Fuimos periodistas

por · Noviembre de 2015

Publicada por Emecé, la novela Titanes del coco trae de vuelta a la ficción al escritor Fabián Casas.

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Publicado por Emecé, Titanes del coco muestra de entrada a un sujeto con un camión en la sesera. El tipo tiene los ojos cerrados y alrededor hay otros iguales que flotan como satélites. El dibujo es obra del músico argentino Santiago Motorizado y el libro parece un ajuste de cuentas con el registro que tal vez menos domina su autor: la novela. Hace diez años que Fabián Casas, uno de los escritores más leídos del último tiempo, no publicaba ficción. Durante todo este tiempo en cambio se transformó en un ensayista genial, capaz de capturar el pequeño mecanismo de los acontecimientos, autor de libros importantes como La supremacía Tolstoi, Ensayos bonsai y ese conveniente grandes éxitos editado en Chile como La voz extraña. Tal y como ocurre en su novela Ocio, Casas regresa a su álter ego Andrés Stella para sumar kilómetros con ese tono tan característico de su prosa, un combo de velocidad, anécdota y convicción, donde los romances con las mujeres y los gestos de camaradería entre los hombres se estrellan con los caprichos del tiempo («la narración lineal es el fracaso»), o donde un pensamiento puede transitar de la idea central de un ensayo a la respiración cortada de los versos de un poema («Cuando se llega a la mitad de la vida el tiempo lineal deja de existir. Todo pende de un hilo y uno puede llegar a recordar cosas que van a suceder en el futuro»). Es muy probable que este libro cifre a Ocio y todo lo que viene después: así como Hunter S. Thompson ambientó sus años de periodista-de-oficina-en-Puerto Rico en la novela El diario del ron, Casas se hace cargo de su paso por el periodismo, cuando trabajó para Clarín y después Olé («que quede anotado: yo era muy joven, pensaba que el periodismo era una profesión extraordinaria»); y Stella vuelve a repetir la anotación «habría que escribir un ensayito de…» («sobre las formas de abrir las puertas y lo que eso significa», «sobre los apretones de manos», «sobre estos seres que conocemos de golpe y un minuto antes eran un misterio total»). En Titanes del coco, un título que alude al monólogo interno, las vidas de los periodistas se conectan y van girando en un estado de permanente incertidumbre, mientras la escritura corre riesgos y sube la apuesta con pequeños capítulos difíciles de acoplar entre sí, escenarios distópicos y personajes que se vuelven contundentes pero que no terminan por cuajar. «El sentido se logra por la observación de las constelaciones, por los bloques de significación flotantes, no por la linealidad», dice uno de los titanes. Como un desorden programado, el narrador cambia y el punto de vista se tuerce. Entre sus materiales, como ya es costumbre, asoman las referencias a la cultura popular: el músico Luis Alberto Spinetta, el director François Truffaut, la serie Daktari, los relatos Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Tal vez el mejor Casas de Titanes del coco sea el que sale al mundo y se cruza con personas, se enamora y se deprime, vive situaciones que ensanchan su experiencia y terminan por modificar su cosmovisión para siempre. Como en el dibujo de Santiago Motorizado, todos los personajes se piensan más o menos así: «Es increíble la cantidad de plata que puede llegar a gastar una familia en la fiesta de casamiento (…) Los pobres, las clases populares, suelen ser más espontáneos. Un asado, una comilona, baile en patios improvisados y mucho alcohol y canciones hasta la madrugada. Las clases medias y altas, en cambio, se fueron perfeccionando en los esquemas festivos hasta sacarle a la fiesta absolutamente toda posibilidad de riesgo y repentinización. Es decir que la fiesta, la celebración de lo espontáneo, es algo que no solo no existe sino que se combate. La fiesta ya no está en ningún lado». También desde el imaginario que excede a Boedo o San Lorenzo: el que nombra al Buda del Rivotril, que más que la trascendencia debe su espiritualidad a los tranquilizantes; o al «psicólogo rubio», que no es más ni menos que el whisky. Dos apuntes rápidos: Titanes del coco sabe mejor que Ocio (realmente sorprende a pesar de tanto ensayo por subrayar y poema por recordar) y abre una puerta a la próxima entrega de un autor definitivamente al alza. La otra buena noticia es que si bien Planeta ha editado la mayor parte de su obra, algunos de sus libros pueden encontrarse en editoriales independientes de Bolivia —El Cuervo—, México —Almadía—, Perú —Estruendomudo— y España —Alpha Decay—, e incluso en Chile en la universitaria Ediciones UDP y Los Libros Que Leo.

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Titanes del coco
Fabián Casas
Emecé, 2015
215 p. — Ref. $14.000

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Sobre el autor:

Felipe Ojeda (@paniko).

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