La revolución fue televisada y no fue revolución

por · Abril de 2015

La escritora Liliana Colanzi revisa Por favor, rebobinar, de Alberto Fuguet, casi 20 años después de su primera lectura: «como entonces, me sobrecogió la atmósfera claustrofóbica y oscura de ese mundo que utilizaba la fiesta para camuflar la violencia».

Publicidad
rebobinar

A comienzos de 1999 viajé por primera vez a La Paz. Tenía diecisiete años y el pasaje era parte del premio de un concurso departamental de lenguaje para bachilleres. Nunca había viajado sola y la posibilidad de recorrer una ciudad por mi cuenta traía la promesa de un espacio en el que cualquier cosa podía suceder. Recuerdo que vi el videoclip de “Bolero falaz”, de Aterciopelados, en la habitación del hotel Sucre, lugar que algún día fue uno de los hoteles más importantes de La Paz y que, aunque no había vuelto a renovarse en muchos años y tenía algo desolado, conservaba el encanto de los grandes edificios antiguos. Recuerdo que salí a caminar bajo el aire delgado del altiplano, atravesado por palomas, y que entré a una librería por la Plaza del Estudiante. Recuerdo bien mis dos primeras compras: el álbum Y dónde están los ladrones, de Shakira, y la novela Por favor, rebobinar, de Alberto Fuguet. El nombre de Fuguet no me sonaba, pero me atrajo la portada con la cara de un joven gritando al vacío sobre el lema “the revolution will not be televised” (el título del poema-canción de Gil Scott-Heron, me enteré después). Recuerdo que recorrí El Prado escuchando en mi discman el álbum de Shakira, el último que realizaría antes de que la comprara Tommy Mottola y su música se convirtiera en estribillos lobotomizados y en exotismo tercermundista. Recuerdo que regresé al hotel y que pasé toda la noche leyendo Por favor, rebobinar con la intensidad con la que respondemos a los libros que nos interpelan directamente.

No siempre nos encontramos con el libro que está hablando de nuestra época y de nuestra generación. Leer a Kerouac a los veinte y leerlo a los cincuenta debe ser, por fuerza, una experiencia distinta: me pregunto si la energía vital de En el camino que me impulsó a salir a recorrer mi país en buses destartalados y a charlar con desconocidos me parecería ingenua en una relectura actual. Kerouac apelaba a mi juventud, pero no a mi época: el optimismo beat estaba totalmente fuera de lugar a principios del 2000, cuando llegó a mis manos. Por favor, rebobinar, en cambio, era el retrato de mi generación y de mi tiempo: los protagonistas eran chicos de clase media criados en la fiesta neoliberal, chicos enfiestados porque la fiesta era el tono de los ochenta, aunque no se supiera qué era lo que se celebraba y el sexo, las drogas y el ruido fueran paliativos para la angustia existencial.

La novela de Fuguet probaba que se puede ser decadente en plena juventud: sus protagonistas, casi todos veinteañeros que trabajaban de una u otra manera para una industria cultural ansiosa de carne nueva, vivían en permanente resaca moral a pesar de sus privilegios, o quizás precisamente por culpa de ellos. ¿Cuál era el motivo del malestar? La certeza de que cualquier gesto, incluso el de la desesperación, sería apropiado por el mercado —en este caso, el mercado de la cultura— y regurgitado en formato “cool” y masivo (Por favor, rebobinar remite a Menos que cero, de Bret Easton Ellis, pero también dialoga con Reality Bites, la película en la que Winona Ryder hace de una cineasta que quiere mostrar la confusión de su amigos a través de entrevistas, y que termina traicionando su proyecto por la propuesta de un canal de TV de convertirlo en un reality show). ¿Cómo evitar el proceso de banalización y farandulización del arte? La salida que encontraron algunos de los personajes de Fuguet fue la de la autodestrucción: ahí estaban Andoni Llovet, el modelo y escritor suicida, Pascal Barros, el rockstar elusivo, o Lucas García (mi personaje favorito), el nerd que incendió su casa y que, en otro gesto de protesta, le alteró la descripción a más de 30.000 películas de la cadena de videoclubs en la que trabajaba.

