Fernanda Trías: «No hay nada más frustrante que intentar zurcir los agujeros del pasado»

por · Octubre de 2016

La escritora uruguaya, invitada este año a la FILSA como parte de los Diálogos Latinoamericanos, está en Chile para presentar su primera colección de cuentos, No soñarás flores (Montacerdos).

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Un padre y su hija encerrados en un departamento. Una mujer que busca recuperar una ciudad que le es ajena y donde le rompieron el corazón quizás demasiadas veces. Historias que estremecen y conmueven en La Azotea y La Ciudad Invencible, respectivamente, las dos novelas de Fernanda Trías, escritora uruguaya invitada este año a la FILSA como parte de los Diálogos Latinoamericanos.

Aunque, la verdad, no viene solo a eso. También la trae a nuestro país la presentación de su primera colección de cuentos, No soñarás flores, que ya publicó este año en Colombia (donde reside hace un tiempo) y que hoy llega a Chile en portada de Montacerdos. Si bien Trías es uruguaya, podríamos decir que Uruguay es el punto de partida, el trampolín para saltar al mundo: en estadías en Europa y Estados Unidos, en tiempos vividos en Argentina, Chile, Colombia. Es discípula de Levrero, una lectora exigente, y dueña de una voz que uno seguiría a cualquier parte.

Fernanda Trías explora la vida cotidiana o ese dolor extraño de la pérdida desde una mirada que irradia belleza. Una belleza que alumbra oscuridades pero que, las más de las veces, nos deja incómodos, expectantes, sin saber qué hacer. En todas sus obras, Trías tiene el oído atento a los murmullos familiares, a esas verdades a medias, a esos sentimientos que a veces se pudren, a veces se salen de cauce. Como la familia encerrada de La Azotea pero, sobre todo, como las familias cargadas de muerte de No soñarás flores. Así, por ejemplo, el cuento que le da título a la colección, nos trae a una protagonista que ha perdido a su padre (él mismo, médico, se deja consumir por la enfermedad) y que intenta lidiar con el duelo, cuidando a una anciana. La narradora se obsesiona con los olores, los que salen de las pocas pertenencias que ha guardado de su padre, los que parecen perseguirla por todas partes. Y es esta obsesión, este duelo terrible, lo que la lleva a formar una comunidad bizarra con personajes tan quebrados como ella. Dice en un momento: «Pero no fue hasta la semana después, cuando pasó lo del teléfono, que pensé realmente en eso: que el olor de mi padre sería lo primero en olvidarse, lo más frágil, y fue como si de pronto mi padre muriera de nuevo, pero ya no solo, en su casa, tratando de abrirle la puerta a los paramédicos, sino ante mí, en mis propios brazos, literalmente en mis narices».

Este particular olfato sigue en otros cuentos. Como en “Caza nocturna”, en que una mujer reflexiona sobre su relación con alguien a quien aún no conoce: «Él acaba de decirle que la quiere. No recién, sino hace un rato. Ella no tiene sueño y tampoco quiere dormirse. Gira apenas, para que él no se despierte, y le huele el brazo. Ahí está todo él, o todo lo que sabe de él, que es lo mismo».

Sobre primeras lecturas, su libro nuevo (y los anteriores), conversamos con Fernanda Trías.

¿Hay algún autor o libro al que sientas que has llegado tarde? (que te habría gustado leer antes)

—A ninguno llegué demasiado temprano. Hasta ahí puedo afirmar.

—¿Tres libros de cuentos favoritos?

—No tengo libros favoritos. Me resulta difícil relacionarme con las cosas de esa manera, que me resulta sobre todo masculina: jerarquizar. Mis libros favoritos pueden cambiar incluso en el mismo día, dependiendo de la Fernanda que sea en ese momento, qué parte de mí está más despierta tal o cual día. Puedo mencionarte cuatro autores, siendo injusta con todos los demás: Flannery O’Connor, Isidoro Blaisten, Felisberto Hernández, Alice Munro.

¿Qué fue lo último que leíste y te sorprendió?

—Ana Blandiana. Las cuatro estaciones y su poesía.

¿Algún libro que te haya hecho reír?

Pnin de Nabokov.

¿Lees poesía?

—Leo un poco de poesía todas las mañanas («el poema nuestro de cada día»). Es fundamental para alguien que escriba narrativa, porque el lenguaje tiene una música y un ritmo, y leer poesía ayuda a desarrollar ese oído.

[Trías le presta especial atención a las palabras. Se detiene en el sonido, se asoma y reflexiona sobre su significado. Un ejemplo de No soñarás flores: «Cuando lo conocí, el ciego Lencina también estaba empeñado en ‘salir adelante’. Usaba mucho esa frase, me acuerdo, como si el pasado quedara en alguna parte, como si fuera un lugar del que se puede entrar y salir y no una condena tan presente como ese árbol que veo por la ventana y que hoy mismo podría caerme encima. El pasado está encima; se carga con él o no, pero no puede dejarse a un lado».]

