En la casa de Hugo

por · Junio de 2013

Sobre miradores, rayas y chicas como puentes.

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Cuentos

-Llamamos desde el más allá y le informamos que ha habido una equivocación. Usted nunca debió haber nacido— dijo alguien cuando contesté el teléfono.
-¿Quién es?
-Jaime— dijo después de un rato y riendo.
-Imbécil…— le dije con indiferencia, con el poder que me concedía recordar la vez que le aconsejé dispararle a Trinidad.
-Solo quería causar un seudo cuasi impacto en tu seudo cuasi mundo.
-Qué bien, ¿qué quieres?
-Te llamaba para hacerte esta broma que se me ocurrió ayer— ya cortaba el teléfono— y para invitarte a una fiesta que dará Hugo, sí, eso.
-No creo que vaya.
-Bueno, cumplí con avisarte.

Después fui a mi pieza y me tendí a limpiarme las orejas y a lamerme mis labios, costumbre que me preocupa pues me los reseca.

Cuando llegué a la fiesta estaban Andrea, Melody, Matías, José Ignacio, Cristina, Pía, Coco, Coni, un tipo conocido como abuelo, Cristián, Francisca, la otra Francisca, Hugo, Octavio, Paz, Victoria, creo que la conozco del colegio, Javiera, una chica que he hecho llorar un par de veces, Martín, quizás gay, Andrés y una chica que se hace llamar Baviera. Todos puestos. Total que la mayoría de la gente, en vez de estar conversando, se paraban en pequeños círculos y canturreaban “No feelings” en voz baja, apenas moviendo los labios y apenas moviendo los vasos.

Luego merodeé por los distintos grupos, salpicando una que otra opinión dependiendo del tema. Con Francisca y Cristián dije que me gustaría aprender alemán. Con Melody, Hugo y Pía me aventuré diciendo que The Wall era una película horrible y aburrida. Con Matías, José Ignacio, Coco y Coni opiné que la mayoría de la gente en Chile era fea y que no había cultura de ropa interior. Con Javiera y Baviera hablé sobre Flamengo y Vasco de Gama, aunque creo que mis comentarios de fútbol brasileño no venían mucho al caso porque después de un rato me dijeron que estaban charlando sobre filosofía. Por último hablé con Andrés y Paz de las teorías de la comunicación, tema sobre el que tomé la postura positivista. Luego bailé.

De pronto vi a Victoria, que lucía fantástica, y mi corazón latía con fuerza, aunque creo que era por la rayas que me había echado con Melody en el baño.

-¿Te conozco, no cierto?— le pregunté echándome un puñado de mentitas a la boca.
-Obvio Fernando, una vez hasta me dijiste que me amabas— dijo riendo.
-Verdad— carcajeando con enorme esfuerzo— ¡Cómo olvidarlo!— no me acordaba de nada— ¿Y qué tal?
-Bien, bien. ¿Y tú?
-También bien, con mucho estudio— acariciándome unas incipientes patillas.

Un silencio que ella aprovechó para mirar a Martín y atraerlo con un ligero movimiento de cuello.

-Te ves bien— dijo cuando Martín ya estaba cerca.
-Lo mismo pienso de ti.
-Aquí viene un nuevo amigo. Martín. ¿Se conocen?

Saludé a Martín con un apretón de manos al que él apenas respondió.

-Solo por referencias— dije tratando de parecer de lo más amigable.

Victoria miró a Martín, induciéndolo a decir algo.

-Lo mismo— dijo soltando la primera sonrisa.

Mientras todo esto pasaba, lentamente comencé a recordar quien era Victoria. Efectivamente estudiamos en el mismo colegio y quizás era cierto que le había mencionado algo relativo al amor. Pero sin duda la imagen más fresca y nítida que tenía de ella era la forma de su culo, el mejor culo de la clase 2003. Aunque más características de ella no logré reconocer, incluso su voz y las facciones de su cara me parecían ligeramente novedosas.

La conversación siguió un buen rato. No recuerdo de qué charlamos, de lo que si puedo dar cuenta es que fui, después de ver en el cielo una nube blanca en plena noche, a preguntarle a Andrés si reconocía a esta tal Victoria. Solo me hizo el gesto de «déjame tranquilo».

-Te ves fantástica— repetí a sabiendas de que ya lo había mencionado.
-Gracias.

