Crónica de una chilena en el recital del Indio Solari, que reunió a más de 300 mil personas en un predio cerca de Buenos Aires.
A los 14 años, en mi curiosidad constante de buscar música nueva, le pedí a una prima argentina que me recomendara alguna banda. Fuimos a una tienda y tomó un casette de un grupo con un nombre que parecía una burla, “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”. Lo traje a Chile sabiendo que acá no iba a encontrar música de ellos y, desde que escuché la primera nota, se convirtió en un tesoro para mí. El hecho de que fuera un grupo que no se había “vendido” a las disqueras, que no daban entrevistas y que los recitales los promocionaban de boca en boca, sin carteles ni publicidad, era algo que volaba mi cabeza adolescente. Era el año 92 y en Chile sólo teníamos acceso a lo que las disqueras traían: Charly, Fito, Soda y una larga lista de nuevas promesas de la música trasandina bombardeaban las emisoras chilenas, pero de Los Redondos ni hablar. Salvo “Mi perro dinamita”, una canción que hablaba de un perro que le gustaba bailar a lo gogo. Nada. No prendió en Chile y mi persistencia en mostrarles los Redondos a los amigos no tuvo frutos.
Por alguna misteriosa razón la ciudad de Calbuco, al sur de Chile, se convirtió en una especie de nido de ricoteros. Cuenta la leyenda que algún casette llegó al pueblo y, así como los recitales de los Redondos, este corrió de mano en mano y prendió como fuego. Así que me sumé al grupo de calbucanos, que ya habían ido a unas cuantas misas, y convencí a una amiga de agarrar la mochila y tomar un bus hasta Buenos Aires y de ahí otras 7 horas hasta Olavarría para asistir a la última “misa”. No sabíamos muy bien a lo que íbamos, salvo algunas referencias de los calbucanos que nos decían “no se puede explicar, tienen que vivirlo” y la verdad es que tenían razón.
Olavarría es una ciudad pequeña de la Provincia de Buenos Aires, de unos 100.000 habitantes que en un fin de semana tuvo que recibir a más de 300.000 ricoteros. La ciudad se convirtió en un carnaval de 3 días y 3 noches, donde la gente cantó, bailó, se abrazó y brindó al ritmo del Indio Solari. Cuadras y cuadras de música, ventas de poleras y gorros del Indio, comida, fernet, gente acampando en cualquier lugar, miles de personas de todas las edades, familias, ricos, pobres, de Boca o River. Nada los dividía, porque ellos estaban ahí por una sola razón, celebrar la última misa del Indio. Cuesta entenderlo desde Chile, donde nunca nos hemos permitido tener ídolos como Perón, Maradona o el Indio Solari. Me costaba entender el no ver policías en las calles. El autocuidado y el respeto hacia el otro y sobre todo hacia las mujeres que éramos minoría, permitía una fiesta sin el control policial al cual en Chile estamos tan acostumbrados. Nunca sentí miedo, por el contrario, en todos lados había gente llamando al autocontrol y al respeto. Era una fiesta, un carnaval donde todos y todas éramos bienvenidos.
El recital fue una locura, pero no una locura como la prensa argentina y chilena la catalogaron. Hubo dos muertos, es cierto y es terrible, pero éramos más de 300.000 personas en un predio, sin control tanto fuera como dentro del recinto. La gente, así como los días previos, se cuidaba entre sí. Vi a gente que levantaba a extraños del suelo para que no sean aplastados por la multitud, grupos de hombres cuidando a mujeres que se habían perdido de sus grupos, consolándolas y brindándoles seguridad, familias con niños, vi solidaridad, compañerismo y respeto de género. Pudo haber sido una gran tragedia, pero no lo fue porque la gente no la generó ni la permitió.
Aún la causa del infarto que sufrieron las dos personas muertas está siendo investigada. No está claro si fue por consumo de drogas o producto de la avalancha de una veintena de personas, sin embargo la prensa argentina se ha encargado de catalogar al Indio Solari como el responsable de avalanchas, muertes y desaparición de personas.
¿Será que lo que genera el Indio asusta a los grupos de poder dueños de la prensa argentina? Esos mismos que están cómodos con las medidas macroeconómicas implementadas por Macri y que tienen al pueblo argentino pasando nuevamente por una época durísima, con alzas en el precio de necesidades básicas como los alimentos y el gas y que el propio Indio Solari ha salido a criticar duramente. O quizás les asusta el hecho de que 300.000 argentinos sean capaces de generar un carnaval sin control del Estado durante 3 días, donde el autocontrol y el respeto mutuo son suficientes.
Estos mismos grupos lo han catalogado de capitalista, inconsecuente, que viaja en avión privado pero le canta al pueblo. Sin embargo, es este pueblo el que decide pagar la entrada, seguirlo donde sea y comprar sus discos. ¿Por qué? Las razones son tan diversas y complejas que ha sido necesario realizar múltiples estudios al respecto. No es fácil explicar el fenómeno que genera. Sin embargo, algo que ha trascendido generaciones de argentinos no se rompe de un día para otro con campañas comunicacionales provenientes de una prensa que representa los intereses de unos pocos.
Es una lástima que el único carnaval con el que cuenta el pueblo argentino no exista más, ya sea por la enfermedad de Solari o porque simplemente no tenga donde más tocar. Es una lástima que esta fiesta popular y ejemplo de autogestión se vaya convirtiendo sólo en una leyenda, en algo que miles de argentinos les podrán contar a sus nietos.
Me quedo con la satisfacción de que fui parte de un evento que no se compara con nada a lo que los chilenos estamos acostumbrados, con haber sido parte de una pequeña parte de la historia de la música argentina.