¿Hay algún libro que hayas regalado más de una vez? ¿Por qué?

El discurso vacío de Mario Levrero. Porque es un libro sorprendente, engañosamente simple. Y porque es un buen acercamiento a la escritura de mi maestro.

¿Cómo eres como lectora? ¿Cómo eliges lo que lees?

—Errática para elegir (casi siempre por recomendación de un lector de confianza), pero muy detallista y juiciosa al momento de leer. Si algo me impacta, casi siempre lo releo inmediatamente después de terminarlo y, esa segunda vez, lo leo con ojos de escritora, es decir: tratando de desentrañar el mecanismo de relojería y, más difícil aún, su misterio.

¿Tienes alguna rutina para escribir?

—Ninguna.

Si pudieras elegir a algún director de cine para adaptar alguno de tus libros, a quién elegirías y porqué.

—Kieslowski. Por la atmósfera.

Cuál es el mejor consejo que te han dado (sobre escribir).

—No es sobre el acto de escribir, sino sobre el oficio: «Desoír el canto de las sirenas». Me lo dijo Levrero por el año 1999.

¿Recuerdas qué fue lo primero que escribiste/te hizo sentir escritora?

—Lo primero que intenté escribir fue una novela con tres personajes. Cada parte estaría narrada por uno de esos personajes que luego terminarían cruzándose. Uno de ellos era una mujer que estaba en la cárcel, recuerdo. De otro, lo único que recuerdo es que era pelirrojo y de piel muy blanca. Prefiero no sentirme escritora. De ese modo evito cualquier mandato.

En tus obras hay una atención muy detallada e importante a las relaciones familiares. ¿Qué buscas ahí? ¿Por qué ese interés?

—La familia es origen de todo; es donde aprendés a quererte o a odiarte; a relacionarte con los demás, o lo contrario. Me interesa cómo la familia puede convertirte en una discapacitada para la vida social. Sin herramientas para enfrentarte a la vida cotidiana, una debe inventarse sus propios mecanismos de supervivencia.

Estuviste en un taller con Levrero. ¿Cómo ves —si es que ves alguna— su influencia en tu escritura?

—Sobre todo, él hablaba sobre la honestidad del texto. Si siento que algo que escribí no es honesto, prefiero botarlo a la basura y empezar de nuevo, pues la deshonestidad atraviesa la página como un bólido y no hay manera de engañar a nadie (y de todos modos, ¿para qué?).

Otra cosa que me llama la atención de tus libros es la dinámica entre movimientos y encierros. Por una parte, tienes una novela como La Azotea en que la lógica familiar se lleva hasta la claustrofobia y luego tienes otra como La Ciudad Invencible en la que todo es moverse, deambular, no pertenecer. ¿Cómo ves esos tránsitos en lo que escribes?

—Sí, eso está vinculado con mi propio recorrido. Yo pasé de estar muy encerrada en mi casa de Montevideo a salir de Uruguay en 2004 y, desde entonces, no parar de moverme. Pero varias personas, como Lina Meruane, al leer La ciudad invencible dijeron sentir claustrofobia al aire libre. Creo que el encierro es una condición interior, y cuando una está encerrada dentro de sí misma, no se puede hacer otra cosa más que deambular sin pertenecer a ninguna parte.

[En No soñarás flores el movimiento trae también la posibilidad de reinventarse. Como en “Caza nocturna” donde se lee lo siguiente: «Ella también había fingido ser otra; se inventaba profesiones en las hojitas migratorias de los aeropuertos y más de una vez había evitado a los vendedores de Greenpeace con un enfático ‘Je ne comprends pas’. Ella —la ella que era a veces— no quería salvar el Ártico ni las ballenas».]

Cuéntame un poco cómo fue el proceso de escritura de No soñarás flores.

—Este libro es una especie de muestrario de mis búsquedas e intereses de los últimos años. El cuento más viejo es de 2009 y el más reciente, de 2014. En esos cinco años, cambié de país tres veces. Viví en Francia, en Berlín, en Buenos Aires y en Nueva York. Mis lecturas también fueron cambiando en esos años, igual que mi interés por experimentar con la forma. De todos modos, preferí no colocar los cuentos en orden cronológico ni incluir el año de escritura de cada uno, para que no se convirtiera en un proceso detectivesco para el lector, sino que fuera una experiencia de lectura con un efecto de unidad. Si te fijás, el cuento que abre el libro está muy vinculado con La azotea, mientras que el último “Anatomía de un cuento”, se vincula más con Bienes muebles (La ciudad invencible) por su estructura más abierta.

