Un día decidió dejar de viajar y dormir definitivamente en Santiago. En adelante todo es rápido: una lustrosa carrera solista, festivales y el reconocimiento de sus canciones. Acá Nano Stern se hace cargo de su trabajo y los prejuicios que dicen que es un niño bien que hace folclor.
Un día decidió dejar de viajar y dormir definitivamente en Santiago. En adelante todo es rápido: cuatro discos de estudio, uno de reversiones llamado La Cosecha, festivales, dos noches seguidas a tablero completo en el Teatro Caupolicán y su presencia en el Festival de Viña. Aunque también se ha encontrado con prejuicios que dicen que solo es un rubio con cara de niño bien que hace folclor. Acá, Nano Stern se hace cargo de lo que se dice de él, mientras habla de su exitoso trabajo.
—Soy rubio, tengo un apellido extraño y me ha ido bien, por lo tanto, soy blanco de más rabia.
En una casa de un cité refaccionado de Ñuñoa se mueve una lagartija en medio de una pila de ropa sucia. «Vengan a ver, es mi mascota. Hace dos semanas que no aparecía», dice Nano Stern (29) con una gran sonrisa. Afuera el sol cae sin timidez y se escuchan conceptos como Chile-Perú-La Haya en radios o televisores perdidos.
—La mezcla de folclor y pelo largo rubio es una tentación muy fuerte para que la gente critique. Pero no me voy a hacer cargo de eso.
De repente estás de regreso en Santiago de Chile y dejas de escribir canciones que hablan del desarraigo.
—Quise ir frenando de a poco. Si uno frena de inmediato, sales disparado por el parabrisas y no era la idea. Quería disfrutar un proceso. Llegar. Ahora estoy en mi casa, tranquilo, pero viajando mucho igual. Me volvería loco viviendo aquí en Santiago si no fuera porque tengo el privilegio de poder viajar.
—¿Esos años fueron de aprendizaje o estabas escapando de algo?
—Ambas cosas. Creo que escapar de algo también es un gran aprendizaje. Uno siempre está escapando de algo, buscando llegar a algún lugar o irse de donde estás. Por sobre todo, yo creo que al ser un viajero tenía la obligación de estar aquí y ahora. El que mi hogar fuesen mis zapatos me obligaba a estar en el presente. Eso era muy lindo. He tenido que reeducarme desde que volví para no perder ese estado. Eso es clave para crear y subirse a tocar a un concierto.
Algo cambió para Stern luego de esos shows.
—Entendiendo el momento en el que estoy, de más difusión que nunca, de mucha expectativa sobre un músico al que le pasaron cosas bacanes a nivel masivo, hay harta gente esperando que yo haga un disco muy radiable. Ante eso, tomé la decisión de que el único criterio para los trabajos que vienen es hacer exactamente el puto disco que yo quiero.
—¿Por qué un disco de reversiones?
—Es un disco que revisa un repertorio muy querido para mí, que fue surgiendo de las giras. De la interpretación de canciones del cancionero latinoamericano que hacíamos fuera de chile. Muchas veces nos invitaban a festivales de música de raíz y después de las presentaciones nos decían: «¿en qué disco encuentro “Mande Mandela”?». No quería tener que seguir respondiendo: «no, es que la tocamos solo en vivo». Ahí hubo un cambio, había que grabar ese disco.
—¿Qué fue lo más difícil de hacer esas canciones del cancionero popular latinoamericano?
—Lo más difícil es vencer el respeto total y el miedo a cambiar, a hacer otra cosa. Todas las canciones que grabamos, en sus versiones grabadas que ya existen, son perfectas, maravillosas, llenas de energía. Entonces, es muy difícil decir qué puedo decir yo sobre esto. Qué hace que valga la pena que haya una versión más de “El cigarrito”.
—¿Y qué es lo que «cosechas» de estas canciones ya consagradas?
—Es un juego de conceptos. Primero, es una respuesta a “La siembra”, que es una de las canciones que grabamos con los Inti-Illimani y que escribí para ellos. Pero en el fondo es jugar con la idea de que este disco, que es de canciones que ya existen, sea como tomar algo que la tierra ya nos entregó. Frutos que ya están colgando, maduros.
—Estás trabajando en el sucesor de Las Torres de Sal (2011), ¿es muy distinto a tus trabajos anteriores?
—Algunos sonidos se mantienen, otros cambian. Tengo más o menos una idea bien clara de cuáles son los temas o al menos la columna vertebral de este disco. Es probable que sea más oreja por una cosa muy puntual: estamos tocando mucho en vivo, conciertos grandes y la creatividad es muy susceptible a los estímulos del día a día. En mi caso, hoy estos tienen que ver con la masividad. Entonces, se forma desde ahí un lugar para crear que puede resultar en estéticas más fáciles de digerir. O todo lo contrario, capaz me voy en volada. Hasta ahora, la gran mayoría de las canciones son más bien raritas.
—Has dicho que el público es un instrumento más en tus shows.
—Sí, mucho más que eso a esta altura. Son miles de personas que echan a andar una máquina de energía misteriosa. La música genera energía nueva. Probablemente los físicos no estarán de acuerdo conmigo, pero la sensación que me queda es esa: en la música, uno más uno son quinientos.
