El problema de Zoé

por · Septiembre de 2012

El problema de Zoé

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«El canto de los jóvenes mexicanos está nublado de evasión» advierte el periodista de ese país Juan Pablo Proal en una columna incendiaria aparecida a comienzos de año.

Para el autor de La generación Zoé publicada por Proceso, a pesar de que el sistema le cerró las puertas en la cara a un montón de jóvenes, «una parte representativa de esta generación esquiva su realidad con versos dedicados a la Vía Láctea».

Ahora son más de las once de la noche y el Club Chocolate del barrio Bellavista, en Santiago de Chile, es una olla a presión de más de 500 asistentes.

De a uno aparecen sobre el escenario los integrantes de Zoé, una banda de Cuernavaca que le sacó el picante al rock mexicano y lo llenó de dulce —como una gaseosa cola— a punta de introspección y arreglos espaciales.

De la mano del productor Phil Vinall (Elastica), Zoé estiró la densidad del pop sicodélico del final de Soda Stereo, en su mejor álbum a la fecha, el Memo rex commander y el corazón atómico de la Vía Láctea (2006), cambiándole la cara al rock de masas de los cuates.

Lejos de la senda de Café Tacvba, Molotov o Control Machete, acaso las bandas mexicanas más tocadas en Chile, lo de Zoé parece la filial mexicana del sonido más aletargado de Placebo, con la voz procesada de León Larregui como protagonista, con letras siempre mirando hacia adentro y tan sentidas que recuerdan a Fobia.

En Bellavista se suceden canciones (con mejor éxito que en su pasada por el extraño Vive Latino chileno de 2007) del sexteto como “Memo rex”, “Vía Láctea”, “No me destruyas”, “Mrs. Nitro” y “Vinyl”, pero también temas como “Solo” del distante Rocanlover (2003) o “Nada” y “Últimos días” de su último disco de estudio, Reptilectric (2008).

Llaman violento al río impetuoso, pero nadie llama violentas a las orillas que lo comprimen: algo que no advierte la columna de Proal, que propone a bandas totalmente desconocidas en Chile —como Real de catorce, La maldita vecindad, La Castañeda, Santa Sabina y a gente como Jaime López o Rockdrigo González— como rockeros conscientes y que confrontan al sistema y retratan sus abusos, en desmedro de una banda como Zoé, que fiel a un estilo, ya en 2006 giraba por México junto a Gustavo Cerati y Los Tres, a punta de tocar fibras de jóvenes hastiados de la violencia de un país con un promedio de 17 secuestros al día.

Como esos extraños jardines de dalias y narcisos que describe Jon Lee Anderson en un desierto agreste como el Afganistán, lo de Zoé parece adquirir un brillo distintivo entre las noticias de narcotráfico, asesinatos y corrupción, en un paisaje actual que no es distinto de cualquier capítulo de la investigación Huesos en el desierto de González Rodríguez.

Los músicos de la Generación Zoé —Los concorde, Alison, Los Claxons—, dispara el periodista mexicano: «son los líderes de los jóvenes, pero se muestran indiferentes a la realidad, pretenden imponer poesía de alto nivel sin la cualidad de Jim Morrison».

Hace quince años las disqueras censuraron a Molotov por reírse del rostro de Televisa, Jacobo Zabludovsky, con su canción “Que no te haga bobo Jacobo”. Hoy, «con un país convertido en un cementerio a la intemperie, los grupos de rock reflejan una nación de cuentos de hadas» reclama Proal.

Tal vez ese sea el problema. La mente de los que siguen escuchando lo mismo desde que tenían 15 años, los que se quedaron en la polera negra y los himnos clásicos del rock, esperando lo de siempre. Los que buscan en la música un agitador de masas y no un montón de mensajes para explicar la propia vida a través de esas canciones.

Los que escupen fácil y sin chistar sobre cualquier cosa que suene fresca, en lugar de aceptar los cambios.

Como si las generaciones musicales de los 90 —en el Chile de la transición a la democracia— hubiesen sido algo distinto: ahí estaban bandas como La Ley, Lucybell y Los Tres tejiendo fino en frases que podían sonar en la radio y a la vez explotar su furia en tu mente, o no: «veo lo que creo ver/ no veo más», «tenlo claro: fue solo estupidez» o «viví la masacre/ sin saber por qué». Unos años después, la historia y los públicos se encargaron de poner a cada uno en su lugar.

El problema de Zoé

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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