Seguimos conversando, con Martín siempre presente. Me dio la impresión de que la estaba cuidando o algo así, pero copas y copas más tarde, noté que Victoria no tenía intenciones de dejarse tocar, más bien no quería dejarse tocar por mí, sino por Martín, al que le coqueteaba mostrándole sus labios hinchados y rojos y sus ojos desorbitados. Sin embargo no me frustré. Persistí con la pose atenta y cuidadosa, con la esperanza de que Martín fuera gay y me dejara cumplir con mi objetivo.

Francisca, Cristián y otra gente, en tanto, se despidieron y mencionaron algo acerca de ir a bailar a “Milano”.

Cuando se me pasaba el efecto de las líneas fui una vez más al baño a echarme lo último que me quedaba, solo. Hice unas rayas gordas y las aspiré lentamente, como si fueran sorbos, y lo poco que quedó dispersado lo pegué a mi índice y me lo esparcí por las encías mientras sonreía.

Ya más compuesto parloteé un rato con Martín, quien se iba mostrando más y más empático. Todo esto mientras Victoria rondaba por ahí, aunque volvió. Martín comenzó caminar y lo seguí sin caer en cuenta de que nos movíamos.

Para cuando ya estábamos en un mirador de un cerro cercano, vi a Victoria nuevamente, que había permanecido escondida tras la silueta de Martín todo el camino. En esas Martín fue a mear y yo le robé un beso corto a Victoria, pero no pasó mucho tiempo antes de que dijera basta y prendiera un cigarro para evitar otro beso. Parados ahí, a un metro de distancia, y conversando del divorcio de sus padres y el falso divorcio de mis padres, se hacía muy difícil elaborar alguna movida para alcanzarle el culo con la mano. Oportunamente llegó Martín y le dio un beso y le agarró el culo.

Luego se me acercó y me preguntó que qué quería. Sin saber que responder, le dije que solo tenía intenciones de pasar el rato charlando. Él y Victoria rieron sabiendo que habíamos ido a ese mirador a por un poco más. Lo dijeron y yo asentí con algo de timidez porque no me parecía correcto follar con los dos pero una vez que él posó mi mano en una teta de Victoria y prosiguió dibujando lentamente con mi mano una media luna exactamente debajo de su pezón, me animé a aceptar. Martín me dio un corto beso mientras aproveché la situación de asombro de Victoria para bajar mi mano a su culo y agarrarlo hasta atraer su cuerpo al mío para luego cambiar de boca. La diferencia era escasa, casi imperceptible. Para no exaltar a Martín y dar la impresión de tímido, usé la otra mano para sobarle el paquete.

El culo de Victoria era redondo y parado y su forma me recordaba un par de enormes gajos de naranja jugosa, solo que, en vez de celditas, imaginaba una serie de finas tiras de carne. Eso fue todo. Eso fue Victoria, nada más que eso. Y cuando caí en cuenta de esto ya tenía a Martín detrás de mí, bajándome los pantalones.

-Un alto precio, ¿no te parece?— le pregunté a un grifo.

Pero no me bajó los pantalones para metérmelo. Los bajó para que Victoria me lo chupara mientras él pasó a las espaldas de ella.

Ahora Victoria se encontraba jadeando entre nosotros. A mí apenas me la chupaba y lanzaba escupos de vez en vez. La chupaba medianamente mal. Martín en tanto, la tenía agarrada por las caderas e introducía y sacaba lentamente. Nuestras caras, la mía y de Martín, estaban cerca por lo que pensé en besarlo, pero, afortunadamente, él me corrió la boca y la acercó a mi oído.

-No soy gay, era solo para animarla— me susurró cuando yo ya me temía un lengüetazo en la oreja.

Sonreí aliviado— Te dije que no era gay— seguramente malinterpretando mi sonrisa como una invitación. No me di el tiempo de explicarle nada.

-¿Por dónde se lo estás metiendo?
-En la vulva pero ya tengo un dedo trabajando en su ano.
-Me parece. Esta conversación, está demás decirlo, se desarrollaba literalmente a espaldas de Victoria, que entre nosotros parecía un peligroso puente colgante.

-¿Y Francisca?— con un volumen de voz prácticamente imperceptible.
-¿Como la conoces?— a Martín— ¿Podrías ponerle un poco más de ganas?— a Victoria, dándole palmaditas en la nuca.
-No sé. Por ahí. Es bastante conocida.
-¿De qué están hablando?— interrumpió Victoria girando su cabeza hacia el cielo.
-¡Ah!, de lo buena que estás. Pero sigue…
-Podríamos sacarle algo más de ropa— le sugerí al oído de Martín.
-¿No crees que hace mucho frío?
-No…
-Mejor no, además podría venir alguien— a mí— Ahora calma, te lo voy a meter despacio, pero ábrete los cachetes lo más que puedas y relaja el hoyo— a Victoria.

