Ex boxeador y camionero, León Bolaño es el padre del autor de Los detectives salvajes. Desde México, donde se radicó en 1968, narra el reencuentro en Madrid en 2001, tras dos décadas sin verse ni hablar, y asegura que le heredó «la firmeza» de carácter.
Ex boxeador y camionero, León Bolaño es el fallecido padre del autor de Los detectives salvajes. Desde México, donde se radicó en 1968, narra el reencuentro en Madrid en 2001, tras dos décadas sin verse ni hablar, y asegura que le heredó ‘la firmeza’ de carácter en esta entrevista que cumple una década.
“Útimos atardeceres sobre la Tierra” se titula el cuento y es de los mejores de Roberto Bolaño. Parte así: «B y el padre de B salen de vacaciones a Acapulco (…). El coche del padre de B es un Ford Mustang del 70. A las seis y media de la mañana suben al coche y comienzan a salir de la ciudad. La ciudad es México Distrito Federal, y el año en que B y su padre abandonan el DF por unas cortas vacaciones es el año de 1975».
El cuento narra las últimas vacaciones que B y su padre pasaron juntos. Y —como toda la obra de Bolaño— es una mezcla de memoria y ficción.
Dos años después de ese viaje, Bolaño —o B— partió a Europa. Recorrió Francia y el norte de África. Se radicó en España y se convirtió en escritor. Veinte años más tarde recibió un telegrama desde México. «Comunícate urgente», decía, y llevaba un número telefónico.
B temió lo peor. Era de noche cuando marcó. «Bueeeno», respondieron del otro lado. «¡Papá! —exclamó—. Pensé que te habías muerto».
No es ficción: durante dos décadas Roberto Bolaño y su padre, León, no se vieron. Tampoco se hablaron. Bolaño publicó sus primeros libros, ganó premios, se hizo conocido en el continente… y su padre no tenía idea.
«La distancia y el trabajo lo absorben a uno», explica hoy León Bolaño. Ex boxeador y camionero, el padre de B reside en Querétaro, donde dirige la empresa de transportes El Chileno.
«No me enteré de sus libros hasta que unos parientes me dijeron y mi hijo León Enrique comenzó a sacar datos de Internet», cuenta a través del teléfono.
León Enrique es el mayor de los hijos del segundo matrimonio del señor Bolaño y, a diferencia de Roberto, se dedica a la política (fue secretario del Ayuntamiento de Querétaro por el PAN, el partido de Vicente Fox y Felipe Calderón, Presidente electo de México).
«León Enrique se puso en comunicación con Roberto. Me alegró mucho. Estuvimos conversando horas. Allá (en España) eran como las dos de la mañana», recuerda el patriarca del clan.
Su hijo León Enrique consiguió los libros de Roberto. Y don León empezó a leerlos. Y entre las páginas de Putas asesinas encontró el cuento de sus últimas vacaciones juntos. «Imagínate, paisano, me emocioné mucho, mucho. Fue así, igualito como él lo cuenta».
En la carretera
León Bolaño nació en Los Ángeles, Chile, hace 8o años. Entró a la marina, pero no era un tipo para seguir órdenes: «No me gustaba que me mandaran. Y me retiré». De todos modos, su paso por los grumetes no fue en vano: aprendió a boxear y fue campeón peso pesado en el sur. Después conoció a la profesora Victoria Ávalos y se casó.
En 1953 nació Roberto y un año después su hermana María Salomé. «Dejé el boxeo, compré un camión y nos fuimos a Valparaíso», relata.
Vivieron en Viña y Quilpué, donde el niño Bolaño jugaba a los vaqueros. Tenía un caballo, el Zafarrancho, que luego recordaría en el cuento “Últimos Atardeceres…”. «Era un caballo que traje de Magallanes —dice don León—. Fue una odisea, imagínate, paisano. En Quilpué teníamos una quinta y a Roberto le gustaba montar. El caballo era su regalón».
