitosa, sus directores ya anunciaron segunda temporada— coincide con la jugada comunicacional de Claudio Narea. El guitarrista del conjunto vuelve a hacer noticia por su reciente libro sobre la historia de la banda, que incluye una buena dosis de revelaciones escabrosas sobre la relación que compartieron los amigos y la supuesta homosexualidad de González, entre otras historias.

Su relato y aparatosa presentación mediática —durante la semana pasada, apareció en entrevistas de TV, radio y prensa—, más allá del evidente afán de lucro, puede ser leída como un intento de frenar su consolidación. «Me puse a pensar en el momento en que se involucró con Claudia y compuso Corazones. ¿Realmente los temas fueron escritos por un hombre enamorado de una mujer?», se pregunta Narea en su última publicación. Reflexiones que, a 25 años de los hechos, parecen un intento bajo e inútil de empañar las canciones, pero las canciones, como la pelota, no se manchan. Y el Corazones no se toca.

Hay que avisarle a Claudio que no la está haciendo. En redes sociales, su cara deambula convertida en meme y algunos ya utilizan la expresión “narear” para subirlo al columpio sin que se entere. En su intento por sobresalir, el tímido Claudio fracasa como en los 80 y es opacado, otra vez, por el amigo difícil de tener. Porque no es que no entendamos a Claudio y que nos importe un bledo los malos ratos que pasó. Algunas de sus historias, incluso, parecen creíbles, pero la moralina canuta de su discurso agota y está provocando un creciente rechazo.

Al final, así va la cosa: Jorge piola en medio del pelambre, mientras la trascendencia de su obra musical lo defiende y posiciona antes de muerto, como no suele pasar en este país. Ya se anotó un poroto en el corazón del pueblo, como un ídolo, como un crack, con sus hueás raras y contradicciones. Con sus cagadas feas y sus malas volás. Por ahora, nada ha podido con las canciones. De que la hizo, la hizo.

JG

 

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Sobre el autor:

Vanessa Vargas Rojas (@pianitou) es periodista.

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