«Ha sido un largo camino, pero no me he dado ni cuenta. La verdad es que partí hace diez años haciendo música en mi pieza» dijo Gepe en su debut en Viña.
Afuera es alta noche y Carlos Vives desaparece en el televisor. ¿Qué lleva el acordeonista en su morral? La pausa comercial es eterna y la señal de Chilevisión se queda por fin con los animadores de Viña.
«Una Quinta que espera al artista nacional», anuncia Araneda, gritando como de costumbre. «A un talentoso, a un arquitecto… de grandes canciones», completa De Moras. Son más de las 2 de la madrugada y suena la música de una nave espacial. DJ DeMentira da la introducción a “En la naturaleza (4-3-2-1-0)”, un tema compuesto por Gepe en el silencio del lago Llanquihue, sin ningún tipo de conexión y rodeado de murciélagos.
En segundos, como una bandada en pleno vuelo, doce bailarines sacados de La Tirana.
Entre medio —de negro ceñido y chaqueta con detalles—, el debut de Gepe en la Quinta Vergara.
Una escena del documental Al Unísono (González y Muñoz, 2007) parece anticipar este momento. Gepe todavía no es Gepe sino el baterista de Taller Dejao, dejando la pelotera en un show en El Living. «Era como un carnaval, casi nortino», describe la escena David Ponce, periodista y crítico musical.
Es lo que suena ahora en Viña. Plano general y pop efervescente. Está esa mentalidad festiva y colorista mezclada con folclore andino. Están ahí Chinchín Tirapié, Lakitas San Lorenzo, los bronces robados de las diabladas.
Ahora Gepe queda al centro, cantando, como un héroe solitario. Los bailarines lo rodean y forman una gran ronda. Pedropiedra, que alguna vez fue su roomie, aparece para cantar su parte del single que presentó al disco GP (2012).
La transmisión se pierde en el colorido del baile.
Diciembre.
Mañana es navidad y Yeimy guía el ensayo de una coreografía. El espacio es de madera, la luz es natural, un ventilador apaga el calor. Las chicas agitan sus cuerpos al ritmo de “Alfabeto”.
Yeimy es Yeimy Navarro, la bailarina y coreógrafa que parece perpetuarse en los shows de Gepe como ese pacto entre Los Jaivas y Gigi Caciuleanu, al frente del BANCH, en la obra París-Santiago. O la dupla de Isidora Zegers y Bernardita Villarroel, cuando Álex Anwandter se hacía llamar Odisea después de liquidar Teleradio Donoso.
Ella es la responsable de cada movimiento aquí. De cada paso de baile que mostrarán allá, en Viña.
Hay algunas certezas sobre Gepe.
Que es zurdo y toca la guitarra acústica con cinco cuerdas. Que su nombre lo sacó de una caja de diapositivas belgas. Que lo pasaban por Perdidos en el espacio y Super45 hace una década. Que tocaba en cualquier lugar con David Ponce, el William Miller de la época, en primera fila. Cuando Vía X ponía videoclips chilenos todo el día. Cuando Villouta no era musculoso y hacía El Interruptor, con Carola Urrejola. Cuando la Sala Master era gravitante. Cuando pasaban cosas en El Living. Cuando la red social era Fotolog. Cuando no había tipos con celulares en los conciertos. Cuando su música iba de mano en mano por Kazaa y Soulseek. Multiplicándose.
Ahora lo acompañan Christiane Drapela sobre un Roland Juno y la estática Manuela Valdovinos en guitarra. La gente grita. Una secuencia lleva el orden del repertorio que, lo sabemos, es demasiadas cosas para mucha gente: resistido por la levedad de su pop sencillo o seguido por su pop colorido, porque trazó un nuevo camino para llegar desde la independencia a un escenario mainstream como Viña.
No está claro si fue un objetivo llegar acá, pero ha sido una década completa de trabajo a pulso. De locales que pagaban con cervezas. De cargar instrumentos. De aprender a hablar con una grabadora al frente. Del desprecio de otros músicos. Del reconocimiento más allá de las fronteras. Del compilado Panorama Neutral. De la gestión del sello Quemasucabeza. De productores poco profesionales. De los chantas. De acercarse a la música desde las artes plásticas, desde el diseño, desde lo autodidacta, intuitivo y curioso.