—¿Cambió la imagen que tienes de ti mismo el llenar dos veces el Teatro Caupolicán?
—Me relaja la vena. Me permite decir: «Ok, hay un grueso de público masivo, estamos llenando el teatro más grande de Santiago dos noches seguidas, tengo que estar tranquilo, la hice». Ahora lo difícil es seguir creando, hay que seguir sumergiéndose, olvidarse de todo eso porque la creación parte desde lo profundo.
—Hay muchos más ojos sobre ti.
—Claro, es mucho más fácil quedarse pegado en esa energía fácil del éxito y nutrirse de eso. Echarle bencina al ego. Pero si uno se queda pegado en eso, sin controlarlo, se construye una cáscara dura, inflexible y superficial.
«Me cargan los cuicos que se creen humildes»
«Cuico, no representas a la canción popular para nada»
«Zzzzzzz, puro esnobismo»
«Hippie de mierda»
«Cambio tres discos originales de Nano Stern por uno pirata de Álvaro Scaramelli»
—Me toca mamarme un montón de comparaciones ridículas. Pero yo les digo: «ven un día a mi casa, ve lo que hago, ve cuánto tiempo destino a volverme rico y a ser un hijo de puta; pero también, cuánto tiempo destino a crear, a estar en beneficios y aportar a causas que no tienen que ver con mi beneficio personal. Mira lo que dicen mis canciones y luego ándate a la mierda. Tampoco me digas lo que te parece». Qué me importa a mí. Es mi vida. Si yo soy ‘famoso’ es porque soy músico, talentoso, porque trabajo más que la mierda».
Stern responde con un discurso estudiado, demostrando que se ha preparado para sortear las preguntas incómodas. Siempre va directo a una idea fuerza premeditada con la seguridad que da la cantidad de entrevistas en el cuerpo. A veces, se extiende de más y sus respuestas parecen pequeños episodios literarios con el fantasma del lugar común siempre amenazante. Más aún cuando algo le molesta.
—¿Todavía tienes que lidiar contra este prejuicio de que eres un cuico rubio con cara de niño bien que toca folclor?
—Me parece bien absurdo y habla más de la gente que hace los comentarios que de mí. Si me quieren juzgar, todo bien, pero la gran mayoría de las cosas mala onda son prejuicios y tampoco los pesco. ¿Qué tiene que haya nacido en una familia que tiene más plata que la mayoría? Tampoco es que sea millonario. La gran mayoría son estupideces y siempre por Internet. Una vez un loco me dijo algo a la cara y todo bien, era inteligente, por cierto. Pero estos son anónimos en redes sociales. Puta que tienes que estar parqueado y tener tiempo para dedicarte a hablar hueás de otra gente. Filo, que se vayan a la cresta. Tampoco me voy a cagar la vida por comentarios.
En el cité refaccionado, en una calle en medio de Ñuñoa, Nano Stern se detiene unos segundos, pierde su mirada en la luz que llega desde el patio interior de su casa y continúa.
—Los artistas en general tenemos una carga difícil que es la exigencia pública de la consecuencia. Si tú trabajas, ganas plata y quieres gastarla en un Porsche, cosa tuya. Pero es complicado eso en Chile. Hay una exigencia de austeridad y de pobreza.
—¿Existe la consecuencia?
—Yo no conozco a nadie que sea absolutamente consecuente con su discurso. El discurso es un idea, una utopía, como decía Galeano. Nos da dirección, pero nunca se llega. Por eso no hay que ser duro con uno mismo, mucho menos con los demás.
—Sigamos con los prejuicios, ¿cómo te afectan los que existen por el solo hecho de hacer folclor? Que ataquen tu profesionalismo, por ejemplo, con esta idea de que todos son unos hippies y flojos.
—Hay un prejuicio estético. La gente cree que porque eres chascón y crees en el amor, eres un hippie culeado que pasa todo el día fumando pito y no hace nada. En mi caso, no podría estar más lejos de la verdad. Trabajo dieciocho horas al día. No hago nada más. Le pongo mucho esfuerzo.
Fueron cuarenta minutos de música arriba de la micro, e incluso, pasó de largo su paradero. «Fue infinitamente más bonito que la presentación en el festival», recuerda. Tal vez por eso no estaba emocionado antes de tocar en el último Lollapalooza. «No me engrupo mucho. No es tan emocionante tocar con los Red Hot Chili Peppers», dice Stern. «Soundgarden, tal vez. Me gustan. Pero es entretenido, no es un sufrimiento».
Esto lo dice a renglón seguido, con una sonrisa en la cara: «Un montón de gente que conozco y nunca me pescó —del colegio, algunas primas— creen que ahora existo solo porque voy a Lollapalooza».
—¿Y qué expectativas tienes? ¿Qué estás preparando?
—Salir a romperla no más. Es un show que no puede tener muchas sutilezas. Hay que ir a pegar un combo en el hocico con mis canciones más conocidas.
Una versión abreviada de esta entrevista apareció en la revista Access.