Este sábado 7 Javiera Mena se presentará, a tablero vuelto, en la Blondie. Para celebrarla, publicamos esta entrevista que le hiciera en octubre, con motivo del estreno de Nocturna, su más acérrimo fan: el poeta Felipe Cussen.
Hace un tiempo realicé un descubrimiento filológico de la mayor importancia para la historia de la literatura y la música universal. Estaba investigando sobre el gran trovador provenzal Bernart de Ventadorn, que vivió en el siglo XII, y encontré este verso que da inicio a una de sus composiciones: “A! tantas bonas chansos”, que podría traducirse del occitano como “¡Ah! tantas canciones buenas”. Allí saltó la chispa y, por supuesto, recordé el memorable verso de Javiera Mena en “Sol de invierno”: “tantas canciones buenas”.
El contexto en ambos casos es distinto: Bernart se jacta de que ha compuesto muchas canciones buenas pensando en su amada, mientras que Javiera recuerda a su amada a través de la radio con las canciones que escucha en la radio.
Dieciséis años después de Esquemas juveniles, y con numerosas y maravillosas composiciones a cuestas, se puede afirmar que es también la propia Javiera quien, como Bernart de Ventadorn, también podría jactarse de tener “tantas canciones buenas”.
Pero, además, la importancia de este coincidencia es que viene a confirmar lo que Javiera ya había dicho en varias ocasiones: que ella se concibe como una poeta melódica, como una trovadora o, para utilizar el término exacto en provenzal, como una “trobairitz”.
La importancia del vínculo de Javiera con la cultura medieval ya había sido destacada desde los señeros estudios de Jimena Castro hasta una estupenda entrevista con Javiera Espinosa. Fue por ese motivo que el curso de Magíster que dicté el semestre recién pasado, titulado “Problemas medievales contemporáneos”, se inició con su canción “Otra era”, como una invitación a pensar desde hoy otros pasados, y quizás otros futuros posibles.
Cada vez, sin embargo, es más difícil hablar de futuros posibles, más aún tras el negro mes de septiembre, cuando mascamos la derrota del plebiscito en que nuestra propia artista se la jugó al cantar: “Sólo te pido que apruebes”. Es por ello que en los días posteriores el lanzamiento de su nuevo disco, titulado Nocturna, se convirtió, paradojalmente, en mi única luz de esperanza, en mi última certeza. La poca energía que me quedaba la dediqué a apretar el botón de like a cada uno de los posts que anunciaban este lanzamiento. Y solo logré ponerme de pie cuando discurrí, una vez más, la posibilidad de encontrarme con ella gracias a la excusa de una entrevista para este prestigioso medio.
Un par de días antes de su concierto en el Teatro Coliseo fui a esperarla en el hall de un consorcio radiofónico internacional, por el que paseaban todo tipo de famosos, inclusive el mismo Don Francisco, que caminaba con la cabeza a punto de caérsele hacia adelante, igual que el otrora presidente Lagos. Me costaba no distraerme con la presencia de tantos rostros, pero hice mi mejor esfuerzo (una amiga me diría después que me vio ese día pero que no se atrevió a hablarme porque tenía demasiada cara de concentrado).
Me presenté, entonces, en óptimas condiciones ante Javiera. Sabía que contaba con un tiempo limitado, el que se hizo más breve tras varios minutos de balbuceos de mi parte y una ceremonia oficial de entrega de regalos. Luego recordamos que nuestra última conversación fue para un Live de Instagram a comienzos de la pandemia, para el lanzamiento de “Flashback”, cuando traicioné mi histórica fidelidad a Paniko para hacerme el lindo con Pousta, y un impertinente espectador se refirió a mí como “ese señor”… Pero basta de recovecos, hay que iniciar la conversación.
Si bien tú misma, y la prensa también, han enfatizado las líneas de continuidad entre este disco con los anteriores, hay elementos del proceso y de la forma de armarlo que fueron distintos, como la pandemia y el hecho de que estuvieras yendo y viniendo desde Madrid a Chile. Pero algo que me llamó mucho la atención fue que casi todas las canciones fueron hechas en colaboración, y esa es una diferencia bien notoria respecto a los discos anteriores, en que prácticamente todas eran escritas cien por ciento por ti. Quería preguntarte primero por esa decisión, o cómo se fue dando.