Termina el primer tema y aparecen el roadie y sonidista de Ases Falsos. Rápidamente, Gepe se cuelga la guitarra para hacer “Por la ventana”, del Audiovisión (2010). Su penúltimo disco apareció el mismo año en que explotó el pop chileno. Cuando se publicaron casi en paralelo Odisea de Anwandter, Mena de Javiera Mena y Música, gramática, gimnasia de Dënver. Un año antes del homónimo de Astro, Cripta y vida de Pedropiedra y Rebeldes del mismo Anwandter. Y un remezón que recuerda que este año hay réplica: será el turno de lo nuevo de Ases Falsos, Astro, Mena y, al parecer, nuevamente, Anwandter.
Sabemos que empezó como baterista. Que tuvo una a los cinco años. Que cuando la tomó en serio fue inspirado por el solo de “Soul sacrifice” de Santana en Woodstock. Que armaba grupos escolares —como Bacinica— y los desarmaba. Que le gustan los números primos. Que se tatuó el 3 y el 5 en su mano izquierda.
Ahora corre hasta su batería para hacer “Con un solo zapato no se puede caminar”. Otro tema de GP. El que lo tuvo en una gigantografía de Foster en plena Alameda. Girando por festivales como Pulsar y Lollapalooza Chile en Santiago, el Rockódromo en Valparaíso y la Feria del Libro en Guadalajara. Además del South by South West en Austin y el Festival del Huaso en Olmué.
Todo en menos de medio año.
En algún momento canta: «leímos los mismos libros tú y yo», y la cámara lo muestra apuntando a su novia platinada entre el público.
Parece que la felicidad, que le hizo tan mal a Fito Páez, tiene a Gepe en este lugar.
Y la gente grita.
Y la presentación, para cualquiera que lo haya visto en un escenario pequeño, cuando se tropezaba con las palabras y la timidez, pone los pelos de punta.
Y dura 50 minutos.
Los trajes altiplánicos se toman el centro del escenario, «emo andino», grita apenas parte “Libre”, y Gepe canta. Cierra los ojos desde la batería, atrás, y entre la oscuridad se concentra en su voz. Paloma San Basilio mueve la cabeza sentada. No sabemos si Máximo Menem se sabe estas canciones. Ahora vuelve al frente y se cuelga la guitarra que tiene un sticker con su nombre artístico.
«Con “Fruta y té” me di cuenta que había que hacer canciones con cosas de verdad, con cosas que a uno le pasen, nada de andar inventando», dice, y Drapela abraza un acordeón Hohner y hace las segundas voces y Gepe presenta a su banda y le agradece a la alcaldesa por estar acá.
Todo parece meticulosamente ensayado.
No hay palabras de más.
Sí nervios.
Llega “Un día ayer” y las pantallas muestran una imagen suya, de varios años antes, junto a Javiera Mena. Alguna vez Gepe fue su baterista. «Preciosa, preciosa», aparece cantando Mena con sombrero y pantalón negro apretadísimo. El director Álex Hernández la rodea en picado. El momento no es perfecto —la cantante parece nerviosa— pero es historia. Como una postal de la década pasada. De cuando hacían juntos “Sol de invierno” de ella, o “Lienza” de él. Ahora él toca la guitarra y ella baila sola. Cantan. La canción termina con un abrazo y Mena perdiéndose en un rincón del escenario.
«”Bacán tu casa”, Viña. Bacán tu cara. Bacán hoy», dice Gepe desde la batería. Se ve risueño, en un trance contento, mientras las visuales anuncian un hashtag. Parece haber entrado en un estado de comodidad, porque las canciones no se acaban, porque los parlantes del televisor devuelven el coro de la gente en Viña.
«Prometió una fiesta y eso es lo que nos trajo», interrumpe ahora De Moras.
«Cantando, tocando guitarra, tocando la batería, haciendo un bacán show», improvisa Araneda y aparecen las antorchas.
Gepe las toma y sonríe.
Sigue el juego televisivo.
