Durante décadas, un sencillo abuelo catalán se inventó una vida como víctima del Holocausto. Antes de ser descubierto, pronunció cientos de conferencias y conmovió a los parlamentarios españoles hasta las lágrimas. El escritor Javier Cercas intenta entender por qué hizo lo que hizo.
Durante décadas, un abuelo catalán se inventó una vida.
Como un novelista de sí mismo, transformó un viaje voluntario en una deportación y la celda de una cárcel en un campo de exterminio.
No fue todo: amasó su biografía con las historias de las víctimas del Holocausto, llegando a presidir la asociación que reúne a los sobrevivientes.
Antes de ser descubierto, gracias al trabajo de un historiador, el abuelo pronunció cientos de conferencias y entrevistas, recibió premios y conmovió a los parlamentarios españoles hasta las lágrimas.
«Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos», dijo el impostor. «Nosotros éramos personas normales, como ustedes. Nos gritaban en alemán links, recht (izquierda, derecha). No entendíamos, y no entender una orden podía costar la vida».
Algo parecido al espanto llevó al escritor Javier Cercas a intentar entender por qué Enric Marco, el abuelo, había hecho lo que había hecho.
Para lanzarse a la escritura, el autor comprendió esto: que entender no es justificar o disculpar.
«Shakespeare o Dostoievski», escribe Cercas, «iluminan los laberintos morales hasta sus últimos recovecos, demuestran que el amor es capaz de conducir al asesinato o al suicidio y logran que sintamos compasión por psicópatas y desalmados».
«El deber del arte o del pensamiento», agrega, «consiste en mostrarnos la complejidad de la existencia, a fin de volvernos más complejos, en analizar cómo funciona el mal, para poder evitarlo, e incluso el bien, quizá para poder aprenderlo».
El impostor, publicado por Random House, alterna literatura e historia, las disciplinas donde el abuelo Enric Marco hundió sus pies hasta hacerse ficción de carne y hueso, para ir sobre conjeturas acerca de la verdad y la mentira, sobre las pruebas de la vida inventada de ese anciano deshonrado, y volverse interesante justo en el momento en que entiende que lo más interesante es la verdadera vida de Marco.
«Como el Quijote», escribe Cercas, «Marco no se conformó con vivir una vida mediocre y quiso vivir una vida a lo grande; y como no la tenía a su alcance, se la inventó».
A pesar de lo manoseada, la comparación no es gratuita.
«Alonso Quijano fue un simple hidalgo que poco antes de cumplir cincuenta años, tras una existencia insuficiente mediocre y tediosa encerrado en la Mancha, decide mandarlo todo al diablo y reinventarse como caballero andante y lanzarse a vivir una vida de héroe, una vida idealista y pletórica de coraje, de honor y de amor», escribe Cercas.
Continúa así: «La historia de Enric Marco es parecida: un simple mecánico llamado Enrique Marco que, poco después de cumplir cincuenta años, tras haber llevado durante la mayor parte de su vida un existencia insuficiente, mediocre y tediosa encerrado en un taller de Barcelona, decide mandarlo todo el diablo, reinventarse como un héroe civil y lanzarse a vivir una vida de héroe civil, una vida idealista y pletórica de coraje, de honor y de amor».
Pero hay más: «Alonso Quijano empezó a llamarse poéticamente don Quijote de la Mancha, dejó los cuidados cotidianos de su ama y su sobrina por el amor imposible y radiante de Dulcinea, dejó las rutinas insípidas de su casa por las sabrosas incertidumbres de los caminos y las ventas de España y dejó su pobre vida de hidalgo por la vida pródiga en aventuras de un caballero andante».
«De igual modo», compara Cercas, «Marco dejó de llamarse Marco y empezó a llamarse Marcos, dejó a una inmigrante mayor, andaluza y sin cultura, por una joven culta, elegante y medio francesa, dejó un suburbio obrero de Barcelona por un suburbio burgués y dio de lado su vida tediosa de mecánico por una vida apasionante de líder sindical y paladín de la libertad política, la injusticia social y la memoria histórica».
Cuando El impostor ensaya sobre la memoria histórica y la memoria personal, cuando enarbola una idea del sentido y la construcción del pasado, se vuelve luminoso.
Es que Enric Marco, quizá sin saberlo, personificó el reflejo exacto de la historia de España en el siglo pasado: de joven obrero anarquista durante la Segunda República —cuando la mayoría lo era—, a soldado durante la guerra civil —cuando la mayoría lo era—; luego a perdedor, y como la inmensa mayoría de perdedores intentó esconder y ocultar sus ideales juveniles, adaptando otra forma de vida durante el franquismo; hasta que muere Franco y el abuelo explota lo que había enterrado, sacándole punta al negocio de la memoria.
Una de las escenas finales del libro, cuando Cercas viaja con su hijo hasta un campo de concentración alemán, intenta una respuesta a la impostura del abuelo:
«Ya ves este sitio, personas como tú y como yo muriendo aquí a millares, igual que perros, de la forma más asquerosa y más indigna posible. ¡Qué horror!», escribe Cercas, «y Marco cogió todo eso y lo usó para ligar y para salir en la foto».
El impostor
Javier Cercas
Random House, 2015
420 p. — Ref. $15.000