Esta semana In-Edit Nescafé exhibe Finding Fela!, el documental que bucea en la biografía del músico más importante de África.
Ajeno a la idea de escribir canciones del tamaño que exige la radio, Fela Kuti publicó temas largos y espesos, promediando los veinte minutos. «¿Beethoven tocaba canciones cortas? ¿Bach? Ellos tocaban lo que sentían», explica en Finding Fela! (2014), el documental que exhibe esta semana In-Edit Nescafé. «Yo toco lo que siento. La música no puede ser entretención, tiene que ser revolución. La música es un arma». Con esa convicción el músico nigeriano editó una extensa discografía de elepés de una sola canción por lado y un potente discurso de protesta, las dos caras de su legado.
Puede ser por su formación en Inglaterra, adonde llegó a estudiar música como parte de una élite acomodada, entre avisos de arriendos que prohibían inquilinos con perros o negros.
Puede ser por crecer en una economía desigual y dependiente del petróleo, como la nigeriana, que siempre estuvo en manos de empresas extranjeras.
Por sus bandas universitarias que fusionaron el highlife, de Ghana, con el jazz de sus primeros pasos como trompetista. O por el activismo de su familia.
Puede ser por acercarse a las ideas del Black power en Los Ángeles y regresar a un país víctima del colonialismo depredador y el racismo abusivo.
Todo eso sugiere el documental del director Alex Gibney (Jimi Hendrix and Blues, Gonzo: The life and work of Dr. Hunter S. Thompson), pero lo cierto es que Fela Kuti alcanza una dimensión inspiradora y compleja, basada en una cruza que la historia repite cada tanto: talento, agallas y contexto.
Paul McCartney, Questlove y el baterista Tony Allen son algunas de las voces que autorizan su obra, entre conciertos setenteros, como la impactante presentación en el Festival de Jazz de Berlín (1978), y el registro de los ensayos del musical de Broadway Fela! (2009), que gatilló la reedición de sus discos. Ahí, en dos horas de documental, la pericia de Gibney revela la violenta y consecuente biografía del músico más importante de África, con el foco puesto en su cancionero social (“Alagbon close”, “Zombie”), su influencia en la contracultura africana (creó una comuna, Kalakuta Republic; un club, The Shrine; y un género musical, el afrobeat), y algunos claroscuros caricaturizados hasta el vómito por la moral occidental.
En algún momento de su vida, Fela Kuti se casó con 27 esposas en simultáneo. «He considerado relevante trasladar la opinión de una africana a este delicado apartado porque nadie mejor que ella para cuestionar, o debatir, el posicionamiento de Fela ante la mujer», escribe la periodista española Sagrario Luna, autora de Espíritu indómito (2014), la primera biografía del músico publicada en español y una de las voces que han abordado el asunto con altura de miras: «La autora de esta biografía es occidental, católica no practicante y con educación monógama, por lo que se siente invalidada para rebatir las tradiciones y costumbres de otras culturas, aunque observe las garras del machismo en Fela».
Según Espíritu indómito, el africano lo hizo como una forma de sacudirse el cartel de proxeneta que le habían colgado y como una reivindicación de la poligamia como tradición africana. «Prácticamente todas las mujeres de Fela, sus ‘Queens’ como empezó a denominarlas tras la ceremonia colectiva, procedían de familias polígamas, así que ser una de las mujeres de Fela no les suponía ningún trauma ya que sus padres o hermanos contaban con varias esposas (…) Fela dedicó toda su vida a inculcar a su pueblo el orgullo negro que el legado colonial y religiones extranjeras como el Cristianismo y el Islam le habían arrebatado. Cada una de sus canciones es una crónica del acontecer diario nigeriano y una llamada a la rebelión y al Panafricanismo», dice la publicación.
Para Finding Fela!, el documental, se trata de un exceso del rockstar. Una imagen reforzada por escenas de Fela Kuti en calzoncillos fumando pitos de marihuana del tamaño de un plátano; en su fase con un guía espiritual hindú; o por su discurso en contra del uso de condón por ser «un invento del hombre blanco». Un error que terminaría por matarlo de Sida en 1997.
¿A qué suena Fela Kuti?
Es fusión. Están los ritmos nigerianos tomados del highlife, funk espeso y los bronces sacados de Dizzy Gillespie y Miles Davis. También las divagaciones instrumentales cargadas de percusiones y vientos, más de veinte músicos y bailarinas en escena, y el trance afrobeat. Todo eso salpicado de un inglés callejero y voces en yoruba, una de las lenguas nigerianas.
«Me atrevería a decir que la música de Fela no era ni es digerible para cualquier oído, ni siquiera para algunos educados musicalmente», describe Luna en Espíritu indómito, «es áspera como la lija, amarga como la hiel, densa como el barro, amenazadora, hipnóticamente repetitiva, de una duración extrema, casi extenuante y, por tanto, no fácil de deglutir ni de bailar. Pero es salvaje, visceral, sexual, trance, te envuelve, te recorre la columna vertebral, te cimbrea, te retuerce y te sacude desde el primer acorde».
«Suena siempre fresco y agitado —la percusión es fundamental—, y resulta ideal para el baile y la celebración (…) El músico era un hábil intérprete de saxofón, teclados, trompeta y guitarra eléctrica. Como cantante era carismático y enérgico, y sus conciertos movilizaban a miles detrás del contundente mensaje de su arte», sintetiza la periodista Marisol García.
Fela Kuti es, ante todo, un revolucionario que cantó hasta los golpes contra el colonialismo y la corrupción en Nigeria, donde fue encarcelado y varias veces torturado, como relata quizá la escena más cruda de Finding Fela! Después de aparecido el disco Zombie (1977), donde se burla de los militares que controlaban Nigeria («la gente no les tendrá miedo si se ríe de ellos»), la respuesta fue desmedida: cientos de uniformados destruyeron su estudio, quemaron su casa y violaron y atacaron a sus cercanos, provocando la muerte de su madre y, más tarde, la radicalización de su obra.
Así se forjó su sonido y el tamaño de la leyenda: a palos.