En medio de una de las recientes revoluciones estudiantiles, la esquina de Providencia con Pedro de Valdivia era uno de tantos recordatorios de que algo importante estaba ocurriendo con los más jóvenes.
Era una de las recientes revoluciones estudiantiles en Chile, que nos atravesó por más desinformados que estuviéramos. El Liceo 7 quedaba a mi paso un día, y entré por la buena voluntad de las chicas, quienes conversaron conmigo y me dejaron husmear de sala en sala durante alrededor de dos meses. La esquina de Providencia con Pedro de Valdivia era uno de tantos recordatorios de que algo importante estaba ocurriendo con los más jóvenes. Nada nuevo bajo el sol, pero sí había cobrado incuestionable fuerza, desestabilizándonos aparentemente a todos.
Hoy es un lunes a medio día y todo el Liceo está vacío. Una chica en la entrada explica que hay reunión de apoderados, y con el brazo señala una de las salas al fondo del primer pasillo. Entras y nadie se inmuta con el recién llegado. Es porque a estas alturas de la reunión, ya llevan una hora y media, todas las alumnas han entrado y salido cuando quieren. Incluso conversan en grupos mientras alguien habla sobre el futuro de todas ellas, y a cada rato uno de los adultos les pide que se callen. Este hombre es el papá de Alina. Viste pantalones de mezclilla un poco rotos con el uso, tiene aro en la oreja y un mechón de pelo más largo que le cuelga de la nuca. Se ha tomado durante casi una hora su lugar frente al pizarrón, donde antes estaban los profesores, e intenta comunicar a la audiencia de jóvenes distraídas y un puñado de padres y madres que escuchan atentos. Parece que fuera uno de los días más importantes de su vida pero son las hijas, y no ellos, quienes han llegado hasta ese lugar.
El padre de Alina les lee todo el reglamento, para que todos y todas lo conozcan bien y así las autoridades tengan menos oportunidad de cagárselos. El ministerio les cambió las reglas y ahora ninguna alumna que no esté inscrita en un nuevo sistema electrónico dentro de la web será validada como perteneciente al Liceo 7.
Lo que queremos todas, dice una, es repetir porque consideramos que todo el programa es un asco. Pero no todas apoyan esta decisión. Alguna interrumpe para opinar que ellas no tienen el sartén por el mango, sino la directora, y que finalmente dependen de lo que ella esté decidiendo.
Sí tenemos el sartén por el mango. Lo tenemos, dice Lali. Traten de no pensar solo en ustedes porque al menos yo ya no estoy pensando solo en mí, les suelta y luego vuelve a quedarse callada. Esta será la única intervención en toda la reunión. El resto del tiempo permanecerá sentada sobre una mesa, muy cerca de la ventana, pintándose las uñas de morado. Junto a ella se encuentra Alina, quien está muy atenta a todo lo que sucede y hace lo posible porque lleguen a un acuerdo. Muchas han empezado a irse, así sin avisar. Van quedando cada vez menos y eso que cuando comenzó la reunión ya eran minoría. Esa tarde todas van a irse a almorzar con los papás, lo cual tiene ansiosas a la mayoría por salir de ahí. El tope para tomar una decisión es el miércoles, pasado mañana, y siguen sin llegar a un acuerdo. Alina ordena las ideas que se han expuesto e insta a todas a que se manifiesten por algo, y la dispersión crece. No les dice que se callen pero las mira con ojos inquisidores.
Surge una idea: pueden inscribirse las que aun no lo hacen y no llenar las guías que exige el reglamento.
Son seis los padres que se quedan hasta el final. Están comprometidos con la causa y las animan para que no se dejen, para que lleguen hasta las últimas consecuencias. No se preocupen por el alcalde Cristián Labbé que las quiere intimidar, les dice uno. Labbé solo es una piedrita en el zapato, responde Alina.