Sí, fue por las ganas de evolucionar, me aburrió un poco componer sola. Hay canciones como “Culpa”, que hice yo sola, y en algunas Pablo [Stipicic] aparece como autor pero en realidad es porque era también productor. El grueso de las canciones son mías pero pedí colaboraciones específicas, como: “ayúdame con esta estrofa que suena demasiado etérea, necesito algo más mundano”. Otras, como “Isla de Lesbos” sí la compusimos los tres con unos compositores mexicanos. Pero fue por las ganas de evolucionar y de no repetirme, de encontrar nuevas mentes creativas, y también porque me empecé a sentir como atrapada, porque a veces puede ser muy lento, muy solitario. Es más fresco componer con otros, me encanta, lo encuentro súper divertido y es más rápido también.
¿Y cómo funciona, son sesiones en que se juntan, o se van enviando cosas?
Pueden ser sesiones en el piano o el computador, o de repente yo tenía la base de una canción e invitaba a una amiga.
¿Y estas colaboraciones tenían que ver más con la música o con la letra?
Más con las letras, y a veces ni siquiera las melodías. Por ejemplo con Leticia [Sala] en “Sombra” escribíamos directamente en el documento en Word, o por Whatsapp, ni siquiera nos vimos. Ella es autora, es poeta también, muy buena.
A pesar de todas estas colaboraciones, creo que en términos de organicidad sigue siendo claramente un disco de Javiera Mena. No se disparó en direcciones distintas, sino que se siente que lo tenías todo muy claro.
Sí, es que íbamos como avión, la verdad, porque con Pablo tenemos los mismos referentes, somos del mismo año, se dio un buen mix ahí, un match. Encontré un partner brígido pa este disco.
¿Habían trabajado juntos antes?
No, lo conocí por Gianluca, para el Yin Yang. Y a él le gusta mucho Blade Runner, lo teníamos mucho en mente, todo lo de los ’80, entonces se dio muy bien.
Has hablado harto que hay muchos vínculos con Sade, George Michael…
“Adult Contemporary”…
¡Claro! Ésa era la música que escuchaba cuando chico, la Infinita, la Horizonte, radios más para papás… En canciones como “Debilidad” se muestra muy bien esa parte, que quizás es lo más distintivo del nuevo disco.
Es que antes lo trataba de hacer, pero no me funcionaba tanto. Pero ahora creo que tengo las herramientas, puedo ocupar más mi voz, antes no sabía cantar tan bien. En Esquemas juveniles yo trataba de cantar así, comunicándome, con un toque más soul.
Sí, ése era un soul más casero…
Más indie, “indie soul”…
En eso aporta bastante que hayan más instrumentos acústicos, incluso hay un arpa, y vuelven a haber instrumentos de viento. Desde las flautas dulces en Primeras composiciones que no habían vientos.
Sí po, verdad. Los vientos me encantan. Y de hecho los incorporé al vivo, además.
[Mi corazón de flautista dulce comienza a fantasear…]
Aunque hay hartas programaciones, igual hay canciones que son más con guitarra y bajo.
Eso fue para darle vida más allá de las máquinas al disco, y porque las canciones lo pedían, pedían un bajo real, más tocado, o un solo de saxo. Y trajimos al Klaus [Brantmayer], que toca en Newen Afrobeat, y es seco.
Me gustó porque son líneas de saxo o de flauta que no son muy típicas, tienen una personalidad especial. No es Kenny G…
Algunos momentos son Kenny G, unos poquitos, jaja, pero es un sonido más de acá, un saxo chileno. Yo creo que de ahora en adelante voy a seguir en esta dirección, incluso sumar batería real, pero siempre con un sonido electrónico, como Yellow Magic Orchestra, por ejemplo.
[El tiempo va pasando y se me traspapelan las preguntas; se me olvida, por ejemplo, comentar su experiencia en el prestigioso Benidorm Fest.]
Éste es tu quinto o sexto disco…
Si contamos el de Prissa es el séptimo. Tengo muchos temas.
[¡Tantas canciones buenas!]
Sí, y por lo mismo se me iban armando en la cabeza algunos grupos de canciones, “Corazón astral” e “Isla de Lesbos” me sonaban con “La joya”, “Culpa” tiene un rol parecido al de “Espada”…
O también “Sufrir”.
Claro, es interesante cómo estas nuevas canciones se van atrayendo unas a otras, y uno puede ver que en tu repertorio ya hay ciertas zonas. ¿Cómo lo ves tú?
