Kanye en la cima. West no quiere ser más que solo un rapero o músico, quiere ser una leyenda. Y Yeezus es un paso no menor después del enorme My Beautiful Dark Twisted Fantasy.
Como cada fin de año en paniko.cl revisamos las mejores obras publicadas o aparecidas durante 2013, con la votación del staff de colaboradores y editores del sitio. Esta es la cultura pop para recordar.
Discos
10. Foals – Holy Fire (Transgressive)
Con Holy Fire los ingleses buscaron variar su sonido, sin perder su marca etérea y ambiental, pero sí orientarse más a generar música con más energía, alejándose un poco del post-rock de Total Life Forever. El resultado es una colección de canciones extremadamente efectiva e irresistible, desde el single “Inhaler” (su tema más rockero hasta la fecha) hasta piezas para la pista de baile como “My Number” y “Providence”. De todas maneras el grupo no se olvida de su lado más lúgubre, casos como la excelente “Late Night” y también se da el lujo para explotar su pop más melancólico con “Bad Habit”. Holy Fire demuestra que se puede avanzar dentro de la misma zona de confort, sin por eso parecer repetitivo. (Matías de la Maza)
9. Nine Inch Nails – Hesitation Marks (Columbia)
Libre de todo fanatismo, no hay disco de Nine Inch Nails que sea malo. Hay discos planos, pero nunca malos. Por suerte, desde el single “Came Back Haunted” se notó que este no sería un disco plano, sino un reactivante de la fórmula de Reznor. ¿La prueba definitiva? La incomprendida séptima pista del disco: “Everything”. Desde hace mucho que Reznor no daba un giro tan drástico. El resultado es una liberación a punta de sintetizadores y guitarras a lo The Cure, que es lo más fresco que se le ha escuchado en un buen tiempo. (Mariano Tacchi)
8. Vampire Weekend – Modern Vampires of the City (XL)
Un día hace algunos lustros unos muchachos que estaban buscando música Post-Punk de fines de los setentas, para imitar y así seguir la línea de bandas como Franz Ferdinand o The Strokes, se equivocaron de anaquel en la disquería y llegaron al llamado “World Music”, un género que «fue inventado en 1987 por los jefes de una serie de pequeñas discográficas con sede en Londres que encontraban que sus realizaciones de África, América y otras estrellas internacionales no encontraban espacio en las estanterías de las tiendas de discos» (Broughton, Ellingham & Trillo, 1999). Ese fue, o mejor, debió ser, el origen de Vampire Weekend, que se resumía en la fórmula «hagamos un mash-up entre Joy Division y Cesária Evora». Fue un bombazo; música que venía del centro de la Tierra, Contra. Este 2013 los muchachos se aburrieron de ponerle tanto wendy a la producción y, en contra de todas las tendencias actuales, dosificaron sus influencias, simplificaron el lush y el chamber pop de su estilo, y lanzaron el que unánimemente es uno de los discos del año, Modern Vampires of the City. Una delicia para el oído, una premisa para la pista de baile y aire fresco para el sonido de los 2010. Inobjetable e inolvidable. (Ricardo Martínez)
7. Justin Timberlake – The 20/20 Experience (RCA Records)
Un paseo por el soul del futuro. Hace un par de discos o una unidad de tiempo parecida que Justin Timberlake maneja las fórmulas de la vieja música negra para moverse con elegancia entre su característico registro de voz, la pirotecnia Motown y las murallas de sonido de Timbaland. Melodías, perillas y canciones tan largas —”Strawberry bubblegum, “Pusher love girl”— que encandilan. Ahora sólo falta que venga a tocarlas a Chile. (Felipe Ojeda)
6. David Bowie – The Next Day (Columbia)
A fines de 2012 el rumor sobre el Duque Blanco era que ya no iba más. Pero en enero apareció un nuevo single, “Where Are We Now”, que mostraba a Bowie frágil como un abuelito, pero tan genial como siempre. De ahí en adelante, era como si este viejo hubiese vuelto a la vida y directo a sus mejores días con un disco que trae a la vida un poco de todas sus mejores épocas. Es cosa de escuchar la canción que le da el nombre al disco para reconocerlo de su época de Hunky Dory o Heroes (que, por lo demás, es un recurso con el que se juega en la portada). (Mariano Tacchi)
