John Waters: memoria trash

por · Marzo de 2013

John Waters ha hecho del mal gusto una carrera, y por qué no, una forma de vida. El “sultán de la sordidez” publicó en 2012 “Mis modelos de conducta” tras años de silencio cinematográfico y editorial.

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Si vas a la casa de alguien y no tiene libros, no te lo tires.
John Waters

John Waters ha hecho del mal gusto una carrera, y por qué no, una forma de vida. Adorado y aborrecido en partes iguales, el padre de las joyas más brillantes del cine basura contemporáneo (Pink Flammingos, Hairspray y Polyester) vuelve a la carga luego de años de silencio cinematográfico y editorial, esta vez para rendir tributo a sus héroes personales en un compendio de perfiles íntimos titulado Mis modelos de conducta (2012).

ModelosEl libro, disponible en Chile gracias a la distribución de Cuarto Propio, presenta una galería de personajes que solo alguien como «el Pontífice del trash», como lo llamó William Burroughs, podría admirar: genios como Tennessee Williams y Little Richard cohabitan en las mismas páginas con strippers lesbianas de su Baltimore natal, pornógrafos amateurs y —era que no— miembros de la familia Manson.

Mis modelos de conducta sirve no solo para apaciguar el voraz apetito de los admiradores de Waters. La gracia de este breve y personalísimo libro, que funciona como canon alternativo, es el llamado a reflexionar sobre los aportes que personajes poco probables pueden hacer a la cultura —escapando de las expresiones artísticas más convencionales— y a la sociedad desde sus márgenes, o simplemente fuera de ella.

Los perfiles, siempre escritos en primera persona, son nutridos por entrevistas a los aludidos, astutas observaciones y pasajes de su historia personal, por lo que Mis modelos de conducta sutilmente se transforma en un relato autobiográfico no lineal que narra sus inicios haciendo películas caseras, su presente como ciudadano modelo —inclusive curador de retrospectivas en el MoMa— hasta su futuro (o el futuro que, al menos, espera) como líder de culto, su “ocupación definitiva” —como señala un el hilarante capítulo-manifiesto final.

Los humores que atraviesa el libro son variados: desde la delirante devoción profesada por artistas del porno, como Bobby García o el cantante Johnny Manthis, hasta la sincera y tierna compasión presente en textos como los dedicados a Leslie Van Houten, que nos muestran a un Waters consternado por las falencias del sistema penitenciario norteamericano, que por más de cuarenta años ha mantenido cautiva a su amiga —evidentemente rehabilitada— por un crimen cometido producto de la inmadurez y la perturbación.

Waters, por mucho que él nos quiera hacer creer, está lejos de ser una caricatura. El autodenominado “Sultán de la sordidez” esconde detrás de su indecorosa y excesiva obra fílmica, a un hombre con genuinas y profundas inquietudes artísticas, a un articulado defensor de las libertades civiles y a un refinado comentarista social, insólito como los personajes de sus películas y capaz de hacer sonrojar hasta al Marqués de Sade, pero al fin y al cabo, un modelo de conducta.

John Waters: memoria trash

Sobre el autor:

Francisco Yávar (@cortapescuezo).

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