«Desde su forma de sentarse la primera vez que vino a casa, me di cuenta de que estaba frente a alguien, quizá porque había en él un hombre de la calle, lo menos semejante a un famoso escritor».
Consciente de que la memoria que lo acompaña «está compuesta generalmente de unos estallidos repentinos», el escritor Germán Marín reveló en Antes de que yo muera (Ediciones UDP) una serie de momentos definitorios de su vida.
En este capítulo, protagonizado por un Gabriel García Márquez modesto, Marín devela su breve función como escritor fantasma del Nobel colombiano: «Su visita ratificó la impresión que me causara, llano como era, permitiendo al poco rato decidir un acuerdo de trabajo en que, como señalaría, él pondría la música y yo la letra».
El Gabo
Llevaba un año en México tras salir de Chile cuando cierto amigo, el economista Fernando Fajnzylber, también en el exilio, me comunicó que la señora Hortensia viuda de Allende, durante una conversación con Gabriel García Márquez, le había dado mi nombre a solicitud de él, pues necesitaba a alguien de confianza que lo ayudara en diversos menesteres de su actividad. Quedaron en que él me llamaría pronto a casa para formalizar un encuentro. La noticia no dejó de sorprenderme, pues, aparte de Cien años de soledad, era asiduo lector de su obra desde que me topara con sus primeros cuentos en la revista uruguaya Marcha y, más tarde, descubriera sus libros iniciales, editados en Perú y México. Dos o tres días después tomó contacto conmigo y, tras una breve conversación, quedó de pasar por casa a la tarde siguiente y el diálogo me sorprendió por la sencillez del autor. Había publicado hacía poco El otoño del patriarca, bajo la misma orientación argumental de las novelas del dictador de Miguel Ángel Asturias y de Augusto Roa Bastos. Su visita ratificó la impresión que me causara, llano como era, permitiendo al poco rato decidir un acuerdo de trabajo en que, como señalaría, él pondría la música y yo la letra. Por aquel entonces preparaba, acompañado de la familia, viajar a España a radicarnos debido a que el régimen de Pinochet, aunque las ilusiones dijeran lo contrario, estaba cada vez más afincado. México me agradaba, pero no consideraba quedarme allí una larga estada, en particular por mis hijos que crecían. De ahí que mi colaboración en sus tareas fue corta, dedicada a preparar el borrador de un par de prólogos y algunas menudencias que me salto. Más que el trabajo que realicé a su lado, modesto en definitiva, lo significativo fue conocer al hombre que, junto al escritor de prestigio, seguía siendo natural, de sonrisa fácil, amigo tuyo.
ADDENDA
Si bien la colaboración que le presté fue mínima debido al tiempo en que trabajamos juntos, no dejé de formarme una idea sobre él, a quien desde el inicio me pareció que lo conocía desde siempre. Desde su forma de sentarse la primera vez que vino a casa, me di cuenta de que estaba frente a alguien cuya palabra, cuyo bigote, cuya cuayabera, me resultaban familiares, quizá porque había en él un hombre de la calle, lo menos semejante a un famoso escritor.
Antes de que yo muera
Germán Marín (edición de Juan Manuel Vial)
Ediciones UDP, 2011
186 p. — Ref. $10.000