La filósofa Jean Bethke Elshtain (1941-2013) estudió detenidamente la relación entre ética y política. Su libro “La democracia puesta a prueba” (IES, 2023) intenta responder a las preguntas en torno a ella y los peligros que enfrenta. El profesor de la Universidad George Washington lo comenta esta breve, pero profunda obra.
Por Lloyd Eby. Traducción de Patricio Tapia
¿Qué es la democracia? ¿Por qué siempre ha sido vulnerable y por qué ahora está en peligro? ¿Cómo puede sostenerse y renovarse? Esas preguntas son la preocupación de Jean Bethke Elshtain —quien fuera profesora de Ética en la Universidad de Chicago— en su libro La democracia puesta a prueba. Elshtain admite que se ha puesto nerviosa por la democracia en Estados Unidos.
La profesora Elshtain comienza señalando que hoy corremos el peligro de perder la sociedad civil democrática porque nos hemos sumergido en el lenguaje de oposición que proviene de una serie de manifiestos emitidos por grupos que afirman que no podemos vivir juntos. En lugar de vernos como ciudadanos de un país con algo en común, nos hemos convertido en clanes identificados por raza, sexo o etnia. El desacuerdo genuino requiere que las afirmaciones de los protagonistas sean conmensurables, pero los grupos de interés de hoy afirman y enfatizan su supuesta inconmensurabilidad entre sí, como en el eslógan: “Es un ___ (llene el espacio en blanco con cualquier grupo que esté bajo consideración), no lo entendería”. Si continuamos en la senda hacia la creación de instituciones, pedagogías y culturas separadas, dice, estaremos creando menos, no más, variedad y pluralismo.
Los numerosos signos y ejemplos de descontento en Estados Unidos hoy en día apuntan a la pérdida de la sociedad civil, afirma Elshtain. Por “sociedad civil” ella se refiere a “las muchas formas de comunidad y asociación que salpican el paisaje de una cultura democrática, desde familias hasta iglesias, grupos vecinales, sindicatos, movimientos de autoayuda y asistencia voluntaria a los necesitados y también, históricamente, a los partidos políticos”. Lo importante de esta red es que “se encuentra fuera de la estructura formal del poder estatal”. Alexis de Tocqueville advirtió sobre la posibilidad de que la sólida democracia estadounidense decaiga hacia una cultura de individualistas desconectados y estrechamente interesados en sí mismos, una ruptura de las redes sociales requiriendo cada vez más controles desde arriba. Sus temores parecen haberse hecho realidad con el predominio actual de la noción de un yo totalmente independiente definido por derechos. Los resultados incluyen un aumento del cinismo público y privado y definiendo una desviación, de modo que lo que alguna vez se consideró aberrante, como la paternidad fuera del matrimonio y los “hogares rotos”, se conviertan en la norma aceptada. Los medios de comunicación han desempeñado un papel importante en estos acontecimientos. La verdadera democracia no puede lograrse simplemente mediante la celebración de plebiscitos, sino mediante el funcionamiento vigoroso de un proceso democrático genuino, que requiere la formación de un nuevo pacto social.
La profesora Elshtain llama a lo que tenemos hoy una “política del desplazamiento”. En esto, afirma, ocurren dos cosas. Todo lo que antes se consideraba privado —como las prácticas sexuales de uno— se convierte en harina para el molino público. Todo lo público —las bases sobre las cuales se juzgan a los políticos, las políticas públicas de salud, las regulaciones sobre armas— se privatiza y se convierte en un gran psicodrama. Esta combinación de lo público y lo privado se ve, entre otros lugares, en el lema feminista “lo personal es político” y en la política de identidad gay. El resultado es la disminución del ciudadano individual en favor de una comunidad transparente en la que se eliminan todas las diferencias, o en la que las decisiones están “más allá del compromiso”. La buena democracia, afirma la autora, requiere “el reconocimiento de que los intereses propios o las tribulaciones personales de las personas pueden llevarlas a la acción pública, pero los mejores principios de acción en público no se reducen a asuntos meramente privados”.