Las jóvenes promesas del mundo cultural no tenían amigos, sino fans; revelaban su intimidad a los periodistas, pero no eran capaces de mantener relaciones significativas con nadie; odiaban a sus padres, pero repetían sus errores. La desconexión como síntoma del capitalismo salvaje. Si bien la idea de un sistema de estrellato artístico me sonaba a ciencia ficción desde la precaria infraestructura cultural de Bolivia (mi ciudad apenas tiene librerías), la lógica exitista y corporativa y la sensación de fin de las utopías fue un marcador generacional siniestro para los que crecimos en los ochentas y noventas. A todos se nos prometió ser famosos por quince minutos si nos montábamos al modelo MTV. Algunos —poquísimos— como Shakira alcanzaron el sueño americano a costa de la propia canibalización; por lo general, la fantasía del artista latinoamericano globalizado fue otra de las mentiras del romance neoliberal.

No sé cómo será regresar a Kerouac, pero sí he vuelto a leer Por favor, rebobinar casi 20 años después de ese primer encuentro en La Paz, cuando aún no había incursionado en la edad adulta y el fin de milenio se aproximaba con sus resonancias apocalípticas. Como entonces, me sobrecogió la atmósfera claustrofóbica y oscura de ese mundo que utilizaba la fiesta para camuflar la violencia. Me sorprendió descubrir cuán vivos están todavía los personajes de Fuguet, la fuerza de esos capítulos escritos a manera de crónicas, entrevistas, cartas, guiones cinematográficos, y en los que el autor encuentra un lenguaje a medio camino entre la introspección del diario y el ojo omnipresente de los medios de comunicación para narrar una época. También me sorprendió el mensaje conservador en un libro sobre la rebeldía: los personajes se redimen reafirmándose en el terreno de los afectos, pero lo hacen regresando a la institución de la familia tradicional, esa que tanto detestaron (“Pensar que antes quería formar una banda. Ahora solo quiero formar una familia. Dios, cómo nos cambia la vida”, es la reflexión que cierra la novela). Y en estos tiempos de sensibilidad “millennial”, encontré algo extraña la uniformidad heterosexual de esos adolescentes en busca de nuevas experiencias. Entendí referencias que a mis diecisiete años se me escaparon (el 11 de septiembre, fecha del golpe militar de Pinochet, es el nombre de un trago en un bar de moda), y descubrí con alivio que el ethos retratado en el libro, ese que tenía al capitalismo como mecanismo redentor, ha dejado de ser una verdad incuestionable. No es fácil captar el aire de los tiempos, el zeitgeist; Por favor, rebobinar, es aquello que respiraban ciertas clases medias a fines del siglo pasado, el sueño del modelo neoliberal y también lo que no veían, la caída de ese sueño. Fuguet tuvo la oportunidad de asomarse a la fiesta y de transmitir el malestar de la época.

rebobinar2

Por favor, rebobinar
Alberto Fuguet
Alfaguara, 2014 (edición aniversario)
392 p. — Ref. $12.000

 
[GANA UNA COPIA] de Por favor, rebobinar, la segunda novela de Alberto Fuguet, en este concurso. ¿Cómo ganar? Postea en nuestro módulo de comentarios, ubicado más abajo, a qué película le alterarías su descripción y qué pondrías allí, al mejor estilo de Lucas García, uno de los personajes de la novela. El ganador aparecerá tras el sorteo en este mismo post.

GANADOR:
-Marco Delgado (instrucciones vía correo-e).

La revolución fue televisada y no fue revolución

Sobre el autor:

Liliana Colanzi (@lilianacolanzi) es escritora. Ha publicado los libros de relatos Vacaciones permanentes (Tropo Editores) y La ola (Montacerdos).

Comentarios