Salen de ahí sin haber podido llegar a algo en concreto. Tienen que reunir a una mayoría, sea como sea. Lo lograrán después, cuando las mismas compañeras llamen a una votación para decidir si seguirán en toma o no. No quieren perder el año, están pensando en ellas. Esas jóvenes que reclamarán eran las que en un comienzo apoyaban la toma y luego nunca se aparecieron para ayudar en nada. Parece que Alina ve venir todo esto. Tiene dieciséis años, es de las más chicas ahí pero de alguna manera terminó con la responsabilidad encima, compartida con Lali que no cree en el orden preestablecido y se toma todo con tanta calma. Su belleza no pasa desapercibida. Es alta, de pelo largo, oscuro y la piel muy blanca, con rasgos dulces y delicados. Cuando va a hablar uno esperaría que su voz sea suave, y es una sorpresa porque las palabras le salen fuertes y decididas.
Yo me acuerdo, aunque tengo muy desordenado lo que pasó, que desde antes teníamos el sentimiento de toma por el contexto nacional. Apuramos el proceso y un día en la noche de boca en boca coincidimos en que había que prepararse. Vimos que había guardia y que sería difícil. Nos juntamos en la noche en el metro Los leones y muchos pacos nos vieron con saco de dormir. Había más niñas grandes y desde ese momento me dio vergüenza tener que dirigirlas.
Nos organizamos en grupos. Estaban los sapos, yo era de esos porque me daba miedo entrar. Luego las sombras, los que tenían que meterse y abrir la puerta. Otro grupo para entrar y otro de refuerzos. Llegamos y no había ni un carabinero. Llamé a una de las sombras y de la nada llegaron como tres patrullas que les hicieron control de identidad y no pudimos hacerlo. Yo creo que interfirieron la llamada. Nos fuimos a una plaza y una camioneta blanca nos seguía. En la mañana rodeamos el Liceo.
Yo estaba de muerte porque Lali estaba enferma y tuve que hablar yo sola, decir esto es una toma. Éramos como novecientas. La directora no quería abrir las puertas, todas se pasaron por la reja y empezaron a poner las sillas. Ella me dijo porqué andas con ropa de calle. Me quité la ropa, abajo tenía el uniforme, y se la tiré. Nos tomamos el Liceo, se fueron los profes y la directora con soponcio.
En la noche nos desalojaron y no había nadie. Fuimos al parque de las esculturas y un grupo de chicas de cuarto medio me quisieron echar porque soy chica y ellas querían ser líderes. A la mañana siguiente le tocó a Lali y se lo tomaron definitivamente. Hubo una semana de apogeo y nos desalojaron, pero como nos llamaron de Lastarria para advertirnos nos fuimos antes. Llegaron con la media contingencia policial y no había nadie.
Me fui al Parque de los Reyes y el Nacho me llamó, yo lo quería ver y además tenía miedo. Dije la verdad y me fui. Se tomaron el Liceo con la Ina a cargo. Un niño rompió un vidrio y quedó todo con sangre. Repusimos el vidrio e inventamos que había sido una niña a la directora. Se formó un grupo, hacíamos turno y éramos como cincuenta durmiendo en la sala múltiple y otras encapuchadas hacían turno. Pensábamos que todo se terminaría en dos meses, no nos dábamos cuenta de lo que significaba. Yo hice un calendario hasta el día noventa y nueve. Teníamos miedo de las vacaciones de invierno. Yo estaba de acuerdo en entregarlo y luego volver a tomar porque era muy fácil, pero ningún otro colegio quiso eso, así que no lo hicimos.
Empecé a tener problemas con mis amigas por estar acá. Al comienzo se veía mal tomar copete o que se quedara alguien y unas lo hacían a mis espaldas. Empezamos a tener diferencias. A los tres meses ya éramos menos y los papás nos hicieron una celebración, mi mamá lo organizaba, y no vino casi nadie salvo las que estamos ahora. En el dieciocho fue la primera vez que levantamos la ley seca. Yo me quedé y fue todo muy controlado. También me quedé en el once de septiembre, el ambiente estaba muy denso, sentíamos ruidos raros.