5. Arctic Monkeys – AM (Domino)
Si Suck it and see fue un gran disco, AM (after midnight, nada que ver con amplitud modulada) es la segunda parte más pulida y definida del mismo. Con menos canciones ideadas para ser éxitos de radio y más para ser escuchadas en el disco completo (salvo por la pegajosa “Why’d You Only Call Me When You’re High?”), AM puede que no sea el peak de la carrera de Arctic Monkeys, pero sí es un ejemplo de cómo un proyecto musical puede ir agarrando fuerza disco tras disco y nunca defraudar. (Mariano Tacchi)
4. Queens of the Stone Age – …Live Clockwork (Matador)
El crecimiento de los QOTSA es una maravilla. El stoner-rock que los caracteriza no se pierde, pero no los ancla. La postal que crearon de su presentación en Lollapalooza sigue en pie, igual de potente. …Like Clockwork, por otra parte, crece, madura, pero se niega a envejecer. Un verdadero trabajo de relojería, si se me permite el lugar común. (Mariano Tacchi)
3. Arcade Fire – Reflektor (Merge)
Reflektor sigue la línea de otros grandes álbumes de art rock que cambiaron la dirección sonora de artistas, como Remain in Light de los Talking Heads y la “Trilogía de Berlín” de Bowie, tomando elementos sonoros también del art pop de los primeros álbumes de Peter Gabriel. Pero siempre está el toque de vanguardia, la idea de crear un sonido nuevo y no quedarse en la nostalgia, mérito absoluto de Arcade Fire y James Murphy, quienes se matriculan con uno de los álbumes más jugados de lo que va de década, se ame o se odie. (Matías de la Maza)
2. Daft Punk – Random Access Memories (Columbia)
La revancha de los robots. Acá el mejor ejemplo de un disco trabajado a fuego lento —aparecido ocho años después de su sucesor—, tomándose el tiempo necesario para cuajar una completa obra de ingeniería y beats para las pistas de baile. Es un disco lento, orgánico, de guitarras funk y colores que Daft Punk no hacía brillar desde el Discovery (2001). Además, “Get lucky” es por lejos la canción del año. (Felipe Ojeda)
1. Kanye West – Yeezus (Roc-A-Fella, Def Jam)
Kanye siempre ha buscado ser más que sólo un rapero, sólo un músico. West quiere ser una leyenda. Cuando nombras un álbum Yeezus, te declaras un Dios en la tierra, decides proyectar tu cara en edificios de todo el mundo y después de todo eso, lanzas tu disco sin carátula, estás enviando un mensaje: las palabras (e imágenes) sobran. Que la música hable por sí misma y construya el legado. Y Yeezus lo hace de manera ruidosa, agresiva y aplastante. Es la mayor declaración de principios de la carrera de West. Desde la explosión sonora de “On Sight”, los gritos de “I Am a God” y el manifiesto de “Black Skinhead”, Kanye deja en claro que le importa un carajo lo que se espere de él como artista. No tomó la ruta fácil de hacer My Beautiful Dark Twisted Fantasy de nuevo. Extirpó toda la producción grandilocuente de la ecuación y dejó su voz y presencia omnipotente como sus principales armas. La pieza central está en “New Slaves”, una canción brutal donde mezcla sus propias aspiraciones egomaníacas con afrocentrismo y crítica a la sociedad corporativa. Todos los versos, todas las notas son despachadas con violencia y rabia, pero de todas maneras West se da el gusto de sorprender dentro de su misma creación, terminando el álbum con una canción de amor (bueno, casi) con samples de soul. Tras escuchar los breves pero precisos 40 minutos del álbum, da la impresión que el hip-hop, la música, y la cultura pop avanzaron al mismo tiempo. Kanye dijo que el rap era el nuevo rock and roll a principios de años, y Yeezus es el perfecto ejemplo de eso. (Matías de la Maza)
Conciertos
10. Alabama Shakes (Lollapalooza), Parque O’Higgins
