Fin de fiesta

por · Julio de 2016

Antes de abrazar el pinochetismo, Braulio Arenas fue un autor y un personaje desamparado.

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Había sido una jornada agradable, de amena charla entre amigos, convocada por Fernando Alegría, residente en los Estados Unidos, a la que asistimos Braulio Arenas, Enrique Lihn, Guillermo Atías y yo tras encontrarnos en pleno centro y que comenzara, gracias a la sugerencia de uno de nosotros, sacándonos una foto de cajón en la Plaza de Armas. Serios y enjutos bajo el recuerdo que sería aquel momento, resultaba trascendente posar ante la inminencia de la cámara, montada en un trípode, pues era una perpetuación de cara al futuro. Después habíamos almorzado en un conocido restaurante de la calle Miraflores, de donde saliéramos a media tarde bastante entonados, dispuestos aquel día de verano a continuar el esparcimiento, en el cual quizá sin pretender estaban reunidos diversos escritores de distinta edad, tres de ellos miembros de la generación del treinta y ocho. Luego los pasos nos habían llevado a un establecimiento de baños turcos cercano, recién inaugurado, a fin de quedar otra vez en condiciones de proseguir el encuentro, cuyas sesiones de vapor en ese mundo felliniano, en el que no faltaban los mirones, así lo permitieron. A la salida de allí, Enrique Lihn había optado por retirarse, aceptando los demás la invitación de Fernando Alegría de ir a su departamento, ubicado frente al Parque Forestal, a tomar el trago del estribo. Desde esas ventanas, caída la noche, se divisaba iluminada la ciudad, fosforescente, a través de los viejos árboles. Nada hacía presumir que, en medio de los vasos de whisky y de los comentarios, de pronto el dueño de casa le dijera a Braulio Arenas, por qué no vas a la esquina con Merced y te traes a unas putas, a esta hora ya deben estar. El autor de Adiós a la familia quedó inmóvil ante el requerimiento, violentado como un cristal ante un piedrazo, acaso me crees tu criado, le respondió echándose luego a llorar, herido en su dignidad, después de lo cual, confundido, humillado, se dirigió al lavabo, y de mi lado, luego de un instante, seguí a Braulio Arenas para reconfortarlo. No era para menos el agravio sufrido. Había sido la frase de un patrón ante su inquilino y acerca del resto he olvidado lo que sucedió, si bien me quedó claro que existía en este amigo un oscuro resentimiento fácil de estallar al ignorarse, tal vez con malevolencia, de ver en su persona no solo al hombre de escasos recursos, desamparado de relaciones, sino también al buen escritor que era, mejor que otros como novelista y poeta.

ADDENDA

Siempre me he dicho que, consecuencia de la animosidad que existía con Braulio Arenas, debido en parte años atrás a una provocación con que incitara en público a Pablo Neruda en defensa de Vicente Huidobro, ocurrida en el salón de honor de la Universidad de Chile, su sino literario nunca quedó en buen pie y desairado. Puesto al final de los suyos, encontró en el pinochetismo un espacio que lo halagó y que, con justicia literaria esa vez, le concedió el Premio Nacional de Literatura.

marin

Antes de que yo muera
Germán Marín (edición de Juan Manuel Vial)
Ediciones UDP, 2011
186 p. — Ref. $10.000

Fin de fiesta

Sobre el autor:

Germán Marín es autor de Círculo vicioso, Ídola y El palacio de la risa, entre otras novelas, además de El circo en llamas, edición prologada y anotada de la obra crítica de Enrique Lihn.

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