Gente que se conoce por internet y que comienza a tener una relación virtual —adulta, se supone. Así es el nuevo programa de Chilevisión que escarba entre los márgenes de la realidad y la ficción.
Cuando era chico solía ver todos los monos animados que existían en la tele-a-color. Y en todos existía algún tipo de relación amorosa entre los protagonistas, la que a veces fructificaba o se quedaba ahí en el deseo del «quizá». Entonces uno se identificaba con Sakuragi a pesar de que Haruko amaba a Rukawa. O queríamos ver si es que Goku tendría algo con Bulma en Dragon Ball (aunque al final se quedara con Milk por un tema de honor más que otra cosa). Y así un largo etcétera. Queríamos cebolla en todo. Entre pelea y pelea aparecía la teleserie japonesa de los ojos grandes y superpoderes.
Crecer viendo los monos de la tele y después ver las comedias románticas y pensar que enamorarse es eso, encontrar a la persona que sería capaz de hundirte en el cliché máximo de postear en Facebook frases de El Principito o comprar flores y andar por la calle mientras todo el mundo se da vuelta a verte. Lo importante es que había alguien que era un medio y un fin para ser feliz. O algo así. Pero es la filosofía de Hollywood al fin y al cabo. Dos personas que se ven, salen, se quieren, algo pasa para que no se sigan queriendo y, al final, se quieren más y colorín colorado. Fin. Y el «vivieron felices para siempre» es lo que tenemos que completar.
Ayer prendí la tele y estaban dando Espías del amor, el nuevo programa de Chilevisión que se basa en Catfish de MTV (ese canal que tocaba música cuando era parte de Tv Max). El argumento es simple. Siglo XXI, redes sociales, Facebook y Twitter y Tinder y todo lo demás. Gente se conoce por internet y que comienza a tener una relación virtual —relación adulta, se supone— y que le gustaría tener mayor contacto con la otra persona. Y bueno, aquí viene lo que hace entretenido al programa. Porque surge la pregunta de la realidad y la ficción. Y aparecen los detectives tipo Corazones Service pero con MacBook que comienzan a hacer la búsqueda de ese otro y empiezan a investigar a lo Sherlock a ver si hay una correlación entre la verdad y la fantasía. Y bueno. No la hay.
Independiente del morbo que nos gusta y que nos hace adictos a ver cuando la vida privada se hace pública, Espías del Amor muestra un problema casi filosófico y posmoderno que tiene que ver con el sujeto y objeto de deseo, además de su correlato con la realidad y con las nociones de verdad.
La pregunta de Gonzalo Rojas es pertinente: «¿Qué se ama cuando se ama?». Ayer se hablaba de enamoramiento, de vida juntos, de planes y proyecciones. Y media hora después se hablaba de mentiras, de engaños y de personas que no existían, inventos de otros con más tiempo e imaginación. ¿Qué se ama cuando se ama? El otro tiene un nombre, una historia, a veces hasta una voz, una dirección, una cuenta del banco, una cara, un pasado y un futuro. Y es tan real que una de las protagonistas se tatuó su nombre en la espalda. Y un largo poema con toda la parafernalia que implica querer a alguien hasta el bulbo raquídeo. Y después esa persona no es. Su cara es la del protagonista de Spiderman. Sus amigos son sacados de grupos musicales desconocidos. Su cuenta del banco es de otra persona (¿no es esto sospechoso?). Su título universitario es mentira. Su realidad es una ficción.
¿Hasta qué punto la ficción se puede convertir en real? La historia es interpretación de hechos de acuerdo a nuestras propias nociones. Si no hay un sujeto al otro lado sino una idea (un ideal), un discurso que llena aquello que estabas buscando, ¿qué amas?
No se trata de dudar de sus sentimientos porque, siendo realistas, ellos los tenían (quiero creer eso también. En la esperanza está también el valor). El tema está en que aquellas emociones fueron construidas por otro que creó un relato fantástico para alguien que se sintió completo solo con una idea que no tiene que ver con lo que sucede en la historia material del mundo.
Hace poco, una amiga me contó que salió con alguien quien, en un arrebato literario, le dijo que estaba buscando a la Maga de Cortázar. Y se la describió detalle por detalle, en una interpretación que daba cuenta de su pobre lectura de Rayuela (pero que no viene al caso en verdad). Él estaba enamorado de un personaje literario, de una idea de mujer en París que estaba determinada también por una idea de escritor-flanêur argentino al que todo le importa un caracho.
Amor a la idea. Suena a filósofo griego pero no lo es. Es la muerte del sujeto de deseo y la aparición de la idea como destinatario de sentimientos. ¿Qué se ama cuando se ama? Quizá la respuesta es que se ama todo, menos lo estrictamente real.