Martín se escupió en los dedos y observó con tristeza la escena.

-¿Tienes?— me preguntó
-¿Qué? ¿Un condón?
-No… flema.
-Voy a ver…

Carraspeé lo más silenciosamente posible y luego, después de cerciorarme de tener algo en mi boca, le embetuné el dedo en moco transparente— Esta es la mejor, pero ten cuidado. Podrías resfriarte— me advirtió.

Luego Victoria dejó mi pene tranquilo y se vio durante unos segundos sus manos raspadas en el cemento, mientras Martín le bajó los pantalones un poco más y le rajó la tira trasera del calzón de colores verde limón, rompiéndola. No ocultó el hecho y se echo a reír. Nos echamos a reír. Entonces se lo metió y Victoria retomó su posición, succionándomelo con crecientes ganas.

-Apúrate, que me voy a ir luego— le dije a Martín.
-Anda a darte una vuelta, que sé yo… anda a darle un vistazo a la ciudad.
-Permiso Victoria— sacando mi pene.

Me acerqué al límite y prendí un cigarro antes de verlo todo. Cuando levanté la vista noté que la ciudad era un enorme manto color naranjo, hecho de millones de puntos. Ninguno parecía más importante que el otro. Todo formaba una simple imagen, aunque aún así fue difícil de digerir.

Volví con Martín y Victoria, los que se veían bastante satisfechos entre sí. La imagen fue igualmente difícil de digerir, porque los gritos sonaban más como de dolor que de placer. No le di mayor importancia y me agaché para decirle a Victoria que volviera a meter mi pene en su boca. Ante esto, Martín respondió con una mueca de desprecio y aburrimiento, pero como ya estaba lo suficientemente caliente, pasé también por alto este detalle y, con algo de vergüenza, seguí pidiéndole mayor despliegue bucal a Victoria, la que, por cierto, tampoco se veía muy entusiasmada con mi inclusión.

Me pregunté que habrá cambiado de un momento a otro.

-Te ves tenso— a Martín, ya sin ocultarle a Victoria el hecho de que estuviéramos hablando.
-No quiero que nos vean, eso es todo.

Entonces siguió fallándola hasta que se cansó y, sin siquiera eyacular, se volvió hacia la ciudad y se subió los pantalones. Victoria lo observó durante un lapso de tiempo hasta que me puso una mirada de tedio y comenzó a mover su lengua con toda rapidez y maestría, haciéndome terminar en segundos sobre el cemento. Escupió una vez más y maldijo algo sacándose su calzón roto. Luego lo tiró a unos arbustos y le ordenó a Martín que bajáramos a la fiesta para beber algo más. Yo, en tanto, me quedé contemplando como se fueron hasta que una voz, que no era ninguna de los dos, me gritó que volviera, que no todas las canciones se bailaban hasta el final.

De vuelta en la fiesta, bailamos un rato, los tres, cerrando la noche con este gesto. Vi entonces a mi alrededor y me preguntaba cómo me vería ahí, moviéndome algo sedado por el cansancio físico, en compañía de Victoria y Martín. En eso Martín fue a sentarse y a hablar por su celular con alguna persona que él seguramente conocía. Volví mi vista a Victoria, la que para mi sorpresa, no estaba bailando con los ojos cerrados y aún más; me miraba extrañada, casi asqueada. Sin decir una palabra comencé a palparme la cara, quizás tenía semen o coca o algo así deslizándose por mis mejillas.

Divisé a Ina. Luego dije «espera» y fui al baño a mirarme al espejo. Lo que vi fue mi cuerpo desde la cintura hacia arriba y a otro chico meando un poco más al fondo, en el wáter. No noté nada fuera de lo común, aunque pasados unos segundos creí ver como cambiaba la tonalidad de los colores en mi cara, como si alguna sustancia verdosa estuviera diluyéndose dentro de toda mi cabeza. Me palpé la cara, me pegué unas palmadas en la boca y cuando abría la boca para pedir la presencia de alguien que me confirmara esto, la sustancia desapareció rápidamente.

Al salir el baño Victoria ya no estaba, por lo que busqué a Catalina, pero no había rastro de ella. Me senté junto a Andrés y Melody y charlamos de lo que haríamos mañana.

En la casa de Hugo

Sobre el autor:

Javier Mardones

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