Las drogas de Iris (y Edmundo Paz Soldán)

por · Junio de 2014

Para escribir su primera novela de ciencia ficción, el escritor boliviano experimentó con drogas alucinógenas en la selva amazónica. «Fue uno de mis encuentros más cercanos con lo sublime».

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Están con los que matan o los que mueren. Los personajes de Iris —la última novela del escritor Edmundo Paz Soldán— son fuerzas colonizadoras y nativos oprimidos, abusadores de drogas en todas sus formas, para evadir una realidad tan insoportable como asfixiante.

Ambientada en una guerra imperialista del futuro y su desesperanza claustrofóbica, en Iris —la isla tóxica que nombra al libro— hay un dios ambiguo y todo un universo fantástico salpicado de conflictos propios de la economía, el poder y la religión.

Durante su escritura, Paz Soldán rayó con los “soldados psicópatas” en Afganistán y tuvo una experiencia alucinógena en el Amazonas. «Entendí que todo lo que hacemos es buscar una comunión entre los vivos y los muertos», dice desde Bolivia.

Edmundo Paz Soldán

—En la serie True detective, Rust, el protagonista, dice que «algunos antropólogos de la lingüística creen que la religión es un virus del lenguaje y entorpece el razonamiento crítico». ¿Estás de acuerdo?

—La religión entorpece el razonamiento crítico pero no solo somos seres pensantes; la razón se verá siempre confrontada por otras formas de enfrentar el mundo. No podía ser de otra manera.

En Iris los personajes se debaten entre el escape o la trascendencia, entre la religión o las drogas. ¿Eres un hombre de fe? ¿Cuál es tu relación con las drogas?

—Soy más espiritual que religioso. Nunca he abandonado mi fe católica, aunque es cierto que hay épocas que la practico más que otras. La gente asocia droga con adicción y creo que eso solo cuenta una parte de la historia; de hecho, yo también tenía esa versión más conservadora de la historia hasta hace algunos años. Hay ciertas sustancias que despiertan la imaginación o te llevan a explorar partes oscuras de tu subconsciente y por eso siempre van a tener algo de atractivo para un creador. A ellas les debo algunas de las intuiciones o delirios más poéticos de Iris.

La literatura es un exorcismo, una comunión entre vivos y muertos.

En una cadena de posteos con Mario Bellatin, contaste que durante la escritura de Iris tuviste una experiencia alucinógena en la selva amazónica. ¿Cómo fue eso?

—Hace un par de años, efectivamente, tuve esa experiencia alucinógena. Fue uno de mis encuentros más cercanos con lo sublime. Recuerdo haber salido a la selva, por la noche, y sentirme abrumado por la belleza de todo lo que me rodeaba. Recuerdo haber pensado, por si hubiera tenido dudas alguna vez, «hay un Creador». Recuerdo haber llorado pensando en mis hijos y en el hecho de que ya no vivía con ellos y ellos eran todavía muy niños. Recuerdo haber visto a mis padres y mis hermanos en la época de la adolescencia temprana, como si todo eso fuera parte de un paraíso perdido. Es cierto que también hubo momentos tensos, imágenes que me hicieron pensar que todo era obra de un dios psicótico, pero entendí que en el fondo todo lo que hacemos es buscar una comunión entre los vivos y los muertos. La literatura es eso, pensé. Un exorcismo, una comunión entre vivos y muertos.

—¿Te parecen útiles las drogas para escribir? ¿Realmente uno vuelve a sorprenderse y a sacudir el sofá de la realidad?

—Necesito estar muy lúcido cuando escribo. Máximo tomo una o dos tazas de café. Ahora, si no se trata solo de escribir, si quieres ver la realidad de otra manera, entonces puede que las drogas sean útiles.

En Iris abundan las escenas de psicodelia y sus personajes abusan de swits (drogas) en todas sus formas: jün, paideluo, danshen, en medio de paisajes alucinados y religiones suicidas. Buscan alcanzar el ultimate high, un volón imposible que los desvíe de la realidad en la que están atrapados:

Había swits legales y swits prohibidos. Los swits podían convertir un lonche aburrido con los amigos nun delirio. Un psicopicnic. Algunos mejoraban el ánimo y nos hacían sentir en paz, mas ésos nos quitaban el espíritu luchador y los jefes no querían que nos excediéramos con ellos. Otros nos volvían incansables y agresivos, dotaban los músculos duna fuerza que no solían tener. Energía pura, una bomba nel cerebro, subían subían chas chas bum y bajaban tan rápido como habían subido. Escaleras al beyond. Raptos de mujeres. Fuegos de artificio que guiaban el ataque en la noche. Fiuuuuuu. En la enfermería nos ofrecían de los legales mas todos sabíamos q’eso no era suficiente. Los jefes abusaban de los swits tu. Tenían la convicción de que la única manera de vivir en Iris era a base de swits. (p. 103)

—¿Cuál sería tu propio ultimate high?

—Mi ultimate high lo tengo cada vez que aparece en mi cabeza el embrión de un nuevo texto, las imágenes de un posible cuento, las líneas generales de una novela a desarrollar. ¿Por qué? Quise ser muchas cosas pero al final siempre vuelvo a lo mismo. A los nueve años me deslumbraba con una historia bien contada y bien escrita y ahora sigo en la misma, tratando de devolverle a la literatura algo de lo mucho que ella me dio.

—¿Puede que entre tantos swits, PDS, jün y paideluo, la máxima droga de Iris sea, en realidad, el poder?

