A veces el silencio viene bien.
1.
Hace un par de semanas murió mi hermano mayor. La única noche en la que lo sentí quejarse me tapé los oídos con Sirens, el nuevo disco de Nicolas Jaar. “Killing Time”, la primera canción, comienza con sonidos de cristales rompiéndose y luego un delicado teclado y múltiples sonidos ambientales van llenando un vacío que, de pronto, se colma con la voz de Jaar:
We are just waiting for the old folks to die
We are just waiting
For the old thoughts to die
Luego suena “The Governor”.
Dan ganas de bailar siguiendo un ritmo oscuro; una danza en descenso y espiral. Caer hecho un ovillo.
Me gustaría decir que pude dormir bien.
Me gustaría decir que alguien durmió bien en esa casa.
2.
En mayo, después de mi cumpleaños, partí de vacaciones. Sabía que algo estaba mal pero, sinceramente, jamás intuí la violencia de esas tres palabras: cáncer de páncreas.
Estaba en Madrid ese día.
Recuerdo que comí la tortilla número tres mil doscientos sesenta y dos de la Taberna Pedraza, en calle Ibiza. Eso dice un papelito que me dieron junto a la cuenta y que miro ahora como un grato souvenir. También recuerdo que mi hermana me había llamado un par de horas antes para contarme (cáncer / de / páncreas, al teléfono) mientras estaba echado en la cama del hostal. Busqué en Internet el diagnóstico, leí al respecto, lloré un poco y salí a caminar escuchando música. Lou Reed, como probablemente diría el cliché; Lou Reed, como dijeron, mejor que el cliché, las circunstancias.
3.
Psychotic Reactions and Carburetor Dung es un libro editado por Greil Marcus, lanzado en 1987, que recopila textos del periodista musical Lester Bangs, probablemente el más famoso crítico de rock que jamás ha existido. En él, Bangs se pasea desde Van Morrison a Kraftwerk y rompe los esquemas de la escritura sobre música a propósito de otros tantos, entre los que se cuentan The Clash y John Coltrane. Con todo, si hay una sección que muestra su mejor escritura es aquella llamada “Slaying the Father”, en la cual es retratado todo su amor (y mierdas asociadas) respecto a su héroe y, a la vez, archienemigo: Lou Reed.
Psychotic Reactions and Carburetor Dung era el libro que estaba leyendo el día en que supe lo grave que era todo; Lou Reed era el personaje principal antes de esa llamada y, tras ella, después de chequear un poco en Internet en qué consistía todo, después de llorar y antes de salir a caminar, bajé al teléfono Metal Machine Music, ese disco absolutamente inentendible en el cual el neoyorkino grabó una hora y tres minutos de capricho convertido en sonidos saturados. Ruido capaz de romper cabezas.
«Hay también algunas frecuencias que son peligrosas. De lo que estoy hablando es como lo de Francia, ellos tienen una pistola de sonido. Es un arma. Tira frecuencias que matan gente; hacen operaciones con sonido. Es una operación muy delicada al cerebro, ellos tienen instrumentos quirúrgicos que son sonido. Han tenido esta arma desde 1945. Hitler no la tuvo; los franceses la utilizaron con todas las personas. Quizás por eso es que ellos tocan tan mal rock ‘n’ roll.»
Todo eso nos dice Reed en broma. Todo eso quería que me dijese Reed en serio: Lou Reed como el oncólogo perfecto, rodeado de amplificadores, teclados, guitarras y pedales buscando la destrucción del tumor, lanzando ondas de sonido capaces de aniquilar todo a su paso. Frecuencias tan violentas que incluso eran capaces de salvar vidas.
No resistí.
Volví al Coney Island Baby.
4.
Lou Reed no salvó a nadie.
Lo de Nicolas Jaar fue un lunes.
Mi hermano murió pasando de un miércoles a un jueves.
Se fue en calma; en silencio.
A veces el silencio viene bien.