Gepe está sin chaqueta. «Les quiero decir algo esta noche», dice. «Ahora te voy a poner a gozar», le responde una voz sampleada. Yeimy, la bailarina principal, baila sola, cerca suyo, sensual. Suena “Hoy día la fiesta”. La Quinta se entrega al baile, a estos relatos que a veces se quedan en la estética, en palabras bonitas que dicen poco y nada, a ratos sobre relaciones que no fueron, a veces sobre objetos místicos o países desconocidos. «Estudiar, trabajar, muchas cosas que pagar, pero si salimos juntos lo podemos olvidar», dice en esta canción inédita en su discografía.
«Ahora voy a presentar a alguien del grupo más importante de Chile, Los Jaivas. Ella es Juanita Parra». Las bailarinas entran y agitan sus caderas, Valdovinos se pasa al teclado, Drapela al charango. Gepe se pone delante del escenario y canta “Alfabeto”. Juanita Parra golpea su Gretsch y parece camuflarse con el huayno de “Mambo de Machaguay”. De repente ella y Gepe están sentados en dos baterías distintas y sigue “Bomba chaya”, dice él, «dedicada a tres musas: Margot Loyola, Gabriela Pizarro, Violeta Parra».
Vuela el confeti.
Parece que el fan de Jim O’Rourke, Sonic Youth y Tobías Alcayota ganó.
Que el auditor de Folclor sin fronteras de Radio USACH está haciendo lo que quiere y siempre quiso.
Da la impresión que esto que algunos vemos por televisión es un final feliz. Que esa convicción de tocar poco y nada, de jugar con dos o tres acordes por canción, de usar palabras muy visuales, de usar más secuencias que instrumentos, resulta.
Hace tiempo que Gepe quiere verlos bailar a todos. Como ser un DJ que pone una pista y canta encima. Se le nota en sus últimas canciones. En lo que dice en sus entrevistas.
Ahora le entregan dos gaviotas. «Disfruta esto», le dice la animadora.
Gepe se sienta en la batería y habla largo.
—Ha sido un largo camino, pero no me he dado ni cuenta. La verdad es que partí hace diez años haciendo música en mi pieza, con una guitarra con dos cuerdas, después le puse cuatro, después cinco. Después llamé a un amigo para que tocara conmigo y no le dije a nadie hasta que saqué un disco. Seguí sin decirle a nadie y saqué un siguiente disco. Se enteró un poco más de gente. Después otro disco, otro disco y hasta salí fuera de Chile. Fui a Argentina, México, Europa, qué se yo. La verdad es que ha sido un lindo camino. Siento, en este escenario, que estoy representando a todos los artistas independientes de Chile. Estuvo Javiera (Mena), estuvo Pedro (Subercaseaux), a Álex Anwandter, Astro, Ases Falsos, Fernando Milagros. Estoy muy contento, gracias por haberme invitado.
Emociona.
No tanto por él, sino por lo que significa.
«Grande conchatumadre», tuitea en ese momento el productor y músico Cristián Heyne.
La confirmación de una generación armada de sintetizadores y plug-ins parece la derrota del indie de guitarras.
Sigue “Platina”, «un emo andino» con guiño a “Cuando pase el temblor” de Soda Stereo: «estoy/ caminando entre las piedras/ hasta sentir el temblor/ en mis piernas», canta Gepe a cuatro años exactos del 27F para cerrar después, ya sobre el final, con “Celosía” y la cita al Jorge González del Corazones: «suena el teléfono y yo sé quién eres/ quieres encontrarme en alguna esquina».
¿Será como los humoristas que triunfan? ¿Sumará fechas en discotecas y eventos de empresas, apariciones en matinales, el prime time de la Teletón o algún comercial ingenuo? La certeza es que Gepe abrió un camino, un tanto en la lógica del hazlo tú mismo, distinto al que había hasta hace unos años. Parece el primero de su generación de músicos independientes en este escenario. Que se lleva todo aunque signifique poco. Que corona una década de carrera sin radios ni sellos multinacionales. Sin payola ni rankings inflados por artistas que compran sus propios discos. Que se graduó de independiente.