Por entonces el futuro novelista empezaba ya su vida aventurera, en el camión del papá. «Una vez íbamos de Valparaíso a La Serena y pasadito Calera se me reventó la bomba inyectora. Quedamos en medio de la nada. Era el año ’62 y el tránsito era muy difícil. Pero ahí las barajamos». El camión cargaba sacos de harina y, según don León, consiguieron que les hicieran pan en una casa del sector. «Sobrevivimos cuatro días hasta que llegó el mecánico».
La familia regresó a Los Ángeles y Roberto comenzó a revelar su carácter, atestigua el papá. «Era de los que contradecían a los maestros. Lo tenían entre ceja y ceja, jajajá. A veces íbamos a comprar víveres y él me decía ‘papá, mientras tú compras yo voy a ver libros’. Leía tanto… siempre fue así».
La pasión por la lectura, testimonia, era herencia Ávalos: «Su mamá era muy lectora, de ahí yo creo que le venía. Yo no, yo soy un hombre de acción». Y como tal, dice, le heredó otra cosa: «La firmeza. Mi hijo no se dejaba dominar por nadie».
En 1968 el clan partió a México. En el D.F. el matrimonio Bolaño Ávalos se separó y en 1973 Roberto viajó a Chile entusiasmado con la Unidad Popular. Pero llegó cuando el golpe era inminente. Fue detenido en Concepción y salió gracias a dos ex compañeros de liceo.
Mal de amor
De vuelta en México, Bolaño se dedicó de lleno a la literatura. «Llegaba de reuniones con amigos y empezaba a escribir, escribir y fumar», dice don León. A mediados de los 70, la familia se separó para siempre: Victoria Ávalos y María Salomé viajaron a España.
Por entonces Roberto estaba de novio con Lisa Johnson, una joven poeta norteamericana. «Vivieron juntos, pero la madre de ella los separó. ‘Qué ganas con un escritor que no tiene nada’, le decía. Quedó muy mal. No dormía, estaba muy enamorado y pensó matarse. Lo convencí de que matarse por una mujer es una pendejada».
Bolaño se marchó a Europa. Y el padre formó otra familia.
Llamadas telefónicas
Al principio, Roberto escribía a su papá, dice el hermanastro León Enrique. A veces, en el tiempo de mayor pobreza, le pedía dinero. «Pero una vez le pidió una cantidad fuerte y le dijo ‘como adelanto de mi herencia’. Y eso indignó a mi papá. ‘Este cabrón piensa que ya me voy a morir’, le dijo a mi mamá. Le mandó el dinero, pero nunca más le habló».
Y así pasaron 22 años. Hasta que León Enrique envió el cable a Blanes, el año 2000, y Roberto llamó a México. «Y toda la bronca quedó en el olvido».
Al año siguiente, Bolaño y su padre se reunieron en Madrid. Fue un encuentro lindo, recuerda don León. «Pero lo hallé demacrado. Se tomó como 20 pastillas en la comida. Quedó de venir a México, pero quería terminar la novela».
Por entonces Roberto trabajaba en 2666 y ya padecía la insuficiencia hepática que le produjo la muerte. León Enrique siguió en contacto con él por mail. «Yo le decía ‘por qué no vienes a ver a mi papá, quién sabe cuánto va a vivir’, y él me decía que tenía un viaje pendiente y que lo tenía suspendido por una cuestión de salud. Yo pensaba ‘no mames, cabrón, yo haría el viaje igual’. Nunca me platicó lo grave que estaba».
Su muerte los tomó por sorpresa: se enteraron por casualidad dos días después. Don León llamó a Blanes y Carolina López —la viuda— le dio la mala nueva. «Ay, este muchacho», dice hoy el padre. «Se mató por esa novela. Casi no dormía, era una obsesión. Me apena acordarme, paisano».
Pese a los años de separación, don León dice que Roberto era su orgullo. «Fue algo grande mi hijo. Lástima que la vida se le truncó tan pronto».
* Publicada originalmente en La Tercera, el sábado 7 de octubre de 2006.