Howard y su banda nos traen el sonido del sur de Estados Unidos al Parque O’Higgins. Instaura su propia iglesia y nosotros somos su coro gospel. Suenan “Hold On” y “Always Alright” (una canción original para esa maravilla llamada Silver Linings Playbook), pura nostalgia y tristeza. ¿Qué se puede hacer cuando ese estado es permanente? Celebrar, nada más. Que no se note la pena. Podemos disfrazarla de sonidos alegres. Otra vez: Celebremos. Y a pesar de todo eso, Alabama Shakes no pierde la dureza. (Javier Correa)
9. Bomba Estéreo (Primavera Fauna), Espacio Broadway
En algún momento la colombiana Li Saumet dice que los «los sentimientos son como pájaros» y el viento a favor juega con su largo pañuelo de seda. Parece un ave exótica entregada al vendaval mientras el guitarrista de Bomba Estéreo, Julián Salazar, no para de saltar y juguetear hasta pasarse al sintetizador. El batero Kike Egurrola le responde con maestría desde el otro lado del escenario. La banda, que viene de volar doce horas desde Las Vegas y que traduce a la perfección la champeta del Caribe colombiano a la electrónica orgánica, son el primer punto alto del festival. “Fuego” se roba todos los pasos de baile. Un acierto que toquen aquí por segundo año consecutivo. (Alejandro Jofré)
8. Black Sabbath, Estadio Monumental
Oscuro, pesado y con los tipos en su mejor estado de la gira. La cátedra de Black Sabbath nos demostró que no todas las misas son aburridas. El metal, el rock, la música (¡nosotros!), le debemos más de una ofrenda a San Ozzy y cía. Si el apocalipsis ocurre alguna vez, tiene pero es que tiene que venir con los riffs de Tommy Iommi. Amén. (Nicolás Violani)
7. Jane’s Addiction, Teatro Caupolicán
Los californianos, prácticamente con treinta años de historia, montaron una suerte de freak show mezclado con antro gótico, en donde el burlesque —a cargo de la esposa de Farrell, Etty Lau— se intercalaba con los látigos, los pantalones ajustados, los pectorales de Navarro y extensiones que hacían volar a una chica por sobre las cabezas de los asistentes. Cargado al derroche enérgico de su primera era (los discos Jane’s Addiction, Nothing’s shocking y el increíble Ritual de lo habitual), la banda dio una poderosa presentación a cargo del virtuosismo de Navarro, de un correcto Chris Chaney al bajo y la fuerza de Stephen Perkins en la batería. Monstruos de otra era y, a pesar de que a ratos la voz de Farrell no alcanza los agudos de su juventud, uno no puede sino agradecer de ver rockear y montar un espectáculos de nuevos dinosaurios. (Daniel Hidalgo)
6. Beach House, Teatro La Cúpula
Allí está Victoria sobre el escenario, suponemos. No sabemos si es real. No sabemos si es ella. No sabemos si es la de los videos, si es la que nos canta al oído en nuestro reproductor de música. Está pero no. Se esconde al son de las luces, se difumina junto al humo. Y esa voz venida desde otro mundo, tan profunda como resonante, se esparce por cada rincón de La Cúpula. Alcanzamos a ver su silueta, a fijar la mirada sobre su hombro izquierdo cuando su chaqueta plateada lo descubre, pero, cuando más tangible parece, vuelve a desaparecer tras la humareda. Nos habla de cuando en cuando, pero puede ser también parte de nuestra construcción mental. (Bastián García)
5. The Cure, Estadio Nacional
Robert Smith tiene el pelo del mismo material de sus letras: esa oscuridad destruida donde confluye una sola palabra que parece sin la traducción apropiada: dark. Robert Smith como un manipulador de la misantropía. Robert Smith como uno de los diez o cinco más grandes de la música popular británica, acaso la más trascendente posible. A pesar de la versión más lenta de “Boy’s don’t cry” o el setlist que pareció demorar en calentar (por segundos se confundió con el tedio); recién a eso de las 12:36 del lunes, cuando la música envasada nos envió de vuelta a casa, esta noche se vio como un generoso tesoro para fanáticos: cuarenta y dos canciones, casi tres horas y media de concierto, The Cure debutó en suelo chileno. (Alejandro Jofré)
