Liceo 7: Día de limpieza

por · Noviembre de 2014

En medio de una de las recientes revoluciones estudiantiles, la esquina de Providencia con Pedro de Valdivia era uno de tantos recordatorios de que algo importante estaba ocurriendo con los más jóvenes.

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Era una de las recientes revoluciones estudiantiles en Chile, que nos atravesó por más desinformados que estuviéramos. El Liceo 7 quedaba a mi paso un día, y entré por la buena voluntad de las chicas, quienes conversaron conmigo y me dejaron husmear de sala en sala durante alrededor de dos meses. La esquina de Providencia con Pedro de Valdivia era uno de tantos recordatorios de que algo importante estaba ocurriendo con los más jóvenes. Nada nuevo bajo el sol, pero sí había cobrado incuestionable fuerza, desestabilizándonos aparentemente a todos.

VI

Hoy es día de la limpieza, así que el liceo está lleno de alumnas, algunos chicos y uno que otro papá o mamá. Se ven cubetas con agua enjabonada, escobas y traperos pero no se ve a nadie limpiando. Alrededor hay muchas chicas sentadas que conversan y se ríen a carcajadas. Es un día muy caluroso, faltan diez minutos para las dos. Unas en las casitas hablan de la primera comunión, los pecados capitales y qué opinan sobre ellos. Todas confiesan tener el mal de la pereza. Una habla de su hermana que no se altera con nada, es rara esa hueona, dice, y luego en el mismo tono recuerda que el cantante de Calle 13 tenía una polera que decía educación pública gratuita.

También se cuentan cómo sucedieron las cosas. Es una historia a la que, por un motivo u otro, vuelven, como si repasaran en la memoria lo que el tiempo mismo pareciera estar borrando.

Una chica rubia de piercings dice que de verdad pocas sabían porqué era esto. Tenía miedo a los desalojos porque estaban brutales los carabineros, estoy muy afectada con lo que puede pasar hoy. Un tiempo tuve problemas con mi familia porque los estaba dejando de lado. Empecé a hacer tratos para quedarme. Mis papás trabajan y mi hermano chico tiene trece años y está en el Lastarria pero él solo quieres jugar playstation. Mi papá era muy revolucionario y mi mamá de oposición. Ahora yo los mantengo informados, para comenzar a conocer, aprender que no todo lo que dicen los medios es cierto. Salgo a hablar con la gente para explicarles que no tomamos los liceos para destruirlos, que no vamos a las marchas para tirar piedras. Con las movilizaciones habían más personas que sabían, ahora se está debilitando pero igual la gente apoya. No es fácil vivir en el liceo, yo que sí me quedo a dormir, tienes que pensar en todas las que están aquí. Hay una familia que se forma, otras realidades a las que te tienes que abrir, hay niñas que las echan en mala de sus casas y llegan y te lo cuentan. Esas experiencias unen. El liceo te acoge, le tomas un sentimiento al espacio físico también. Nosotras tuvimos la manifestación de los ratones antes y cuando volvimos nos trataron mal, que no teníamos derecho a hacer eso porque acabamos de entrar. Y los profesores no pueden decir lo que piensan porque los echan. Eso es abuso de poder. Mi profe habló conmigo y me dijo que estaba orgullosa de tener alumnas así.

Académicamente es muy bueno este lugar, desde el primer día te empiezan a pasar materias y trabajos, también dan libertades, es un trato, a cambio puedes traer el pelo como quieras. Mi profe jefe, que es de historia, tocó el tema del golpe de Estado y yo le hice una pregunta. Me dijo que ella no puede hablar de eso y debe atenerse a los libros y el programa. Es triste. La profe de música se iba a quedar un día, la llamaron y la despidieron. Hay niñas de tercero que se van por miedo a que les hagan la vida imposible. Hace falta tener gente como las cabezas de la toma, en todos lados, es gracias a ellas que esto sigue adelante.

Vamos a repetir el año, dice otra. Mejor poh más relajadas, contesta una más, igual yo quería un año sabático. Ojalá me cambien la profe de química, es tan rancia esa vieja, la odio, Checho me encanta. Al principio te dan sueño sus clases, su voz, pero si aprendes a conocerlo es bacán. Una sola vez me saqué un siete el día que nos tomamos el liceo que fue la prueba de biología. Este año me fue tan mal en lenguaje, seis tres.

