El más grande de los secundarios

por · Febrero de 2014

Philip Seymour Hoffman murió en la mañana fría de Manhattan dejando un montón de personajes fabricados de un material distinto a la felicidad.

Publicidad

Philip Seymour Hoffman está sentado en un sillón contándole a su terapeuta cómo le gustaría penetrar a su bella vecina de la forma más animal y brutal posible. Pero mientras él revela sus impulsos más oscuros y deja sobre la mesa el ser acomplejado y débil que es, su terapeuta, para no sucumbir en el aburrimiento que le produce toda esta escena y no terminar escupiéndolo en la cara, comienza a enumerar estupideces tales como que tiene que ir a comprar al supermercado o que después debe ir a la tintorería. Es decir, le vale maní la apertura y honestidad que tiene en ese momento su paciente.

Esta escena de la película Happiness (1998) podría servir como ejemplo de la carrera de Seymour Hoffman y su relación con la ingrata industria del cine norteamericano, en donde casi siempre le dieron papeles secundarios como una forma de no terminar «escupiéndolo en la cara» como su terapeuta en la cinta de Todd Solondz.

Eso fue lo que hizo genial a Seymour Hoffman: tomar papeles aparentemente sin importancia y notoriedad y hacerlos grandiosos, pero siempre desde segundas líneas, en donde «a veinte pasos de la fama» tomó ese escupo y lo devolvió en un cachetazo de genialidad.

Lo que hizo Seymour Hoffman fue hacerse cargo de la obviedad de los personajes de las películas gringas como Mi novia Polly (2004), Misión Imposible III (2006) o Casi Famosos (2000), desnudarlos de lo predecible y convertirlos en carne y hueso, con esa personalidad tan chocante y dramática que sólo los seres comunes y corrientes poseen. O personajes con trancas y motivaciones —como en La Duda (2008) y Antes que el diablo sepa que estás muerto (2007)— tan genuinas que llegan a perturbar de lo honestas que son.

Es por esto que para muchos fue un duro golpe saber que ese actor de personajes secundarios dejó de existir. Era alguien que en las películas se escabullía en papeles aparentemente de relleno y desde ahí tocaba las notas precisas para darle la consistencia y realidad que el relato (o su relato) necesitaba, de la misma forma silenciosa y sin aspavientos que un bajista lleva el compás de una melodía.

Parece que a Philip Seymour Hoffman no le importaba tener unas pocas líneas en filmes donde de seguro iba a ser opacado por figuras como Al Pacino (Perfume de Mujer), Jeff Bridges, John Goodman (El Gran Lebowski), o en películas corales como Magnolia (1999) y Happiness. Seguro pensaba que su genialidad iba a pasar desapercibida y que daba lo mismo si estaba o no. Cabe la posibilidad que haya pensado lo mismo cuando se dio cuenta que ese golpe de heroína en el baño de su departamento estaba tomando el rol protagónico y lo convertía de nuevo en un «simple» personaje secundario que apenas saldría en los créditos. Lo cierto es que nunca fue secundario. Siempre brilló. Y ahora nosotros, aprovechando que su muerte le está dando el protagonismo que siempre le fue esquivo, queremos salir junto a él en los créditos dándole palmaditas en la espalda.

Sobre el autor:

Felipe Avendaño (@ElGranLebowski)

Comentarios