Un problema importante para la democracia es el de la unidad y la diversidad, un problema que los Padres Fundadores estadounidenses entendieron muy bien. Como lo expresa Elshtain, “El gran desafío para los Padres Fundadores fue formar un cuerpo político que reuniera a las personas y creara un ‘nosotros’, pero que también permitiera a las personas permanecer separadas y reconocer y respetar las diferencias de los demás. Los demócratas modernos enfrentan el mismo desafío”. La política del desplazamiento resuelve este problema al rechazar cualquier distinción entre el ciudadano y cualquier otra cosa que pueda ser: hombre o mujer, heterosexual u homosexual, negro o blanco. Los liberales tienden a querer eliminar todas las diferencias porque consideran que la diferencia significa desigualdad; Los conservadores tienden a ver a las personas como desiguales por naturaleza y quieren que la sociedad sea estratificada y desigual, con igualdad para las personas sólo ante la ley. Los impulsos liberales resultan en las excrecencias actuales de multiculturalismo y politización de la educación. Pero la democracia genuina, según la profesora Elshtain, es para aquellos “que saben que hay cosas por las que vale la pena luchar en un mundo de paradoja, ambigüedad e ironía. Este camino democrático —la moderación con coraje, abierta a la conciliación desde una base de principios— es el fruto raro, pero ocasionalmente alcanzable de la imaginación democrática y del ciudadano democrático en acción”.
Pero, como observa correctamente Elshtain, la democracia ha estado, desde sus inicios, perpetuamente puesta a prueba. Hacia la segunda mitad del siglo VI a. C., dice, en Atenas se habían expresado argumentos a favor y en contra de la democracia. La declaración prodemocrática más fuerte provino de Pericles y el argumento antidemocrático más fuerte fue presentado en La República, de Platón. Pericles dice que la Constitución ateniense se llama democracia porque el poder no está en manos de una minoría, sino de todo el pueblo. En las disputas privadas, todos son iguales ante la ley y en cuestiones de responsabilidad y cargos públicos, lo que cuenta no es la pertenencia a una clase particular, sino la capacidad real que posee la persona. En Atenas, proclama Pericles, la gente es libre y tolerante en su vida privada y observa la ley en los asuntos públicos porque la ley exige su profundo respeto. La libertad, dice, depende del coraje y el honor.
Para Platón, “la democracia es peligrosa y representa un trastorno del orden correcto de las cosas”. Se degrada en licencia, permite a la gente hacer lo que quieran y da rienda suelta a todo tipo de disposiciones no controladas. En una democracia, hombres sin escrúpulos manipulan a las personas a través del discurso, induciéndolas a actos viles (como ocurrió con la condena de Sócrates). En cambio, Platón deseaba crear un Estado en el que gobernaran unos pocos sabios (los filósofos, que conocen la diferencia entre opinión y conocimiento). Estos son aquellos que han alcanzado la “verdad trascendente e inmutable”. La democracia es anatema para Platón porque, en lugar de conducir a la verdad, promueve la charla de los ignorantes, que están atrapados en meras opiniones. Platón busca crear una un orden completamente nuevo, libre de la corrupta mancha democrática. Platón desdeñaba el matrimonio privado, la vida familiar y la crianza de los hijos, junto con la “vulgar falta de decoro de la política democrática”.
Otros antidemócratas han sido Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes y los utópicos del siglo XIX y actuales, incluidos los fascistas y los comunistas. Los utópicos buscan un “orden unitario, un régimen perfecto en el que todas las cosas buenas coexistan a perpetuidad”. Los sindicalistas, los utopistas románticos, los socialistas revolucionarios y algunos existencialistas repudian la democracia porque les parece lamentable, “un ejercicio de banalidad burguesa en el que los sosos conducen a los sosos por el estrecho camino del conformismo cultural y el interés propio…”. Los utópicos desean revertir viejos hábitos y crear un orden unitario basado en “una armonía de propósitos, fines, virtudes e identidades” y cualquier intento de tomar en cuenta las acciones cotidianas de la gente común los enfurece. Los fines los llevan a aceptar medios ilimitados. Los multiculturalistas y quienes celebran la diferencia de grupo hoy, afirma Elshtain, odian la democracia y la promesa de la sociedad civil.
Sin embargo, hoy en día existen voces y movimientos que, según Elshtain, son profundamente democráticos. Entre ellas se incluyen, entre otras, las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, y Vaclav Havel. Unas y otro buscaban justicia, pero reconocieron los límites y sostuvieron que su propia búsqueda debía ser democrática. “La democracia es la forma política que permite a los seres humanos trabajar la libertad como responsabilidad, al servicio de la noción de que hay cosas por las que vale la pena luchar”. La democracia “nos invita a las complejidades y posibilidades de una tradición embriagadora”.
Lo que he presentado aquí son sólo algunas de las ideas y desafíos contenidos en este breve, pero profundo libro. La profesora Elshtain tiene un don para las frases elegantes y novedosas, y para la sofisticación y el equilibrio en el tratamiento de los temas. Este es un libro muy valioso, provocativo y oportuno. Merece un amplio número de lectores.
Artículo publicado en International Journal on World Peace 11 (1994). Se traduce con autorización de su autor.