Las listas son el crack de la cultura escrita, el doggis del periodismo: basura barata y adictiva, una mancha cultural de esta generación.
1. Esto se va a parecer mucho a cuando un rehabilitado, en un tono evangélico, con la camisa dentro y lleno de moralismo, demoniza a las drogas que lo mantuvieron hundido en la más profunda decadencia, sin amigos ni familia. Porque aquí escribe un rehabilitado del consumo de listas, alguien que consiguió despegarse de esa pasta base mejor conocida como buzzfeed. Un sobreviviente, que se contiene estoico ante las irresistibles tentaciones —como “Los 7 videos más prohibidos de Vale Roth” o “Los 10 secretos mejor guardados para tonificar tu abdomen”— que aparecen incansablemente en su inicio del facebook.
2. Al principio, como cualquier vicio, parecía divertido. Decoradas con chistosos gifs, entonadas con buenas descripciones, las listas se veían como una genial manera de hablar de cualquier cosa. “20 razones por las que en el fondo todos somos Monica Geller”. “52 datos económicos que te volarán la cabeza”. “12 formas en las que tu perro te hace una mejor persona”. Títulos completamente imbéciles pero muy atractivos, cuya clave, además, era el número, su finitud.
3. ¿No les pasa que, navegando por Internet o sacando la vuelta, llegan a un link realmente interesante, un reportaje o un ensayo o una columna que con certeza les hará saber algo que no conocían, o les dejará pensando en algo que no habían tenido en cuenta, pero es tan largo o tiene la letra tan chica o no viene con ninguna foto que, ante el largo tiempo que supuestamente les tomaría leerlo, prefieren dejarlo para más tarde —y ese más tarde nunca llega?
4. Las listas, en cambio, con ese número que las cierra, entregan la dosis de limitación necesaria para dedicarle el tiempo muerto que, se supone, no nos sobra. «Sí, tengo un minutito para revisar los 38 atributos que seguramente no conocía de las bolsas ziploc. ¿De leer una breve investigación en Ciper? Oh no, tengo muchas cosas que hacer».
5. Así, de una lista uno pasa a la otra, y aunque el resultado hayan sido apenas un par de sonrisas, la imposibilidad de no hacerles clic se transforma en un serio problema. Como con casi cualquier otra droga, la volada dura menos que la desilusión que le sigue, y lo que aparece después es una consistente angustia por encontrar una lista que le haga honor a su título calentón y que consiga esa diversión prometida, tan fácil al comienzo, tan esquiva por ahora.
6. Como dice este artículo del Guardian, el problema de las listas es que no son historias. Sus títulos excitan, su contenido puede ser risible o tierno o suficientemente pornográfico, pero no nos cuentan nada. Carecen de la emotividad, de la fuerza o singularidad de un relato, y por lo mismo, aunque sean muy populares, las listas son completamente desechables.
7. Son efectivas, de eso no hay duda. Dios, sin ir más lejos, y como ese mismo artículo lo señala, ocupó una lista para ordenar a sus creyentes. Los 10 mandamientos. Así como creó el día y la noche, los animales y las montañas, también hizo el primer post de buzzfeed.
8. De cualquier manera, valen callampa. Su proliferación, operada por periodistas flojos o falsos gurúes de la web, nos hace más tontos como lectores. Aunque para Umberto Eco las listas sean «el origen de la cultura: no la destruyen, la crean», para mí son el crack de la cultura escrita, el doggis del periodismo. Basura barata y adictiva, de fácil producción y acceso, que aparece como la panacea para los portales, que hace brillar los números de los editores digitales, pero que, finalmente, será una mancha cultural que le pesará a esta generación, tal como antes lo hizo Mekano y Sábados Gigantes.