Sí, es interesante. Uno siempre trata de evolucionar y de ir cambiando. Igual hay bandas como los Ramones o Metallica que hacen como una sola canción, y está bueno eso también, pero también hay artistas que quieren cambiar demasiado y tratar de no repetirse, y se pierde mucho. Entonces yo trato de encontrar un equilibrio entre los dos, de ir evolucionando en mi sonido, ir perfeccionándolo y dándole nueva vida, dentro de lo que pueda. Porque es lo que me gusta hacer a mí, yo vibro con este tipo de música. Y también a nivel de letras he ido evolucionando.
En “Isla de Lesbos” es muy entretenido eso que decías que le cantabas a una señora de 48 años, a una “soa”.
Una “soa” casada, para que se libere.
Y “Peligrosa” me sonaba como a “La chica de humo”, de Emmanuel.
De más, sí.
Es choro eso de ir jugando con otros targets, con otros oídos en mente, y que te puedan escuchar las “soas”.
Sí po, otras edades también. Siento que el pop está dedicado solo a la gente joven, como que todo el mundo quiere llegar a ese público, porque es el que vende. Creo que hay que ampliar el espectro, y eso también tienen que ver con el feminismo, yo creo, porque para mí el lugar más feminista que puede haber es hablarle a la señora. La gente puede creer que es un insulto que te digan “señora”, y yo aquí estoy engrandeciendo a la señora. A mí cuando me dicen señora no me molesta, yo feliz. Soy una señora.
[Ahora ya no me siento tan avergonzado que me hayan tratado de “señor”. Y ya tengo 48 años…]
Sobre lo que mencionabas del feminismo, si bien el disco tiene partes más explícitas como “Isla de Lesbos”, donde quizás has tenido un cambio más notorio ha sido como figura pública, en términos de activismo, que te has expuesto más que antes. Sé que te lo han preguntado antes, y has dicho que tiene que ver con el estallido, con la pandemia, pero quisiera saber cómo decides qué de ese sentimiento o de esa expresión política queda en una canción o no. Porque es un rango difícil; igual hay canciones de protesta que son muy buenas, pero lo tuyo funciona más bien en otro lado.
Yo creo que mi música no tiene nada de protesta, no va por ahí… Me encanta escuchar a Los Prisioneros y “Por qué los ricos tienen derecho a pasarlo tan bien”, súper directo, pero con las letras yo voy buscando lo que me empieza a resonar, y al final todo termina resonando en algo muy erótico y romántico, ¿cachai? Es más de los espacios que se habitan en las noches de estos estallidos, de estas pandemias, por ahí iba. Yo decía que es un disco que se gestó en el estallido social porque de repente se me derrumbó todo, mi país, muchas otras cosas, me separé también… Todas esas cosas desencadenaron en un disco bien pasional, porque también era como renacer, como fuego. El fuego que destruye todo es el mismo fuego de la la pasión también.
Como experta en símbolos, sabes que en todas las culturas los símbolos tienen muchas facetas y dependen de distintos contextos, no funcionan de manera unidimensional.
Sí, totalmente, la energía de la pasión está en un lado neurótico, en un lado sabio, en el sexo, en querer viajar, en la música, muchas cosas, entonces ese fuego es el que tiene “Nocturna”.
Hay una canción que encuentro que capta muy bien esa dimensión fantasmal que tenía la pandemia, es la penúltima, “Sincronización”.
Esa es la más pandémica.
Yo creo que, en veinte años más, cuando quieras mostrarle a alguien qué fue la pandemia, vas a mostrar esa canción. Porque habla, de bailar separados, a distancia, y al mismo tiempo habla de sincronización, que es justamente algo imposible a través de Zoom, donde siempre hay una latencia, hay interrupciones. Como que estamos conectados pero estamos solos, es muy fuerte.
Sí, para mí también es emblemática del disco, es la única canción más vulnerable. Lo demás es más winner, y esta es la vulnerabilidad, también es de mis favoritas, una canción súper mía, súper íntima. Para mí es el himno de la pandemia esa canción. Y mucha gente que le gusta más la literatura me dice que le gusta también esa canción.
[Por un instante me siento como en “La belleza de pensar”.]
En las portadas de todos tus discos aparece tu cara, modificada de distintas maneras.
Siempre las hace Alejandro Ros, hasta que me muera.
Me gustó mucho la variación en éste, porque es medio pixelado, como una pantalla LED o las luces de la ciudad, parpadeando. Es como la portada de la propuesta de Constitución, que aparecía Chile en puntitos, y Ximena Rincón decía que estaban dividiendo al país.
¡Verdad!
El disco va a salir también en físico, ¿no?