4. Queens of the Stone Age (Lollapalooza), Parque O’Higgins
Uno se da cuenta de que un concierto está bueno por la baja cantidad de lesos sacando fotos. Acá estaba en el mínimo. Si no saltaban, se golpeaban. Mientras que, en menos del tiempo que tenían para ocupar, los californianos se lanzaron uno de los shows insignes de la jornada. Esto trajeron: furia y velocidad. Fuego y parafina. Adrenalina a la vena para el amante del slam. El que haya visto la primera presentación de QOTSA en Chile recordará lo explosivo del espectáculo. Todos los singles a la parrilla mientras el público estaba en trance. Lo mismo ocurrió esta vez. Las guitarras se adueñaron de la casa. (Mariano Tacchi)
3. Stevie Wonder, Movistar Arena
Stevie Wonder interviene harto durante el concierto. Se distiende, bromea, tiene ese “ángel” tan bien retratado en el mundo del pilarsordismo. En algún momento recuerda a Michael Jackson con uno de los temas que adoptó para su propio repertorio en vivo: una altísima versión de “The way you make me feel” casi imposible de cantar. Le dedica “Keep our love alive” al fallecido Mandela. Saluda a Obama y juguetea durante varios pasajes con la palabra «Chile». Aunque esto no es Detroit y ya han pasado treinta o cuarenta años desde la aparición de sus mejores discos, el virtuosismo y la voz de Stevie —¡a los 63!— marcan la pauta. Al igual que en sus primeras apariciones en televisión, sacude su cabeza de lado a lado. Se acomoda los lentes oscuros y al segundo está encima del teclado. Aleja la boca del micrófono para cortar su voz suavemente como un fade-out. Por ningún motivo es la sombra de su propia leyenda, como pasó con Dylan o el lamentable concierto de Chuck Berry: Stevie Wonder le saca brillo a sus 22 premios Grammy, a su genio musical y a sus incansables apariciones musicales en el cine colándose en muchas historias de vida. (Alejandro Jofré)
2. Bruce Springsteen, Movistar Arena
Springsteen es la razón por la que existe la música en vivo: para erizarte cada pelo en la piel, para subirte las pulsaciones y sentir una emoción indescriptible que te invade el pecho. Para sentir ganas de llorar como una catarsis para expulsar de alguna manera la sobredosis de sentimientos que te invaden. La música en vivo es la comunión, la unión casi espiritual entre artista y público. Y Bruce Springsteen es todo eso. Y más. Es más que un concierto, es todo un espectáculo. Pese al limitado público, nunca dejó de pisar el acelerador, nunca bajó el nivel, y nunca borró la sonrisa de su rostro. Fue un concierto de culto para todos lo que lo vivimos. Un verdadero privilegio. (Matías de la Maza)
1. Blur, Pista Atlética
Con la épica de la deuda, Blur debutó en Chile el pasado 7 de noviembre. El setlist era fijo, no había sorpresas preparadas que no se hubieran dado ya en los otros conciertos de Sudamérica, pero eso no le quitó el peso de escuchar por primera vez el inicio con “Girls & Boys” o “Parklife” cantada por el gran Phill Daniels en nuestro país. Fueron 18 canciones que esperamos durante muchísimo tiempo. Desde clásicos como “Tender” y “For Tomorrow”, hasta los ribetes más experimentales con “Out of Time” y “Caramel”, lo de Blur fue apegado al libreto, pero ejecutado de manera perfecta. Imposible no emocionarse con “To The End”, abrazarse con “The Universal”, o saltar como loco en el final con “Song 2”. La deuda fue saldada con creces. (Matías de la Maza)
Videoclip del año
1. Robin Thicke – “Blurred lines”
Participaron en este ranking: León Álamos, Eleonora Aldea, Felipe Avendaño, Cristóbal Bley, Javier Correa, Juan Cruz, Felipe Cussen, Matías de la Maza, Pablo Donoso, Gabriela Flores, Cecilia Fuentes, Luc Gajardo, Bastián García, Camila Gutiérrez, Daniel Hidalgo, José Jiménez, Alejandro Jofré, Gabriel Labraña, Felipe Mardones, Ricardo Martínez, Ignacio Molina, Felipe Ojeda, Tamy Palma, Gonzalo Paredes, Marcelo Poblete, Gonzalo Silva, Mariano Tacchi.