En el Liceo Lastarria, cuando los desalojaron, les dijeron literalmente «si esto se va a las cámaras les sacamos la chucha». Así que tal vez algún beneficio tienen ellas por no ser hombres. Ayer hubo al menos dos encuentros sangrientos, en la USACH y un lugar nivel liceo. Hay un estado de emergencia y excitación. Ya no se ve a las chicas dirigentes porque se fueron a estos lugares para encontrarse con los demás, pero al conversar con Lali cuando iba saliendo se la escuchaba hiperventilada, cosa extraña en ella, que normalmente lanzaría un chiste al respecto o algo así, como si la violencia policial y las complicaciones que deben resolver a cada rato fueran solo humor negro. Últimamente están tan ocupadas que casi no se les puede ver. Lali dice que cada vez hay menos chicas en la toma, de hecho este fin de semana se quedó ella sola y le dio miedo.

Corre la voz de que se van a bajar, lo había comentado una apoderada de Lastarria con tono de gran tragedia, al parecer será a mediados de diciembre porque las autoridades escolares comenzaros a decir que tienen que hacerle arreglos eléctricos al liceo. Este fin de semana se van todas a la playa para descansar.

Amarillo está todo lleno de barro, llega a saludar corriendo y luego se echa a descansar en los pies de alguien mientras mastica un pedazo de papel desechable con algo adentro. No se le ve mal alimentado, seguramente se las arregla por su cuenta porque desde hace poco más de una semana no hay comida ni para ellas, salvo cuando una mamá buena onda llega con cosas para que compartan. Como vienen menos chicas las que están aquí van quedándose solas habitando este gran espacio, asediadas por los policías y el alcalde de Providencia con gusto por el sadismo.

Pero ellas siguen pintando las paredes del liceo, porque cada vez que se lo recorre hay algo nuevo. Como en el comedor donde se ve una mujer que está de espaldas en medio de un paisaje desértico, al lado hay una casa que debe ser la suya y arriba un reloj derritiéndose a lo Dalí. Más al fondo otra mujer que está flotando, con los ojos cerrados, un pelo vaporoso negro y largo, abajo una mano desconocida estirándose hacia ella. O la mujer con un hombre de barba apoyado en su regazo, abandonándose ambos en un entorno natural con lago y bosque y una enorme luna llena. Y bajando las escaleras una mujer más que se eleva envuelta en franjas de todos los colores, como una Iris griega mensajera de los dioses.

Queda claro que fueron las alumnas, y no los visitantes del liceo, quienes hicieron esas pinturas. Parecen ventanas a sus paisajes y fantasías mezcladas con un romanticismo adolescente. Por ahora no hay espectadores que las miren, nadie pasa por ahí. Hay en el suelo un mouse de computador antiguo abandonado, tips de belleza recortados de una revista, un palo de escoba, un cuaderno de matemáticas y otro de biología que tiene dibujado en la contratapa un pico y luego «Me gusta la gloria: el Tobo nos pone terrible hárdcóre». Los pájaros pasan tranquilos y no parecen buscar algo para comer, solo caminan en todas direcciones. Gorriones, tórtolas y palomas. También llegan los loros en su momento del año que curiosamente vienen de Argentina y gritan como argentinos.

En el gimnasio, a través de las ventanas enrejadas, al borde del techo se ven las copas de los árboles, uno de ellos con naranjas. El eco se intensifica con la soledad del espacio. Hay sillas por todas partes y cuesta encontrar con la mirada una en buen estado. La puerta del gimnasio dice: «Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia delante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único». Agatha Christie. Y en la puerta del baño: «Clausurado! NO ENTRAR. Usen los otros baños o se aguantan». La biblioteca siempre está cerrada y el viento da portazos.

Alguien en uno de los pasillos detrás de la cancha empieza a limpiar un vidrio y unas se levantan, van hacia las cubetas de agua que están calentándose bajo el sol de verano, remojan en ellas unos traperos. Las otras se van, haciendo ruidos con sus pasos en el piso de piedras sueltas. Se dirigen hacia el árbol gigante anciano y luego a la salida. En el rincón al fondo de ese último patio hay un altar a la virgen que tiene el vidrio roto y los pedazos aún están ahí, se lo quedan mirando y una dice que debieran limpiar esos vidrios porque alguien se puede lastimar. Luego da la media vuelta, alcanza a las otras y se despide con gritos y abrazos antes de desaparecer en el metro.

Liceo 7.

Liceo 7: Día de limpieza

Sobre el autor:

Rocío Casas Bulnes es literata de profesión e investigadora con estudios en la historia del arte. Es autora de El hombre de siempre. Shakespeare en el cine de Woody Allen (2014), publicado por Hueders.

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