A partir del montaje Error y la película Nunca vas a estar solo, el dramaturgo Danilo Llanos y el director Álex Anwandter demuestran que es posible hacer crítica fuera de los lugares comunes.
Desde mi punto de vista, al arte no se le debe pedir nada, excepto que sea arte. Dicho de otro modo: no existe ninguna característica, atributo o cualidad a priori (ya sea ética, estética, temática, etc.) para que algo sea considerado arte. Cada obra se debe ganar por méritos propios el ingreso a esa categoría.
Esta es, desde luego, una aproximación vaga e imprecisa al fenómeno artístico y, sin embargo, me parece que es la única posible. Una especie de definición vacía.
Comienzo con esta declaración de principios pues, nuevamente en lo personal, me resulta muy atractivo cuando una obra muestra compromiso político, habla desde una posición situada en su época, dialoga con los conflictos, pasiones y miserias de su tiempo. Lo clarifico: aunque no creo que el arte deba ser, obligatoriamente, social ni político ni crítico, me ocurre que, cuando lo es, me genera una doble satisfacción.
Para mi deleite, con esto me topé las semanas anteriores. Primero con Error, montaje de la Compañía de Teatro La Peste; luego, con Nunca vas a estar solo, ópera prima de Álex Anwandter.
Error desarrolla los vaivenes de una relación fundada en el daño. Pero ese vínculo, signado por el maltrato y la manipulación, es resultado de una sociedad patológica, de la marginalidad y la violencia a que han estado expuestos los dos personajes. La obra es una mirada lúdica de Danilo Llanos Quezada (director y creador del dispositivo escénico) sobre Psicosis 4:48 de la mítica dramaturga inglesa Sarah Kane.
Las actuaciones son impecables. Katherine López interpreta a una joven recluida en un centro que, de principio a fin, nos recuerda el infierno de un hogar de Sename. Christian Riquelme, por su parte, interpreta a un terapeuta tan psicopático como la paciente, desgastado por el encierro y las condiciones paupérrimas de su trabajo.
Al interior de la sala de terapia las relaciones de poder, de deseo, de solidaridad, se mezclan para conseguir una atmósfera propicia para el abuso y la mutua dependencia. Esa instancia de rehabilitación (de adicciones, conductas delictivas, enfermedades metales, lo mismo da), se configura como un sistema cerrado de disciplinamiento que pone a la enfermedad y la degradación como grandes articuladores de los vínculos afectivos.
La obra, y esto es muy interesante, también habla desde la materialidad. El piso está cubierto de golletes de botellas quebradas, lo que hace emerger varios sentidos. Uno de ellos sería el papel de la droga y la naturalización de su consumo. Otro, un modo de marcar los desplazamientos de los personajes por el pequeño escenario, que representa el espacio clausurado de la sala de terapia y del recinto de reclusión en su totalidad. Ese efecto alcanza su máximo potencial cuando, la simple casualidad, hace que uno de los dos actores pise un gollete todavía entero y estalle. Es el azar, en cada puesta en escena, el que determina el aullido destemplado de un cristal que remece a la audiencia.
La otra obra que tuve la suerte de ver, es la cinta Nunca vas a estar solo. Su director, Álex Anwandter, fue conocido hasta ahora como músico, aunque ya había tenido varios acercamientos al audiovisual dirigiendo videoclips para canciones propias e incluso haciéndose cargo de terceros, como “Hasta la verdad”, de Javiera Mena.
Se ha dicho bastante que la película se inspira en el caso Zamudio, y es cierto. Asimismo, se ha señalado que el brutal asesinato homofóbico funciona solo como una referencia, lo que también es efectivo.
Tuve la fortuna de asistir al estreno en Insomnia de Valparaíso (Teatro Condell). Para la ocasión, algunos actores animaron un conversatorio tras la proyección de la cinta. Me llamaron profundamente la atención, en ese marco, las palabras de Sergio Hernández, su protagonista (Juan), padre del chico gay que es agredido en la calle hasta quedar agónico.
Hernández hacía un justo hincapié en que Anwandter excedía la temática de la discriminación homosexual para ingresar a terrenos más amplios, con una crítica a nuestro modelo de sociedad. Entre ellos, la cinta aborda la violencia de una salud onerosa y privativa, la falta de dignidad para quienes deben recurrir por migajas a un centro hospitalario o una clínica y recibir, como si se tratara del crédito de consumo de un banco, el informe financiero de un hijo que está en coma por una golpiza feroz. Asimismo, recrea la desconexión entre padre e hijo, un vínculo fracturado no por ausencia de cariño, sino por un sistema de vida que obliga a los proveedores de la familia a volcarse obsesivamente a su trabajo.
Pero, como es natural, el eje argumentativo se encuentra en la problemática de las minorías sexuales. En ese sentido, vale preguntarse quién dice la sentencia que nomina la película: «Nunca vas a estar solo». ¿Es el padre, que descubre la orientación sexual de su hijo a temprana edad y, no obstante, jamás consigue conversar del tema con él? ¿Es la amiga del adolescente gay, a la larga su único sustento emocional, por mucho que falle —o ella crea fallar— en el momento decisivo? ¿Es el amante de su misma población, que lo penetra con pasión en la soledad de su cuarto pero que después, horrorizado ante sus propias pulsiones, lo patea en el suelo hasta casi matarlo?
A contrapelo de la televisión, tal como en Error se accede al sujeto marginal sin sucumbir al estereotipo, en Nunca vas a estar solo atestiguamos un relato gay sin recurrir a la caricatura. Ambos, la chica proletaria del hogar de Sename y el homosexual que deja atrás las represiones, lo que a la postre le cuesta la vida, son enseñados con cariño y cercanía, aunque sin escamotear la crueldad en que transcurren sus existencias.
Como dije al comienzo, el arte no tiene exigencias de ninguna especie. Empero, si logra asumir un rol social, político, es una doble satisfacción atestiguar un espectáculo que es, a la vez, estético y reflexivo.
En esa línea están Llanos y Anwandter, que demuestran que es posible hacer crítica fuera de los lugares comunes; realizar un arte comprometido sin afectar por ello la calidad y el rigor; que es plausible eludir el panfleto, el eslogan, para arribar a un retrato fiel de las impudicias contemporáneas a través de la radicalidad simbólica de una verdadera obra de arte.