—Si es el poder, está muy detrás de casi todos los actores. Quizás Reynolds, el soldado líder de los psicópatas, podría tener alguna ambición, algún deseo de poder. A Orlewen, el líder de la insurrección irisina, la causa lo trasciende, aunque es cierto en que hay momentos en que tiene tentaciones terrenales de poder, al darse cuenta de su fuerza personal, su carisma. Todos los demás deambulan medio perdidos en Iris. Pero entiendo lo que tú dices. La novela no existiría sin la ambición previa de un país por ocupar un territorio, sin el deseo de una corporación por explotar las minas, sin el interés de otro imperio por inmiscuirse en la región… Hay un juego geopolítico que está constantemente en marcha, y que deriva de ese deseo de poder que tú mencionas. Yo quería ver cómo se vive ese poder en el día a día, en los que se relacionan con él, tanto los colonizadores como los colonizados.

Iris trata de nuestra imposibilidad de enfrentarnos al universo infinito por cuenta propia, en soledad, sin ningún tipo de ayuda. Para ese enfrentamiento necesitamos la religión, la droga, algún tipo de suplemento.

—Antes de escribir, estudiaste Ciencia política. ¿Qué te atrae de publicar ciencia ficción?

—Siempre me interesó la política y al final del colegio tenía una idea muy limitada de ella. Pensaba que la única forma de vincularse con la política era siendo político; por eso estudié ciencias políticas y relaciones internacionales. Por suerte me di cuenta a tiempo que no tenía el carácter para esa profesión, o quizás simplemente no tenía la vocación. Y descubrí que la literatura era una buena forma de articular una visión crítica de ella. El realismo te puede servir, también la ciencia ficción; en realidad cualquier género puede servir. No se trata tanto del género como de la forma de encararlo.

—Fuera del sci-fi más escapista de algunos superhéroes, está ese registro visionario de lo que pasará, la idea de que «nombrando el futuro nombras el presente». Pienso en Orwell y 1984, Huxley y Un mundo feliz, aunque debe haber mejores ejemplos. ¿Qué nombra pero no dice Iris que la convierte en una distopía? ¿Puede ser un anti colonialismo o imperialismo, la pandemia —contemporánea— de enfermedades mentales y paranoia?

—Quizás muchas cosas pero ahora yo diría que se trata de nuestra imposibilidad de enfrentarnos al universo infinito por cuenta propia, en soledad, sin ningún tipo de ayuda. Para ese enfrentamiento necesitamos la religión, la droga, algún tipo de suplemento. Ese miedo cósmico produce, claro, un ciudadano violento y paranoico, continuamente medicalizado, desesperado por creer en algo o por escaparse de su entorno.

—La isla Iris podría ser Medio Oriente y su mineral algún recurso estratégico como uranio o petróleo. Es, por cierto, un universo complejo —incluso de entrada— emparentado con Dune o Akira. ¿Cuáles fueron tus referencias para trabajar Iris?

—Algunos puntos de partida fueron Stalker, de Tarkovsky, que me dio la idea de Iris como una “zona” contaminada; Hyperion, de Dan Simmons, que tiene un gran monstruo que es el Alcaudon y que me sirvió de inspiración para construir a Malacosa (junto a un cuento de Roa Bastos sobre la leyenda guaraní del kurupí); Los trazos de la canción, de Bruce Chatwin, que fueron origen de la mitología irisina; la poesía de Jaime Saenz, de la que me apropié algunos conceptos irisinos como “perder el cuerpo” (verweder, en irisino) o “caer al cielo” (el hemeldrak); los mitos de las minas bolivianas en torno al Tío, que es un ser que participa de lo divino y lo demoniaco…

—La forma de Iris es muy particular. Por ejemplo, sus personajes hablan un español políglota. ¿Tiene relación con los inmigrantes y las clases bajas que los estadounidenses enviaron a invadir Medio Oriente? ¿Con qué se relaciona exactamente ese lenguaje tan propio de la novela?

—Yo pensaba que, así como el español fue influido por el francés en la segunda mitad del siglo XIX y por el inglés en nuestros tiempos, en un futuro no muy lejano la inmigración haría que la influencia fuera más políglota, como bien lo dices, más cruzada por múltiples lenguas. Esto en realidad siempre ha sido así, solo que se me ocurre que en las próximas décadas ese cruce se intensificará. Y como los soldados de Iris son sobre todo inmigrantes o de clase baja, entonces el lenguaje irisino está influido por los préstamos del lenguaje que estos soldados traen a la isla. Mi intuición era que no podía hablar de cambios trascendentales en el futuro, cambios en la identidad de los individuos, con un lenguaje convencional. El lenguaje también tenía que ser intervenido, mostrarse otro.

¿La explotación minera en Bolivia y la invasión a Afganistán te parecen en algún nivel parte de un mismo conflicto?

—Son diversas versiones de las aventuras imperiales a las que el planeta está siempre sometido. En la Colonia tuvimos a España por aquí, explotando las minas; hoy, post-11 de septiembre, Estados Unidos se embarcó en guerras en Irak y Afganistán con saldos nada positivos para nadie. Cada guerra, cada proyecto imperial es diferente, y hay que explorar esas diferencias; en Iris, claro, yo sugiero una posible lectura alegórica, de modo que queden cerca las similitudes de estos conflictos.

—¿En qué estás actualmente?

—En un libro de cuentos ambientados en Iris. En una nueva novela que será una suerte de precuela de Iris, pero que se podrá leer de manera independiente de ella.

Iris

Iris
Edmundo Paz Soldán
Alfaguara, 2014
376 p. — Ref. $14.500

Las drogas de Iris (y Edmundo Paz Soldán)

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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