Antes de la toma yo no creía que penaban. Una vez puse reloj biológico y dormía pensando en eso. Escuché unos tacos, fui a ver y no había nadie. Volví y se escucharon de nuevo, todas los escucharon. Otra vez, durmiendo con el Nacho, se escuchaba una música que subía y bajaba el volumen. Venía de la enfermería. También escucho mesas que se corren solas.
La primera pelea fue a los cuatro meses. Me dijeron que yo descansaba en los brazos de Lali y yo sentía que no era así, luego nos arreglamos. Empezaron a usar el baño de las tías y ahí comenzó la desorganización de espacios, me di cuenta que las chiquillas también lo hacían y me dio lata porque nunca estuve de acuerdo. Rompieron las reglas de alcohol y hombres. Empezó todo ese rollo de la horizontalidad, todas se creían anarquistas pero igual la responsabilidad recaía en mí y Lali. Tuve muchas veces ganas de renunciar porque no cuidaban el Liceo. Es mi único problema con la toma, siento que no son responsables.
Hubo un tiempo en que me dio depresión y lloraba por todo. Nadie se dio cuenta mas que las profes asesoras y hablaron con la Lali para que me cuidara. Me daban miedo las más grandes que yo, y mis amigos ya me quedaban chicos. Ahora estoy igual.
Siento que lo que estoy haciendo está bien. Mi familia me apoya pero me gustaría que me pusieran más límites. No me dejaban renunciar que era lo que yo quería. Me obligaban a venir. Mi mamá es traductora y mi papá psicólogo y trabaja con niños de riesgo social en San Bernardo, están separados. Mis tres hermanos son chicos y mi hermanastra, de quince, que está en el Carmela, también pertenece al movimiento y eso nos ha juntado mucho. Somos muy unidas.
El Nacho es del Salesiano Alameda y ha estado conmigo porque no tiene una buena situación familiar. Ha sido difícil porque vivimos juntos. Yo no me estoy quedando en las noches para mostrar mi parecer sobre las cosas en las que no estoy de acuerdo, pero vengo todos los días y trabajo. Las relaciones ya no están bien, hasta con Lali hemos tenido encontrones.
Me he quedado en medio, en edad y en política. Me parece bien la democracia con estado, pero socialista y no liberalista. No necesito del materialismo para vivir. Estoy de acuerdo con los cargos que hay si funcionan bien, y no estoy de acuerdo con el anarquismo porque necesitamos estructura.
Quiero ser profe, disfruto el contacto social. No tengo aptitudes artísticas. Un adulto puede cambiarle mucho la vida a un niño.
Yo creo que la toma va a terminar en diciembre. Seguramente me voy a tener que ir del Liceo y como yo muchos tendrán que pasar a colegios privados. Pocos se quedarán en toma. Esto dañó la educación pública, pero al menos creó consciencia. Lo que más se ha ganado es que la gente diga las cosas, que se exprese, pero no va a cambiar la forma de enseñar. Bueno, además hemos aprendido muchas cosas inesperadas. Nunca fui del centro de alumnas y ahora comencé a hablar con todas, a decir mis ideas. Ahora sé de administración, de producción. Comencé a informarme, a hacer tareas domésticas. De pronto todas sintieron la necesidad de leer, cosa que antes a nadie le gustaba.
Alina termina de hablar y mira en el patio a un niñito con síndrome de down que corre hacia ella mientras persigue al Amarillo. Se ríe a carcajadas y a cada paso estira las manos queriendo alcanzar al perro que va cada vez más lejos y voltea a verlo de reojo, disfrutando del juego. Se puede ver a ese niño normalmente. Es el único hombre al que el Amarillo no le ladra. Aparece una mujer de mediana edad con el pelo castaño, guapa, que sonríe mucho, le da la mano al niño y llama a Alina. Es mi mamá y mi hermano chico, dice ella, me tengo que ir. Y camina hacia ellos cumpliendo con su papel, como quien va al trabajo sin gusto, pero confiado en que está haciendo lo correcto.
El Liceo queda vacío y silencioso.