Apuntes de la presentación de Lisandro Aristimuño en Santiago.
Por Gabriel Rodríguez C.
Frío y preemergencia ambiental en Santiago. En la previa al partido de Chile y México, las calles adyacentes al teatro Cariola están semi vacías. Nadie se imagina lo que pasará dos horas después: ni la gente frente al televisor, ni los asistentes al teatro que esperan por el show del cantautor argentino Lisandro Aristimuño.
¿Qué hace Aristimuño? La etiqueta de inclasificable calza perfectamente con la música que hace el oriundo de Viedma, una apacible ciudad muy lejos de Buenos Aires y muy cerca de la Patagonia. Nunca he estado en Viedma, pero la música de Lisandro tiene del viento glacial de la Patagonia costera, llena de atardeceres alucinantes.
Las influencias de Lisandro Aristimuño son muchas. Durante el show, el músico se pasea por su pequeño mundo privado mezclando estilos reconocibles: folklore, rock, pop, progresivo, post-rock. Lisandro no solo es un buen músico, sino un melómano desprejuiciado que escribe canciones teatrales, emocionales y poéticas. Pero además, es, a simple vista, un obsesivo por el sonido, por el espectáculo y su coherencia. Lo del sábado fue un show fragmentado pero al mismo tiempo sólido. Música a destiempo del futuro sin una estructura fija donde los asistentes se pasean desde la melancolía más absoluta a la felicidad que da el amor de los que recién se encuentran.
La banda del argentino es un mérito aparte. Los violines, el celo y las percusiones interpretan perfectamente las obsesiones sonoras-atmosféricas de Lisandro, el cual arriba del escenario se convierte en una mezcla de riguroso director de orquesta y rockstar. La lista de canciones es sumamente ecléctica. Aristimuño les da en el gusto a todos, desde sus composiciones más sensibles y acústicas del disco Azules turquesas, como “Canción de amor”, las más experimentales del disco Ese asunto de la ventana como “La última prosa”, o “Elefantes” del genial y exótico disco Mundo anfibio, pasando por éxitos más radiales como “Azúcar del estero” o “Para vestirte hoy“ de la cual la banda argentina Catupecu Machu hizo una excelente reversión.
El concierto finaliza con “Es todo lo que tengo”, una suerte de himno para sus fanáticos, pero también una declaración de principios de un tipo que ama lo que hace. Más allá de las luces, de los escenarios, al final de todo Lisandro Aristimuño es un artista extremadamente creativo y empático que durante dos horas y media conmueve y reafirma la idea de que ver música en vivo debe ser uno de las mejores experiencias que alguien puede vivir.
11.30, salida del teatro Cariola. En un viejo y borroso televisor veo que Chile va ganando 7 a 0 a México y efectivamente me siento trasladado a una dimensión desconocida. No sé si por efecto del concierto o por el gol de Puch. Quien sabe.