Hay una presencia muy importante de la muerte en estos cuentos: en el que da título a la colección especialmente, pero también aparecen cementerios, padres suicidas, muchas visitas a hospitales. Siempre desde un ángulo distinto: por ejemplo, en relación al duelo en el primero, pero en otros es una anécdota más que no se comparte con un desconocido, o es la realidad de un trabajo (en el cementerio). En el cuento “Inzúa” mencionas: «La muerte es la única carrera que nadie quiere ganar, la única en la que todos quieren salir últimos». ¿Buscabas algo en particular con este acercamiento a la muerte?

—«La mente busca la muerte, pues lo vivo se le escapa», dice Unamuno. La muerte no me interesa tanto por el misterio que entraña, el incomprensible hecho de que vamos a morir, sino por su certeza, porque en ella encuentro un ancla, lo único verdaderamente predecible. De la vida, en cambio, no podemos decir nada. Lo curioso es que los humanos estamos constantemente creando expectativas, esperando esto o aquello, proyectándonos. Y cuando la vida traiciona esa expectativa (lo que ocurre casi siempre), nos sentimos devastados. Si no esperáramos nada, la existencia no sería tan devastadora. Eso se ve, por ejemplo, en el cuento “La muñeca de papel”. La mujer regresa, traicionada por sus propios sueños, a intentar recuperar algo que ahora imagina importante. Busca llenar el vacío que le dejó el fracaso. Claro que el fracaso es un concepto por completo relativo. ¿Fracasar respecto a qué? ¿Fracasar según quién? Es una misma quien se tiende esas trampas. Y seguramente esa mujer, Teresa, se esté tejiendo una nueva trampa (ella, que se dedica al arte textil), pues no hay nada más frustrante que intentar zurcir los agujeros del pasado.

[Una cita de ese cuento, “La muñeca de papel”: «Herbert y Melanie se acercaron a la mesa. Teresa se paró. Tuvo consciencia de que estaba demasiado vestida y sintió el maquillaje como una capa de tierra que la separaba de ellos. Peor, que la separaba de ella misma, de la Teresa que había sido: irreverente, voraz y con un propósito en la vida».]

»De la muerte también me interesa, más que otras cosas, los efectos que producen en los vivos, y cómo estos lidian con la pérdida. En La azotea, la mujer directamente no pudo soportar la pérdida de ese padre de la infancia y lo tomó por la fuerza. En “No soñarás flores”, los dolientes se juntan no tanto para sobrellevar la pérdida, sino para encontrar quien pueda comprenderlos en esa imposibilidad sin juzgarlos».

Otro tema muy fascinante es el de los olores. Nuevamente, es central en el primer cuento con la (im)posibilidad de olvidar al padre, pero luego también está, de forma muy diferente, en “Caza Nocturna”, con el olor de ese extraño con quien se ha empezado «algo». ¿Te parece una mejor manera de acercarse a la realidad, poner la atención en un sentido distinto de la vista?

—La vista es el sentido masculino por definición («ver para creer», no creo que ese dicho popular lo haya inventado una mujer; mi mujer «se mira pero no se toca», etc.), y yo no me relaciono con el mundo de esa manera. Y el sentido del olfato me intriga particularmente, porque produce recuerdos y emociones instantáneos; un mecanismo más primitivo de vincularse con el entorno. El olfato es tal vez el sentido más atrofiado en nuestra «evolución» como homo sapiens.

[Vuelvo a los cuentos, a buscar una última cita. No es difícil, he subrayado tanto. Es de un cuento titulado“La medida de mi amor”: «Otra vez se estaba mirando de afuera. En los peores momentos, tenía la sensación de que la vida era una especie de videojuego. No una película con un guión demasiado elaborado, sino un Pacman, algo absurdo que se manejaba con una palanquita y cuatro botones».]

No soñarás flores es una colección que conjuga muerte y belleza, que se acerca al mundo, desconfiando de los sentidos de siempre. Cuentos de personajes en tránsito, de traiciones cotidianas, de dolores que no caben en la suma de los días.

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No soñarás flores
Fernanda Trías
Montacerdos, 2016
166 p. — Ref. $12.000

Este domingo 30 de octubre será el lanzamiento de No soñarás flores en FILSA.

Fernanda Trías: «No hay nada más frustrante que intentar zurcir los agujeros del pasado»

Sobre el autor:

María José Navia (@mjnavia) es autora de SANT (Incubarte editores, 2010) e Instrucciones para ser feliz (Sudaquia Editores, 2015). Es Doctora en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University), y escribe el blog Ticket de cambio.

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