El rock, en cualquiera de sus derivaciones, vive días cruciales. Las juventudes reniegan de él como lenguaje de rebeldía y la crítica lo ignora como manifestación artística. Peor aún: las masas lo aceptan como sonido familiar, y lo que antes era el ruido del infierno o el incomprensible grito de las nuevas generaciones es hoy […]
El rock, en cualquiera de sus derivaciones, vive días cruciales. Las juventudes reniegan de él como lenguaje de rebeldía y la crítica lo ignora como manifestación artística. Peor aún: las masas lo aceptan como sonido familiar, y lo que antes era el ruido del infierno o el incomprensible grito de las nuevas generaciones es hoy el punto de encuentro entre padres encamisetados y niños que comienzan a formar su identidad jugando el Guitar Hero de Metallica.
Desplazado hace rato del trono de la vocería juvenil, el rock fue postergado a ser apenas un sonido iniciático, el punto de partida para los hijos de los rockeros, vestidos a los 6 años con poleras de los Ramones o Iron Maiden. Los padres los pasean de la mano orgullosos, sin darse cuenta que así más que heredar un gusto están finiquitando el ciclo vital del género.
Yo aún guardo esperanzas en las progresiones de tres acordes hechas por una guitarra con overdrive, porque ese formato simple obliga a llenarlo de contenido. Algo que no les sobra a los santiaguinos de Burdo!, pero que al menos compensan con intención y mucha rabia. Su debut homónimo es un hardcore adulto —sus integrantes rondan los treinta—, sin la frenética urgencia adolescente y lleno de un sonido furioso, muy vivo, muy Black Flag y un poco Motörhead, pero disperso en sus letras que apuntan con poca certeza, como buscando un enemigo sin poderlo encontrar.
Combatiendo esa idea, igual, de rock familiar, del metal para niños, Burdo! intenta. Y como primer disco, es un buen intento.