Sí, y hay una edición deluxe que tiene un holograma. Igual es necesario que salga así, porque la gente compra discos, es un merchandising. Pero para mí el disco te pone en otro lugar, está súper lindo el arte, es más elegante, también te posiciona en las disquerías. No es lo de antes, pero igual siguen los discos. Vienen ahora las copias viajando en barco.
[Estoy contento que salga también en CD porque creo que soy el único que todavía escucha CDs.]
Así como le estás cantandos a las “soas”, también se ha ido sumando público juvenil e incluso infantil. Para terminar, quería preguntarte qué te ha llegado de esos cabros más jóvenes que están conociendo tu música recién, cómo enganchan.
Yo tengo muchos amigos más jóvenes también. Las nuevas generaciones me gustan, les tocó un mundo más difícil, igual, con menos oportunidades que en el que yo crecí. Hay un exceso de información, están muy sumergidos en la cosa virtual, y les tocó justo la pandemia en un momento de renacer, de despertar. Siento que conecto con ellos a través de los memes. Yo amo los memes, de hecho ya no veo series, me la paso viendo memes. Me hacen memes, esos de “tía maraca”, “couloona”, “hueco feliz”, y conecto un montón con ellos, hay un público tiktoker, también. Y les está gustando el Esquemas juveniles. Siento que mis discos han envejecido bien, los artistas lo sabemos, es un orgullo cuando empieza a pasar el tiempo y la gente joven empieza a valorar lo que has hecho, eso es mejor que un Grammy.
[Me consta: mi sobrina de 5 años se sabe de memoria “Corazón astral”. Antes de que Javiera parta veloz a su ensayo, le pido que grabe un saludo para ella: mis bonos como tío subirán notoriamente.]
El sábado 29 de octubre arribo puntual al Teatro Coliseo junto a un comité científico de excelencia, conformado por Ameba Docente, Megumi Andrade Kobayashi Ph.D., y Loreto Casanueva, directora del Museo de Tacitas. Otras integrantes de nuestra facción de Menamorados se ausentaron por diversos motivos, todos muy atendibles: la adorada Marcela se encontraba representando a La oficina de la nada en tierras mexicanas, Montse iniciaba una romería peronista en Argentina y Rachel proseguía sus investigaciones ontológicas en Berlín. Con todas ellas conformamos un grupo de Whatsapp titulado “Entusiasmo”, en el cual analizamos en detalle todas las novedades de La Joya.
Javiera entra al show con una chaqueta talla XL, como un eco rosado y dorado de David Byrne en “Stop Making Sense”: una hipérbole de ese look de ejecutiva joven que luce recientemente, de acuerdo a lo apuntado por la adorada Marcela. Derrocha confianza y alegría.
Yo sólo derrocho lágrimas de emoción apenas comienza a cantar. Antes me jactaba de ser un poeta sin sentimientos, pero ya no puedo ocultarlo más: los años me han convertido en un poeta impúdicamente sentimental, que llora en privado y en público ante la menor provocación.
Disfruto mucho del nuevo espíritu que anima sus canciones antiguas y recientes, en especial el aporte del saxofonista y flautista, que lleva a cabo todo tipo de cabriolas sensuales. En mi condición de apóstol de la incomprendida flauta dulce, siento una envidia feroz por su incontestable talento y por la enorme suerte que tiene de poder sumar la fuerza de los vientos a estas hermosas canciones.
Sólo un detalle me consuela. El día de la entrevista, Javiera comentó que le faltaba un transformador para uno de sus sintetizadores y resultó que justo tenía el mismo en mi casa. Ahora, me digo, mi transformador está en el escenario aportando con su energía un granito de arena al éxito de esta inigualable jornada. Quizás ese transformador sea lo más cerca que estaré nunca de tocar junto a mi ídola.
“Pare de sufrir”, escucho súbitamente en mi mente. Se trata, sin duda, de un consejo fantasmal de la Iglesia Universal del Reino de Dios que alguna vez funcionó en este mismo edificio. Lo entiendo como una invitación sensata a dejar de pensar banalidades y volver a sumarme al enfervorizado coro que acompaña este ritual.
El final del concierto me trae de vuelta a la dimensión terrenal. Observo a muchos famosos acercándose a saludar al camerino. Corro para retratarme en una selfie con Julio César Rodríguez. Luego me pierdo y me vuelvo a encontrar con mis amigas para comenzar nuevas aventuras. Pero antes de salir del templo me persigno y agradezco al Altísimo que se manifestó y se seguirá manifestando a través de su profetisa Javiera, con tantas canciones buenas.